M arejada de colores, marejada de viento, y oleaje de
peregrinos en las montañas. La tradición de Ceuta mantiene
su lugar; los pequeños toman el relevo de los mayores
mediante un flujo de conocimientos imperceptibles que
transitan por las edades y se depositan como residuos
orgánicos en las memorias de los ceutíes. Los jóvenes ocupan
el espacio de sus ancentros en un monte limpio y verde, que
no cambia, que mantiene su flora y aspecto perenne en la
falda de la Mujer Muerta, tan viva para los que la ven: como
un respingo de sabiduría que gobierna a la ciudad desde el
límite occidental de García Aldave, la montaña militar y
legionaria.
La mochila subió al monte cargada de frutos secos, prendida
de las anillas de la adolescencia, del día de todos los
Santos. A la hora punta de tráfico, las 11:30, parte de los
merenderos ya estaban ocupados por familias numerosas. En un
recodo de la playa Benítez, bajo un ficus que sirve de
sombra, las familias de Casanova, Reyes, Villatoro y
González cocinaban la primera etapa del almuerzo y ofrecían
un vinito dulce de Cádiz al periodista y al fotógrafo. “Hoy
hubiérmos preferido que no hubiera ficus, porque con este
tiempo apetece el solecito”, comentó uno de ellos. Desde las
siete de la mañana este grupo de amigos asumía el día con la
sonrisa que otorga la humildad, bajo un viento de levante
que castigaba a los valientes en el día de ayer. En el otro
extremo de la playa, otro grupo de familias celebraba el
cumpleaños de África Sánchez Pacheco. “Que salga la edad, me
da igual”, comentaba dispuesta. Ya van 45 años completados
entre la familia y muchas mochilas llenas de frutos secos.
Entre el resto de playeros, los más aguerridos del grupo,
voluntarios sin nombres, afianzaban los clavos en la arena
para sujetar las tiendas de campaña, un combate con el
viento. Colina arriba, se mostraba el monte vestido de hojas
verdes y saludaba aún con fuerza a los rezagados, entre
ellos Juan Vivas, presidente de la Cudad, que aparecía en el
mirador de Isabel II pasada la una de la tarde. Vestía un
traje de sport y, junto a él, Yolanda Bel, la portavoz del
Gobierno, con un chándal de última moda y apto para la
ocasión. Poco más tarde, Jenaro García-Arreciado, delegado
del Gobierno, coincidía en el mismo apeadero para tomar
parte activa de la jornada.
Imposible de contar la asistencia de público, los presentes
valoraban como descendente la participación de este año con
respecto a la pasada temporada en el Día de la Mochila: el
puente, el levante y el frío, circunstancias patentes de
este desvarío. En la otra colina, en el Hacho, el llano de
la potabilizadora apenas registraba una decena de coches.
“Esto, otros años estaba repleto, de esquina a esquina”,
indicaba un asiduo al lugar en esta fecha. Sí presentaban un
aspecto concurrido el mirador de San Antonio y el parque de
San Amaro, a la espalda de la montaña y al refugio de los
coletazos del levante. La fusión irreverente entre el mar y
la montaña también se produjo de forma humana. Alguno
confundió el día del fruto seco y la talega con el del
pescado y el anzuelo. Una cola de 15 minutos asistía a los
presentes en el restaurante Caballa alrededor de las 14:30
horas.
Los voluntarios de Obimasa tuvieron que conformarse con un
almuerzo ligerito, entre el abrazo de las ramas. En
Aranguren, un par de operarios repartían información acerca
del monte y folletos de concienciación para mantener el
refugio medio ambiental de la ciudad a salvo. Otra
colaboradora, una guía, partía a las 12:40 con un grupo de
expedicionarios, de mochileros dispuestos a descubrir la
flora desconocida de García Aldave. En la Tortuga, las
fuerzas de asistencia y seguridad controlaban sin demasiado
trabajo todo el campo de visita de los mochileros. Tan sólo,
al filo de las 13:00 horas, una chica de apenas cinco años
caía por el terraplén de la pista de las carreras de la
legión. La Cruz Roja la llevó en seguida al hospital, donde
se le hicieron diversas placas.
La tarde se puso tras el monte, y en las mesas figuraban los
bingos, las cartas y los juegos apropiados. En las bolsas de
basura, todos los residuos del día y la fatiga acumulada
tras una jornada de vivencias. Se escapaba el sol por el
horizonte y en los senderos y carreteras se formaban las
filas de coches que despedían un nuevo año del Día de la
Mochila.
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El viento, el frío y el puente impiden una
mayor asistencia de público en el monte
Aparte de la provisión culinaria,
los peregrinos del monte tuvieron que recogerse tras la ropa
de abrigo, ya que el frío se mezcló con el levante para
azotar con rabia en los lugares de playa y en las colinas.
“Nos hemos venido de la potabilizadora porque había un
remolino de viento”, explicaba una de las asistentes, que
buscaba sitio en la curva de las Viudas. Las tiendas de
campaña tuvieron que ser clavadas continuamente debido a la
intensidad del viento, sobre todo en la playa. En el Hacho,
muchos encontraron el refugio en San Antonio y San Amaro.
Algunos jóvenes han decidido que se quedarán hasta el
domingo en las tiendas de campaña instaladas. Se han
previsto vientos de similar intensidad y temperaturas
parecidas a las de ayer para el fin de semana.
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