Aguantarán el tiempo que haga falta. No les importa pasar
hambre, frío o miedo. Saben que no quieren volver a su país.
Bangladesh no es una opción para los 33 hombres que
comparten un trozo de monte ceutí desde hace más de dos
meses. A muchos le flaquea la fuerza y apenas salen de sus
improvisadas tiendas de campaña. Otros, más aventurados,
incluso dan una vuelta por las calles de Ceuta, algo que
parece normal pero que se complica si te pueden expulsar en
cualquier momento del país.
Desde 1971 Bangladesh ha recibido 30 billones de dólares.
Los mayores donantes son el Banco Mundial, el Banco asiático
de desarrollo, el Programa de desarrollo de las Naciones
Unidas, los Estados Unidos, Japón, Arabia Saudita y Europa
oriental. Con cerca de la mitad de la población por debajo
de la línea de la pobreza, Bangladesh posee el índice de
pobreza más alta del sureste asiático y el tercero en el
mundo, por detrás de la India y China. Como otros países en
la misma situación de desarrollo, Bangladesh arrastra un
gran déficit fiscal, e importantes deficiencias en la
calidad de los servicios sociales.
Posiblemente esto explique porqué miles de bangladeshíes,
cada año, deciden empeñar su vida y alejarse de su familia
para dar el salto a Europa, atravesando medio continente
africano e intentando acceder a España, normalmente, a
través de Marruecos. A esta delicada situación, hay que
sumar que los inmigrantes procedentes de lugares como
Bangladesh viven en España en un total limbo jurídico debido
a que no existen acuerdos de repatriación con su país.
La red ‘Ferrocarril Clandestino’, que defiende que “los
problemas y las extremas condiciones de vida de los
inmigrantes no son algo ajeno a nuestra realidad sino
consecuencia y parte del orden social en el que vivimos”,
denunció que el Gobierno español intenta que India reconozca
como suyos a estos ciudadanos y se haga cargo de la
repatriación, pero la situación es “un tira y afloja” porque
aquel “es un país muy complicado” que “se niega” a reconocer
a los inmigrantes. Para conseguirlo, España “juega con la
posibilidad de abrir a cambio una embajada en Bangladesh” y
“eso están negociando”.
Ellos están en el monte
Mientras tanto 33 bangladeshíes continúan viviendo en
condiciones infrahumanas en un improvisado campamento en el
interior del monte ceutí. Ellos están ajenos al lenguaje
jurídico con el que manejan sus vidas. Tampoco saben que
ciudadanos anónimos en grandes capitales, como Madrid y
Sevilla, se manifiestan en su apoyo. Sólo saben que pasan
frío y hambre. También saben que están enfermos y que no
tienen medicinas. Y que el miedo les acompaña cada noche
porque jabalíes y serpientes no son los mejores compañeros
de habitación.
El techo de un automóvil sirve de improvisada mesa en la que
se reunen a la hora de comer, siempre que hay comida. El
arroz sustenta su dieta, el pan es demasiado caro para unos
hombres que llevan años sin trabajar y que se frustran
cuando lo reconocen. Sólo tienen tres tiendas de reducidas
dimensiones. Cada una de ellas es compartida por más de una
decena de personas.
Las enfermedades los acosan pero sólo les queda aguantar.
Los insectos marcan cada noche sus manos, pies y caras. No
tienen agua desde hace tres días y tampoco saben donde
encontrar ese producto de primera necesidad y que en la
sociedad occidental no se niega ni a los animales, pero si,
al enemigo (ni agua).
Semanas después de su marcha del CETI acudió a visitarlos el
presidente de la Asociación de Bangladesh en España, Eliakat
Hossain. Ellos se preguntan sorprendidos: “¿porqué viene
ahora si llevamos aquí dos meses?”.
Este grupo de hombres no quiere limosnas ni nadie que los
visite para salir en la foto. Quieren trabajar. Por ese
motivo marcharon de su tierra. Intentar ayudar a sus
familias, la mayoría de ellas sumidas en la pobreza, y con
las que llevan años sin hablar.
Mientras tanto mantienen su peculiar lucha que los lleva a
pelear cada día por su vida. Y hay algo que tienen muy
claro. No volverán a Bangladesh o lo evitarán hasta la
extenuación. También saben que nadie se preocupa por ellos.
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“La serpiente llegó, el gato jugaba con ella, y lo mató”
No se han podido permitir el lujo
ni de tener una mascota. Los 33 bangladeshíes decidieron
adoptar a un gato que merodeaba por la zona. Por supuesto,
el animal tenía que buscar su sustento por sus propios
medios, la situación no está para hacer regalos. Morin Polin
explica que hace unos días llegó una serpiente “muy grande”
y que el gato intentaba jugar con el reptil. Al parecer ésta
no estaba para jueguecitos y decidió finalizar por la vía
rápida. “Vimos como lo golpeaba, se fue muy rápido y poco
después el gato se derrumbó muerto”. Ellos no son gatos pero
sienten que la serpiente puede actuar con ellos igual que
con cualquier otro animal de la zona. Tienen miedo.
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