Reconocida en el ámbito internacional desde su concepción
misma, ya que el proyecto fue primer premio del concurso
Europan V, la promoción de vivienda pública (VPP) del Hacho,
que costó 14,3 millones, se ha visto transformado sin
control por sus adjudicatarios en tan sólo tres años. Las
fachadas en poco se parecen a las diseñadas por los
arquitectos.
Desde su misma concepción y hasta hoy, el proyecto de
viviendas de protección pública (VPP) del Hacho ha sido
distinguido con premios nacionales e internacionales. Ello
no ha sido óbice, sin embargo, para que los adjudicatarios
de estas 86 viviendas no respetaran su arquitectura y las
hayan convertido, en palabras de uno de los arquitectos que
las diseñó, Juan González Mariscal, en una suerte de
“chabolismo vertical”.
Estas cuatro torres, construidas en un largo proceso de
cinco años que dejó incompleto el proyecto -pues faltan dos
de las seis que constituían el conjunto-, recibieron en 1998
el primer premio del concurso internacional de ideas Europan
V. La promoción comenzó a edificarse en 2004 por la
constructora Acciona y no se terminó hasta 2009. Para los
127 pisos que habrían de construirse (que quedaron en 86),
el entonces Ministerio de Vivienda destinó 12,5 millones de
euros. Con posterioridad, en octubre de 2007, la empresa
municipal de la vivienda, Emvicesa, solicitó una ampliación
de la subvención al haber aparecido “problemas técnicos” en
la construcción. El ministerio aportó 1,8 millones extra.
“Lo cierto es que el terreno es difícil, pero de una de las
dos torres por construir están hechos los cimientos, así que
lo que queda es mínimo”, señala el arquitecto. Y es que una
de las bases del proyecto era precisamente el
aprovechamiento de la antigua cantera de piedra que había en
el solar. Se trataba de crear un “paisaje salvaje”, un
concepto predominante en contraposición al de “ciudad
domesticada”. El emplazamiento propuesto por el concurso
Europan V respondía, según los arquitectos, del Estudio
sevillano MGM (Morales-Giles-Mariscal), a esa concepción de
construcciones que se adaptan a “fosas, huecos y pequeñas
planicies para ir colonizando la singularidad del lugar”. De
hecho, cada una de las seis torres proyectadas se “clava” en
las antiguas excavaciones de la cantera. Además, se trató de
“arañar” lo mínimo el suelo, por lo que la roca se
“introdujo” en los edificios.
Por otro lado, se tuvo en cuenta la necesidad de proteger
las casas de la “agresividad del viento de levante”, que
según se recogía en el proyecto sopla en la ciudad 200 días
al año con una media de 80 km/h. Estas condiciones fijaron
“las decisiones sobre el proyecto”, y, los espacios
intermedios se diseñaron al aire libre, para que sirvieran
de “ventilación e iluminación” de la vivienda dado el
“ambiente húmedo” del clima ceutí.
Nada de ello parece haber importado a los adjudicatarios de
estos 86 pisos. A 30 de ellos, menores de 35 años, se les
entregaron el 29 de junio de 2009 mediante un sorteo en el
que participaron 818 aspirantes. El resto, se repartió entre
personas elegidas por la Comisión de Vivienda (32), otras
afectadas por “ruinas y convenios” (18) y minusválidos (6).
Apenas tres años después, la mayoría de las viviendas
aparecen visiblemente modificadas ya en el exterior. Las
fachadas del edificio en poco se parecen a las originales,
que se dotaron de un “tramex” o malla metálica, un elemento
que según González Mariscal, se eligió para dar “privacidad”
y hacer de “filtro” de la luz.
Ahora, la trama metálica se ha cortado en muchos de los
casos y en su lugar aparecen descarados añadidos de obra,
nuevos cerramientos, ventanas, puertas y balcones, muretes
de ladrillo visto, tendederos... “La arquitectura no se
respeta nada porque no se sabe interpretar”, concluye el
arquitecto.
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