Los líderes sindicales de CCOO y UGT comparecieron a
mediodía ante los medios sinceramente emocionados por el
resultado de una convocatoria de huelga general que a esa
hora todavía dejaba en las calles de la ciudad una imagen de
Ceuta más propia de un sábado que de un domingo.
La ciudad amaneció sucia y silenciosa, con los contenedores
de basura atestados con los residuos depositados el día
anterior que nadie se ocupó de retirar por la noche y todas
las obras paradas, desperezándose más como si fuera un
sábado que un domingo, con la única algarabía natural de los
colegios, que abrieron como cualquier otro miércoles.
Nadie tuvo problema alguno en el centro para encontrar dónde
desayunar, tomar un café, comprar tabaco o abastecerse de
víveres en el Mercado de Abasto, misiones matutinas
rutinarias. Tampoco para encontrar un taxi disponible o un
autobús del servicio público de transporte urbano, que aún
por debajo de sus niveles habituales operó con relativa
normalidad gracias al alto nivel de servicios mínimos
establecidos y al escaso tráfico que, hasta bien entrada la
mañana, registraron las principales arterias del centro.
Más allá de Puertas del Campo la imagen de la huelga general
se acercó más a la que se recuerda de una iniciativa de este
tipo de convocatorias: un porcentaje sensiblemente superior
de pequeños comercios de la periferia sí echaron la
persiana.
De ahí, de los dos grandes hoteles de la ciudad (el Muralla
y el Tryp, prácticamente sin empleados) y de las grandes
superficies, donde la fuerza de los Comités de Empresa es
todavía considerable, salieron los datos que ofrecieron
Aróstegui y Gil a los periodistas, que a los que aseguraron
que entre el 50% y el 70% de los trabajadores de la
Hostelería y el Comercio habían seguido sus consignas.
Los números no se corresponden, por ello, con la impresión
de la ciudadanía a pie de calle: “Está todo abierto”,
aseguró a las 9.00 horas un suministrador de bebidas al
periodista en la puerta de un bar. “Nadie hace huelga”,
zanjó otro transportista junto a la Plaza de la
Constitución.
Los periódicos locales y nacionales, que llegaron a su cita
con los lectores sin contratiempos pese al rigor con el que
se ciñeron a los servicios mínimos los empleados de la
Autoridad Portuaria, contribuyeron a diluir cualquier
impresión de excepcionalidad pese al trabajo de los piquetes
informativos, que empezaron su tarea a medianoche y la
dieron por terminada por la tarde, cuando Ceuta volvió en sí
y comenzó a vivir de nuevo a mitad de semana.
Pasada la hora de comer eran excepción los establecimientos
que seguían cerrados en el Revellín y ya nadie, como habían
hecho algunos por la mañana, operaba con la puerta a media
asta y un ojo en la tienda y otro en la calle.
Pasaron los tiempos del sindicalismo agresivo y de la
silicona en las cerraduras, aunque persiste el mito. Hubo
empresas que trabajaron a pleno rendimiento con la persiana
cerrada y otras que pidieron a sus empleados que lo hicieran
sin uniforme. Hasta Correos, denunció UGT a la prensa,
insinuó a sus carteros que si querían podían repartir ayer
“camuflados”.
No hubo, sin embargo, incidente alguno y hasta el delegado
del Gobierno alabó a los sindicatos por su “responsabilidad”
y cortés desempeño en la batalla. Todos parecían saber que
la ceutí no es, con sus miles de funcionarios, sus miles de
autónomos y sus miles de empleados precarios difícilmente
proclives a jugarse el puesto o los 100 euros que podía
costar ir a la huelga, plaza fácil para un paro de este
tipo, el séptimo que se convoca en el país desde 1978.
Por ello, aún registrando la tercera peor ratio de
participantes en la convocatoria (55%), sólo por detrás del
País Vasco (30%) y Melilla (40%), los sindicatos se
mostraron casi exultantes, proclamaron la magnífica salud
del sindicalismo de clase y auguraron una campaña sin tregua
para hacer frente a la huelga general y obligar a Zapatero a
rectificar.
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