Toca escribir del Barcelona.
Aunque uno sea del Madrid fetén. Y es que el equipo
azulgrana ha conseguido un doblete de ensueño: ahí es nada
ser Campeón de Liga y ganar la Liga de Campeones. Produce
vértigo el mero hecho de pensar en cómo han de sentirse los
profesionales de esa plantilla tan bien dirigida por el
siempre comedido Rijkaard. Y si no fuera porque hay
un Mundial a la vuelta de la esquina, habría que exigirle a
los hacedores de semejante hazaña que estuvieran
celebrándola cuarenta días con sus noches.
No fue fácil darle matarile al Arsenal. Y conviene destacar,
cuanto antes, que los ingleses rondaron el milagro jugando
con diez hombres desde el minuto 18 de la primera parte.
Mejor les hubiera ido, sin duda, sin el derribo de
Lehmann a Eto’o, y que hubiera valido el gol de
Giuly. Porque seguro que habríamos visto un partido
muy distinto y, desde luego, me atrevo a decir que mejor en
todos los sentidos.
Tardó mucho el técnico azulgrana en darse cuenta de que la
superioridad númerica de su equipo le permitía prescindir de
Oleguer. Por más miedo que el técnico holandés
pudiera tenerle a la velocidad de Ljungberg. Que, la
verdad sea dicha, de haber estado su equipo completo, se
habría convertido en la mejor ayuda para un Henry muy
alejado de todos sus compañeros. Aun así, el sueco puso
firme a los defensores azulgrana. Y en un tris estuvo de
decidir el partido con su frenética actividad y su
endiablada velocidad.
Henry, la gran figura del Arsenal y de la selección
francesa, fue el futbolista más perjudicado por la expulsión
de Lehmann. Pues se vio obligado a trabajar más en tareas
defensivas y careció de los apoyos necesarios para finalizar
sus jugadas. A pesar de ello, se plantó tres veces ante
Valdés y estuvo en un tris de marcar. Y si no lo
consiguió, en dos de las tres ocasiones que tuvo, se debió
al cansancio y a que Valdés sacó a relucir todas las
reservas de intuición que atesora.
Si bien sigo pensando que en el uno contra uno son los
futbolistas quienes fallan. Algo similar a los penaltis. Es
más: sin el cansancio acumulado, por el delantero, a buen
seguro que ahora estaríamos hablando de otro resultado. Lo
cual no mengua lo más mínimo la estupenda actuación del
guardameta catalán. De quien ya he dicho, más de un vez, que
es tratado injustamente. Lleva dos temporadas siendo el
portero menos goleado y ha jugado la la Liga de Campeones
con brillantez. Con él se cumple a rajatabla el tópico de
que es mejor caer en gracia que ser gracioso.
Y hablando de gracioso: no me digan ustedes que no lo estuvo
el presidente del Gobierno, José Luis
Rodríguez Zapatero. Lo digo porque pocas veces
vemos a un presidente convertido en hincha acérrimo de un
club y dejándose retratar por las cámaras interesadas en
exponerles a los catalanes los sentimientos azulgrana de
quien pedirá muy pronto el sí para el Estatuto catalán.
A ZP le faltó nada más que ponerse el gorro frigio y
equiparse de blaugrana y tirarse al campo en un momento del
partido, para recriminarle al árbitro, Terje Hauge,
su error al no concederle la ley de la ventaja a Giuly. Uno
conocía la pasión barcelonista del presidente, pero no hasta
el extremo de abrazarse continuamente a Laporta y
gesticular como un cualquiera. Viendo las emociones de ZP, y
sabiendo cómo se las gasta Ángel María Villar y sus
adlátares, caso del presidente de los árbitros, Sánchez
Arminio, mucho me temo que el Madrid va a tardar lo
indecible en ser campeón de nada. Por más que entre por la
senda del bien. De todos modos, ganó un equipo español en un
escenario donde sólo se exhibían banderas extranjeras. Y el
Rey, cual siempre, borboneando y entregado a la causa
catalana.
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