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sociedad - MARTES, 2 DE SEPTIEMBRE DE 2008


hermana Matilde Dávila. reduan.

dia de ceuta
 

25.335 días de viaje
con los desfavorecidos

La Congregación de las Hermanas Adoratrices recibe hoy una de las medallas de la Autonomía más merecidas por su labor desinteresada con la población marginada de Ceuta desde el año 1935
 

CEUTA
Rober Gómez

ceuta
@elpueblodeceuta.com

MÁS de 25.000 días de solidaridad con los más desfavorecidos bien merecen un día de homenaje a la Congregación de las Hermanas Adoratrices, aunque ellas son reacias a cualquier tipo de reconocimiento. “Hubiéramos preferido un cheque para los pobres”, manifiesta la extremeña Matilde Dávila Manotas cuando todavía la grabadora no está en marcha. “Al principio dijimos que no merecíamos la medalla” –no se engañe hermana Matilde–, “habrá gente que tenga más valores, nosotras sólo lo hacemos por Dios”.

Lejos de los fastos del Vaticano, existe desde 1959 un convento en una ladera de la barriada de El Sardinero donde ahora sólo son cuatro hermanas las que viven el mensaje de Jesucristo; un convento que acoge chicas bienaventuradas, porque llegaron llorando y fueron consoladas –es lo que dice el Nuevo Testamento–. Es el modesto e inmenso granito de arena que las Hermanas Adoratrices de Ceuta ponen a un mundo caótico en el que cerca de mil fortunas superan el billón de dólares y en el que mil millones de personas sobreviven con menos de un euro al día.

Los inicios de la Congregación se remontan a 1935, para sumar esos 25.335 días de solidaridad desinteresada. Justo antes de que estallase la Guerra Civil, las hermanas llegaron a Ceuta en una situación económica precaria. Aún así, ayudaron a gente más desfavorecida todavía para ganarse con rapidez el respeto y la admiración de los ciudadanos. A lo largo de su historia nunca hubo ningún tipo de distinción por credo, raza o cultura.

En aquellos terribles años de guerra y postguerra, la Congregación de las Adoratrices no cesó de luchar por atender a las chicas necesitadas que acudían a la casa-colegio en busca de ayuda; y no sólo ellas; en unos momentos de penuria muchas familias llamaron a sus puertas encontrando respuesta a sus necesidades.

El paso de los años ha demostrado que la misión adoratriz ha ido adaptándose a los tiempos. En sus inicios, las religiosas dedicaron sus esfuerzos a ayudar a chicas que por diferentes circunstancias se veían obligadas a recurrir a la prostitución. La Congregación les ofreció una alternativa a su situación, brindándoles un hogar y unos conocimientos educativos y morales que propiciaron su integración en la sociedad.

También encontraron amparo chicas con problemas familiares, huérfanas o procedentes de entornos humildes. Todas eran acogidas. Algo que sigue ocurriendo actualmente. Así, Matilde nos comenta que hace unos días llamó a su puerta una chica sin papeles y que pasó toda una noche sin dormir pensando qué solución dar a la chica marginada. Pese a su situación de ilegalidad, las hermanas no dudaron en acoger a la chica. Ya pudieron volver a dormir con la conciencia tranquila seguras de que habían hecho lo correcto.

Los tiempos han cambiado y ya no se presta el mismo tipo de ayuda que hace unos años. Esto ha motivado que la labor de las Adoratrices se haya ido adaptando a la necesidades sociales.

Cuatro hermanas

Actualmente, la comunidad está formada por cuatro hermanas –Matilde, Teresa, Juana e Isabel–, que continúan desempeñando una destacada labor en materia social. Entre sus funciones, destaca la gestión de la casa de acogida, donde son atendidas mujeres víctimas de la violencia de género o chicas inmigrantes que en ocasiones llegan embarazadas o con un recién nacido en su regazo. Supone una salvación para aquellas chicas que se encuentran en una situación totalmente desfavorable. “Nuestra labor principal es con nuestras jóvenes, que son las que más nos necesitan”, comenta Matilde, “porque a esta clase de chicas desfavorecidas no todo el mundo las acoge”, lamenta.

“Nos dedicamos enteramente a chicas madres solteras o que han sufrido violencia de género”, explica la religiosa, que agradece además a los profesores –“que son muy buenos”, dice– para que ellas cuatro puedan dedicarse a las chicas.

No obstante, si por algo son conocidas las Adoratrices de Ceuta es por su labor educativa. La labor de la Congregación va unida a la historia del colegio. De hecho, van de la mano: primero se inició la denominada escuela nocturna, dirigida a jóvenes mayores de 14 años a las que se enseñaba a leer y escribir.

Ahora la función educativa, una vez que el alfabetismo es una obligación estatal, ha pasado a un segundo plano. En la actualidad “es un colegio concertado”, recuerda Matilde, quien destaca entre todos los cursos educativos el programa de integración, “que es muy importante”, acota la hermana, y agradece a los profesores su gran labor. “Los padres de los chiquillos están encantados, porque ven que sus hijos evolucionan estando con los otros chicos”, se felicita Matilde.

No obstante, las hermanas no se han desvinculado totalmente de la educación ya que, por la tarde y con la colaboración de varias voluntarias, se imparte a jóvenes inmigrantes clases de español y costura.

Pero donde, según reitera Matilde, las cuatro hermanas se vuelcan es con “sus jóvenes”, con las chicas, “que son las más necesitadas”, que son las chicas maltratadas o en situación de marginación. “Allá donde vemos injusticia lo tratamos de combatir”, dice, una frase que algunos hemos leído en comics de superhéroes, pero que es en este modesto contexto donde realmente cobra realismo.

Tampoco se puede obviar la ayuda que diariamente prestan a aquellas personas que acuden en busca de alimento o ropa.

Falta de vocación

“Claro que nos gustaría ser más”, responde Matilde a la pregunta de si el convento vivió mejores años, “pero es que no tenemos vocaciones”; motivo por el cual “nosotras cuatro tenemos que dar el cien por cien, porque en lo que tenían que trabajar tres personas trabaja ahora sólo una”.

Ninguna de las cuatro es de Ceuta, sino de Melilla, Ávila, Cartagena y Badajoz. En el caso de la extremeña Matilde, ya van 45 años haciendo el bien por Andalucía y Ceuta.

Matilde no quiere culpar a las nuevas generaciones por esta falta de vocación y prefiere destacar que “es muy solidaria y tienen muy buenos valores”.

“Los jóvenes son muy alegres y entusiastas, pero no quieren comprometerse de por vida”, opina la hermana adoratriz, si bien quiere dejar claro que, aunque no muchas, “nosotras no dejamos de tener vocaciones, siempre hay dos o tres”.

Así, Matilde explica que el día anterior había venido una chica de Ceuta interesada en la Congregación. No obstante, Matilde no se queja. “Estamos muy bien, porque la gente es muy buena con nosotras, tenemos muchas ayudas”, se felicita.

“Necesitamos manos, pero estamos viendo que los laicos también nos ayudan”, expresa Matilde, “y eso es también muy bonito”.

Aunque ya no se dedican a esas labores, según reconoce Matilde, las religiosas del convento realizaron en el pasado muchos trabajos considerados obras de arte. Entre ellas destaca un manto a la Virgen de la Soledad, con el cual se sigue procesionando el Viernes Santo; una túnica al Cristo de Medinaceli o un manto y unas bambalinas a la Virgen de las Penas. “Muchas veces nos llaman para bordar, pero ya no sabemos ni tenemos tiempo, porque si atendemos a las chicas no podemos estar a otra cosa”, indica la religiosa.

“Os he contado la vida y milagros”, ríe Matilde mientras se quita el micrófono, al tiempo que concluye que “lo importante es que nosotras vivamos nuestra consagración con alegría y entusiasmo, porque es la vida que nos llena y la que hemos escogido vivir”. Y el Cielo les sigue.
 


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