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ACTUALIDAD - MARTES, 2 DE MARZO DE 2010


interior de un autobús. reduan.

vandalismo en el principe
 

La hora caliente de la Línea 8

EL PUEBLO presencia cómo los escolares atemorizan al pasaje del autobús y arremeten contra los accesorios del vehículo en un estallido de violencia colectiva que se repite cada día lectivo
 

CEUTA
José García

ceuta
@elpueblodeceuta.com

El servicio tiene su mala hora. Lo saben todos: el inspector, el chófer, los usuarios. En cuanto la línea 8 de autobuses pare en Puertas del Campo para recoger a los escolares del Príncipe, muchos de ellos todavía impúberes, se armará la gresca. La de hoy es la crónica de una violencia anunciada y vociferada por los propios medios de comunicación.

“No se dan cuenta que están perjudicando a sus propios padres y madres. Porque acabarán suspendiendo la línea y serán ellos los que se quedaran sin el servicio”, comenta a un corrillo una mujer, vecina del propio barrio, en el apeadero del centro, momentos antes de subir al autobús. Lo vive cada día y todo lo que va a ocurrir de ahora en adelante parece bastante predecible.

En Puertas del Campo ya se ha llenado el autobús. La puerta central se abre para dar salida a una pasajera, circunstancia que es aprovechada por un tropel de adolescentes para subir al vehículo sin pasar por taquilla. Gritos, golpes, música estridente anuncian que han llegado los escolares del Príncipe para exasperar a sus propios vecinos, principales usuarios de esta línea.

Los más conflictivos ocupan la hilera de asientos traseros del autobús. Desde allí, y aprovechando la invisibilidad que les proporcionan otros compañeros que viajan de pie, colocados a modo de parapeto, se fragua la algarada. Los vecinos del barrio siguen buscando responsables de lo que vienen padeciendo: “La culpa es de la Ley del Menor y el gobierno que la ha puesto”, insiste la misma usuaria que había estado quejándose en el punto de partida del trayecto.

Palmas insistentes, melodías discotequeras a todo volumen y el grito intermitente y agudo de uno de los escolares sirven para exacerbar los ánimos de los adolescentes, en lo que parece un nuevo estallido de violencia colectiva. La excitación se masca en el ambiente.

Quienes han intentado aproximarse al fenómeno de la violencia juvenil desde la perspectiva psicosocial aseguran que los actos vandálicos representan la opinión no expresada con palabras de los menores conflictivos sobre al estado de las cosas. Los ataques al patrimonio común vendrían a expresar ese descontento.

Bienvenida al barrio

El vocerío y el ruido que precede al aporreo de las lunas del vehículo y los empellones al resto de usuarios parecen corroborar esta presunción. El vórtice de la excitación se alcanza cuando el autobús penetra en al barrida de Príncipe Alfonso: un objeto impacta sobre la luna trasera del vehículo para dar la bienvenida a los jóvenes escolares. La turba parece incontrolable.

En todo caso, el pasaje no se amilana. Una vecina de avanzada edad se ha levantado de su asiento, se ha vuelto hacia los escolares y les ha increpado en árabe: “¿Para que vais al instituto? ¿Qué os enseñan allí? ¿A comportaros como unos cafres?”. Los adolescentes hacen caso omiso.

Ha llegado la parada donde se apea la gran mayoría de los escolares. Los jóvenes desaparecen entre collejas y empujones, la música ensordecedora del MP3 languidece al alejarse, los golpes a los accesorios del vehículo se van atenuando. Pero a los viajeros les queda todavía el susto final: una de las menores que viajaba en el autobús, que había pasado todo el trayecto soltando improperios, arremete con una piedra, una vez en tierra, contra la cristalera del vehículo. Un milagro evita que se fracture.

La paz se va imponiendo al vaciarse el autobús. Ya sólo quedan unos cuantos vecinos y muy pocos adolescentes, dispuestos a seguir imponiéndose al resto del pasaje a pesar de su inferioridad numérica. Sin música de fondo, los adolescentes siguen poniendo melodía a sus fechorías tamborileando sobre el respaldar de los asientos. Hace falta llegar a Loma Colmenar, donde se levanta el nuevo hospital civil de la ciudad y donde se produjo el viernes el último apedreamiento, para que los jóvenes terminen de evacuar el autobús y la calma regrese al servicio. El chófer apenas intercambia tres palabras con los adolescentes para advertirles que deben tocar el timbre antes de llegar a la parada. La luz iridiscente del mediodía atraviesan los cristales del vehículo. El autobús debe regresar.

El trayecto de vuelta no tiene ni punto de comparación con el de ida. Los vecinos que viajan en él de camino al centro es gente pacífica, sin ira contenida. Aunque la historia de la línea 8 parece el relato de un desacuerdo: la de los adolescentes que expresan, en el fragor del alboroto, su descontento con el estado de las cosas, y la de los vecinos, que no parecen resignarse a la cotidianidad con que ha logrado imponerse el vandalismo y la violencia juvenil en el barrio. Un problema gestado durante muchos años al que ninguno de los poderes públicos parece encontrar una solución para devolver el sosiego al cansado vecindario de esta emblemática barriada de la ciudad de Ceuta.
 


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