La detención de Kassem E. Y., el presunto asesino de la
pequeña Suhaila, no sólo provocó cierto alivio entre los
familiares y vecinos del Príncipe sino que generó una oleada
de violencia incontrolada que convirtió las inmediaciones de
la frontera del Tarajal en un auténtico campo de batalla.
Piedras, trozos de hierro, barras de metal. Todo era
susceptible de ser lanzado contra los agentes de la Policía
Nacional y de la Guardia Civil que tuvieron que utilizar
material antidisturbios para controlar la situación.
Antes de que un coche camuflado de la Policía trasladara al
principal sospechoso hasta la Comisaría de la plaza Colón,
decenas de personas comenzaron a lanzar piedras con la
intención de paralizar la situación y linchar al ahora
detenido. Pero todo fue a más y los cerca de ochenta jóvenes
que se congregaron en la zona hacían acopio de bloques de
grandes dimensiones y esperaban en el terraplén el momento
de comenzar a lanzarlas; los que estaban abajo se dedicaban
a pasar a gran velocidad con los coches, desafiando a los
agentes.
Cuatro horas
Cerca de cuatro horas tardaron los Cuerpos y Fuerzas de
Seguridad del Estado en atajar la situación que alcanzó
tintes surrealistas. Pasadas las tres de la mañana, la
Guardia Civil recogía todo el material utilizado; un agente
se preguntaba el porqué de todo aquello: “hemos atrapado ‘al
malo’ y todavía nos lanzan piedras, es incomprensible”. Las
autoridades tuvieron que emplearse a fondo y mantuvieron a
raya a los violentos con pelotas de goma y gases
lacrimógenos. A pesar de todo, a las cuatro de la madrugada
todavía se oían disparos al aire y gritos de los agentes,
coordinando los últimos movimientos en el interior del
Príncipe.
Descontrol
El descontrol se adueñó de la situación pasadas las once y
media de la noche, momento en que Kassem E. Y. se entregaba
a la Policía Nacional después de que un conocido le
embaucara, asegurándole que la pequeña Suhaila no estaba
muerta. El presunto asesino llegó en coche hasta el Tarajal
y fue entonces cuando se materializó la detención y cuando
las piedras se sucedieron los altercados. Varios coches de
la Policía y de particulares resultaron dañados (lunas
rotas, abolladuras, etc.) aunque no hubo que lamentar
heridos de ningún tipo. Los menores que hicieron trizas la
marquesina de la parada de autobús eran recibidos con
vítores por sus ‘compañeros de emboscada’.
Desolador
Contenedores ardiendo bajando a toda velocidad por el
terraplén, lavadoras rotas o comercios apedreados: la imagen
matutina del entorno de la frontera resultaba desoladora y
más bien parecía corresponder al resultado de una guerra.
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