Ser feriante no es tarea fácil. A la dureza de ir de un
lugar a otro recorriendo ferias y todo tipo de fiestas
locales se suma el hecho de que no siempre se trata de una
inversión con futuro. Hay atracciones que duran eternamente,
o casi, ya que siempre atraen a un gran número de personas,
no importa lo mucho o poco que hayan evolucionado los
tiempos ni las tecnologías, tal es el caso de los coches de
choque, las montañas rusas, los trenes de la bruja o la rana
y el pulpo.
Otras no tienen tanta suerte y subsisten a duras penas
porque no logran enganchar a la gente o porque son demasiado
caras, algo frecuente con los simuladores, las norias
panorámicas o, en esta feria, la uve.
Pero, además, hay otras casetas dedicadas al ocio que
también se encuentran en la calle del Infierno y que siguen
atrayendo al público, ansioso de conseguir regalos, peluches
o, simplemente, de mostrar su puntería, se trata de las
tómbolas.
El mecanismo puede variar de unas a otras pero el resultado
es el mismo: un premio, ya sea por haber ganado o como
consolación.
Sin duda las más llamativas son las del bingo: un cartón,
varios números y un locutor cantando bolas hasta que alguien
cierra su cartón y se lleva un premio. Pero también hay
otros sistemas: la pesca de patitos que flotan en un
estanque que da vueltas, el lanzamiento de pelotas para
arrojar latas, disparos con fusiles de juguete y las
carreras de camellos. Las preferidas de los adultos son los
bingos y los camellos, en estas últimas se trata de apostar
por aquel que pensamos que va a resultar ganador. En este
caso lo de menos suele ser el premio, nada supera la emoción
de ver a una decena de camellos de plástico correr por un
ficticio desierto.
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