MÁS de 25.000 días de solidaridad con los más desfavorecidos
bien merecen un día de homenaje a la Congregación de las
Hermanas Adoratrices, aunque ellas son reacias a cualquier
tipo de reconocimiento. “Hubiéramos preferido un cheque para
los pobres”, manifiesta la extremeña Matilde Dávila Manotas
cuando todavía la grabadora no está en marcha. “Al principio
dijimos que no merecíamos la medalla” –no se engañe hermana
Matilde–, “habrá gente que tenga más valores, nosotras sólo
lo hacemos por Dios”.
Lejos de los fastos del Vaticano, existe desde 1959 un
convento en una ladera de la barriada de El Sardinero donde
ahora sólo son cuatro hermanas las que viven el mensaje de
Jesucristo; un convento que acoge chicas bienaventuradas,
porque llegaron llorando y fueron consoladas –es lo que dice
el Nuevo Testamento–. Es el modesto e inmenso granito de
arena que las Hermanas Adoratrices de Ceuta ponen a un mundo
caótico en el que cerca de mil fortunas superan el billón de
dólares y en el que mil millones de personas sobreviven con
menos de un euro al día.
Los inicios de la Congregación se remontan a 1935, para
sumar esos 25.335 días de solidaridad desinteresada. Justo
antes de que estallase la Guerra Civil, las hermanas
llegaron a Ceuta en una situación económica precaria. Aún
así, ayudaron a gente más desfavorecida todavía para ganarse
con rapidez el respeto y la admiración de los ciudadanos. A
lo largo de su historia nunca hubo ningún tipo de distinción
por credo, raza o cultura.
En aquellos terribles años de guerra y postguerra, la
Congregación de las Adoratrices no cesó de luchar por
atender a las chicas necesitadas que acudían a la
casa-colegio en busca de ayuda; y no sólo ellas; en unos
momentos de penuria muchas familias llamaron a sus puertas
encontrando respuesta a sus necesidades.
El paso de los años ha demostrado que la misión adoratriz ha
ido adaptándose a los tiempos. En sus inicios, las
religiosas dedicaron sus esfuerzos a ayudar a chicas que por
diferentes circunstancias se veían obligadas a recurrir a la
prostitución. La Congregación les ofreció una alternativa a
su situación, brindándoles un hogar y unos conocimientos
educativos y morales que propiciaron su integración en la
sociedad.
También encontraron amparo chicas con problemas familiares,
huérfanas o procedentes de entornos humildes. Todas eran
acogidas. Algo que sigue ocurriendo actualmente. Así,
Matilde nos comenta que hace unos días llamó a su puerta una
chica sin papeles y que pasó toda una noche sin dormir
pensando qué solución dar a la chica marginada. Pese a su
situación de ilegalidad, las hermanas no dudaron en acoger a
la chica. Ya pudieron volver a dormir con la conciencia
tranquila seguras de que habían hecho lo correcto.
Los tiempos han cambiado y ya no se presta el mismo tipo de
ayuda que hace unos años. Esto ha motivado que la labor de
las Adoratrices se haya ido adaptando a la necesidades
sociales.
Cuatro hermanas
Actualmente, la comunidad está formada por cuatro hermanas
–Matilde, Teresa, Juana e Isabel–, que continúan
desempeñando una destacada labor en materia social. Entre
sus funciones, destaca la gestión de la casa de acogida,
donde son atendidas mujeres víctimas de la violencia de
género o chicas inmigrantes que en ocasiones llegan
embarazadas o con un recién nacido en su regazo. Supone una
salvación para aquellas chicas que se encuentran en una
situación totalmente desfavorable. “Nuestra labor principal
es con nuestras jóvenes, que son las que más nos necesitan”,
comenta Matilde, “porque a esta clase de chicas
desfavorecidas no todo el mundo las acoge”, lamenta.
“Nos dedicamos enteramente a chicas madres solteras o que
han sufrido violencia de género”, explica la religiosa, que
agradece además a los profesores –“que son muy buenos”,
dice– para que ellas cuatro puedan dedicarse a las chicas.
No obstante, si por algo son conocidas las Adoratrices de
Ceuta es por su labor educativa. La labor de la Congregación
va unida a la historia del colegio. De hecho, van de la
mano: primero se inició la denominada escuela nocturna,
dirigida a jóvenes mayores de 14 años a las que se enseñaba
a leer y escribir.
Ahora la función educativa, una vez que el alfabetismo es
una obligación estatal, ha pasado a un segundo plano. En la
actualidad “es un colegio concertado”, recuerda Matilde,
quien destaca entre todos los cursos educativos el programa
de integración, “que es muy importante”, acota la hermana, y
agradece a los profesores su gran labor. “Los padres de los
chiquillos están encantados, porque ven que sus hijos
evolucionan estando con los otros chicos”, se felicita
Matilde.
No obstante, las hermanas no se han desvinculado totalmente
de la educación ya que, por la tarde y con la colaboración
de varias voluntarias, se imparte a jóvenes inmigrantes
clases de español y costura.
Pero donde, según reitera Matilde, las cuatro hermanas se
vuelcan es con “sus jóvenes”, con las chicas, “que son las
más necesitadas”, que son las chicas maltratadas o en
situación de marginación. “Allá donde vemos injusticia lo
tratamos de combatir”, dice, una frase que algunos hemos
leído en comics de superhéroes, pero que es en este modesto
contexto donde realmente cobra realismo.
Tampoco se puede obviar la ayuda que diariamente prestan a
aquellas personas que acuden en busca de alimento o ropa.
Falta de vocación
“Claro que nos gustaría ser más”, responde Matilde a la
pregunta de si el convento vivió mejores años, “pero es que
no tenemos vocaciones”; motivo por el cual “nosotras cuatro
tenemos que dar el cien por cien, porque en lo que tenían
que trabajar tres personas trabaja ahora sólo una”.
Ninguna de las cuatro es de Ceuta, sino de Melilla, Ávila,
Cartagena y Badajoz. En el caso de la extremeña Matilde, ya
van 45 años haciendo el bien por Andalucía y Ceuta.
Matilde no quiere culpar a las nuevas generaciones por esta
falta de vocación y prefiere destacar que “es muy solidaria
y tienen muy buenos valores”.
“Los jóvenes son muy alegres y entusiastas, pero no quieren
comprometerse de por vida”, opina la hermana adoratriz, si
bien quiere dejar claro que, aunque no muchas, “nosotras no
dejamos de tener vocaciones, siempre hay dos o tres”.
Así, Matilde explica que el día anterior había venido una
chica de Ceuta interesada en la Congregación. No obstante,
Matilde no se queja. “Estamos muy bien, porque la gente es
muy buena con nosotras, tenemos muchas ayudas”, se felicita.
“Necesitamos manos, pero estamos viendo que los laicos
también nos ayudan”, expresa Matilde, “y eso es también muy
bonito”.
Aunque ya no se dedican a esas labores, según reconoce
Matilde, las religiosas del convento realizaron en el pasado
muchos trabajos considerados obras de arte. Entre ellas
destaca un manto a la Virgen de la Soledad, con el cual se
sigue procesionando el Viernes Santo; una túnica al Cristo
de Medinaceli o un manto y unas bambalinas a la Virgen de
las Penas. “Muchas veces nos llaman para bordar, pero ya no
sabemos ni tenemos tiempo, porque si atendemos a las chicas
no podemos estar a otra cosa”, indica la religiosa.
“Os he contado la vida y milagros”, ríe Matilde mientras se
quita el micrófono, al tiempo que concluye que “lo
importante es que nosotras vivamos nuestra consagración con
alegría y entusiasmo, porque es la vida que nos llena y la
que hemos escogido vivir”. Y el Cielo les sigue.
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