Centenares de personas formaron un séquito doliente del
cuerpo de la pequeña Suhaila, que salió de su domicilio en
la barriada Príncipe Alfonso hacia la mezquita de Sidi
Embarek. El féretro se transportó a este lugar santo para
realizar la oración de difuntos, que con una emoción
sabedora que la víctima apenas empezaba a vivir, se sintió
más profunda.
La indignación en los rostros de los asistentes a un
entierro que, desde un primer momento fue público, no
apareció hasta que la liturgia finalizó. Una fila
interminable sin cara empujó el ánimo de los que llevaban el
cuerpo sin vida de Suhaila hasta el rinconcito donde
descansará desde hoy. Los cánticos coránicos recorrieron
todo el trayecto para dar esperanza a los que se quedan.
Las escasas mujeres que desafiaron de alguna forma la
tradición -ya que no se les permite asistir a los
enterramientos- se quedaron con los resquicios de la
ceremonia en las puertas del cementerio.
Los familiares recibieron el pésame de toda la comunidad
congregada en el cementerio. Algunos no pudieron contener
las lágrimas al acoger las palabras de consuelo de amigos,
vecinos o desconocidos que se sintieron cercanos para
dedicar algunas palabras. Los ruegos por el alma de la
pequeña se escucharon en toda la ladera. Ahora el camino que
queda por delante es la verdad sobre lo que ocurrió. Esta
despedida ha dolido a una comunidad que ayer se mostró unida
ante el dolor y la vergüenza de verse marcada por una muerte
provocada por un semejante. El respeto a la familia gobernó
los actos de los asistentes a un entierro que desbordó
solemnidad en algunos momentos para transmitir un mensaje
sincero: “Amín , pequeña Suhaila’.
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