Ganador del Goya 2008 al Mejor Cortometraje, Abdelatif
Abdeselam Hwidar recibirá esta tarde una de las cinco
Medallas de la Autonomía que la Ciudad concede este año. Sin
pelos en la lengua, el cineasta ceutí repasa los
sentimientos que le llevaron a escribir ‘Salvador. Historia
de un milagro cotidiano’, el film que le sacó de la
“invisibilidad”, y explica cómo vive su sentimiento
religioso y cómo le repugna la incultura y la intolerancia.
“La ciudad ha vivido una evolución durante los últimos
quince años bastante parecida a la mía como persona”, se
felicita Hwidar, que hace quince años también sentía que sus
piezas internas no encajaban demasiado bien. Hoy, como
Ceuta, se ve más armónico.
Pregunta.- ¿Está usted acostumbrado a que le cacheen por
llamarse Abdelatif Abdeselam?
Respuesta.- Sobre todo en los aeropuertos, donde se ha
convertido en una rutina.
P.- ¿Por tu nombre?
R.- He percibido que desde el 11-S el llamarme Abdelatif
Abdeselam ha cobrado otra importancia, y no positiva
precisamente. En Zürich, durante un trasbordo, tras subirme
al avión, tres hombres en un castellano perfecto me pidieron
que les acompañara, me desnudaron completamente, se llevaron
todo y me dejaron 20 minutos solo con café y pastas.
P.- ¿Qué pasó cuando volvió?
R.- Me hirió bastante que la gente me mirara con miedo. Me
tocó soportar algo que no me correspondía y mi ropa
apestaba, imagino que a los productos que le echarían para
detectar si tenía explosivos. Da la impresión de que esto
tipo de cosas ya vienen en el lote y no sé si quiero
acostumbrarme a ello.
P.- Desde el 11-S ha pasado ya mucho tiempo. ¿Cómo van
evolucionando las cosas?
R.- Humo un momento álgo meses después y ahora las cosas se
han suavizado, pero cuando voy con mi chica a un aeropuerto,
aún en un vuelo nacional, su pasaporte no llama la atención.
El mío suele pasar ciertas comprobaciones en el ordenador.
P.- De esa sensación nace ‘Salvador. Historia de un
milagro cotidiano’, el cortometraje con el que ganó el Goya
de este año
R.- No, creo que precisamente de lo contrario, de la
necesidad de metabolizar una desgracia, la del 11-M, que me
dejó K. O., en estado de shock, que no sabía cómo
administrar por dentro. Somos muchos los musulmanes luchando
porque se nos pierda el tiempo, y la mejor manera para ello
es conocernos. Lo del 11-M me dejó sin argumentos. ¿Cómo
rebatir eso? ‘Salvador’ fue mi respuesta.
P.- ¿Qué buscaba con la película?
R.- Una catarsis para mi dolor. Lo perseguía para mí y si lo
he conseguido también con los espectadores... Maravilloso.
P.- Seguramente le dejó peor que si la masacre la hubiera
perpretado ETA
R.- Claro. El atentado, desde el principio, no parecía ser
obra de ETA. Unos capullos, porque no tienen otro nombre,
pretenden monopolizar la etiqueta del Islam, pretenden
adueñarse de lo que es ser musulmán. Y no es así. Somos dos
mil millones y ellos son estadísticamente despreciables. Y
no sólo como números. Son unos seres despreciables.
P.- ¿Has tenido algún problema, en Ceuta o fuera de aquí,
por decir cosas como estas?
R.- No. Y si genera alguna molestia lo siento por ellos. Lo
que no voy a hacer es plegarme. Mi padre es imam y
probablemente en este tema sea mucho más lúcido que
cualquiera. Él dectectó lo que venía antes que nadie. Esas
interpretaciones tan bizarras del Islam no son muy
islámicas. Lo que se hacía en Afganistán no es tan islámico.
Son un error. Aplicar hoy un código de conducta de hace
1.400 años no parece muy razonable. Lo que sí hay que luchar
es por su espíritu. Mahoma era un reformista, buscaba un
nuevo equilibrio social, una nueva justicia. La clave está
ahí.
Religioso... “A mi manera”
P.- ¿Es usted religioso?
R.- Creo a mí manera, con matices. A lo mejor muchos
musulmanes no me considerarían, pero tampoco tiene que haber
un Islam único. Hay tantas formas de Islam como maneras de
vivirlo, pero sí noto que mi vínculo con la realidad vibra
porque en todo esto hay algo más, un milagro cotidiano, una
inteligencia que nos supera a todos. Si alguien no lo
aprecia es porque está miope.
P.- Ahora vive en Rusafa, Valencia. ¿Aquí o allí siente
usted un choque de culturas o civilizaciones?
R.- Nunca ha habido choque de culturas, sino de incultos. El
que tiene clara su cultura y la vive con naturalidad no se
siente agredido por otra. En Ceuta he detectado tensiones en
su momento. Esta ciudad ha soportado convulsiones muy
fuertes y siempre hemos tenido un vínculo muy dependiente y
centralista de Andalucía o Madrid. No se nos ha dado la
oportunidad de hacernos mayores y ahora advierto que esta
ciudad está empezando a creer en sí misma: este problema es
nuestro y, aunque precisemos de la ayuda de otros, tenemos
que solucionarlo nosotros.
P.- ¿Se lleva usted bien con Ceuta?
R.- La ciudad ha vivido una evolución bastante paralela a la
mía como persona. Hace diez o quince años mis distintas
partes estaban en riña, no armonizaban, y percibo que a
Ceuta también le está pasando un poco lo mismo.
P.- El largometraje que está preparando arranca aquí
R.- Sí, en el barco, con tres personajes que se conocen
durante la travesía, en la que ocurren cosas que acaban
determinando su futuro.
P.- ¿Ha cambiado mucho su vida ganar el Goya?
R.- Dejas de ser invisible. No es lo mismo ir de puerta en
puerta pasando veinte filtros para que quien decide le eche
un vistazo que tener un contacto directo con los productores
y sembrar la curiosidad en ellos directamente.
P.- Usted tiene que saber mucho de la invisibilidad
porque ha pasado por casi todas partes: desde el andamio
hasta los campos de fútbol
R.- Sí, pero creo que todo me ha dado algo. Una cosa es
subsistir y otra hacer lo que te gusta. Para lo primero he
tenido que trabajar de muchas cosas, pero estoy convencido
de que he aprendido más de cine trabajando dos años como
albañil que haciendo muchos cursos. Me enseñó a tener una
relación concreta con lo que hago, sin tanto mareo.
P.- Volver al papel en blanco desde el ladrillo debió ser
duro
R.- Yo cogí una tarjeta y la pegué en el ordenador: ‘¿De qué
coño quieres escribir?’, decía. Un mes después entró una
brisa por la ventana y se descolgó el papel. Fue, como diría
Jodorowski, muy psicomágico. Ahora, entre mi hijo y el ruido
de la principal arteria de Valencia, donde vivo, encuentro
muy poco tiempo para escribir. La solución es irme al campo,
sin cobertura, en paz, y así vivir en la película.
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