Nada más hacerse público los
sondeos realizados por el Centro de Investigación Social en
Ceuta, fechas atrás, en relación a como están considerados
los líderes políticos de la Ciudad Autónoma, comprobamos que
el estudio del CIS no decía nada que ya no supiéramos: que
Juan Vivas es el político más valorado por los ciudadanos,
casi mayoritariamente.
Le llovieron las alabanzas, apuntaladas con cenefas de
ropajes festivos: es el más inteligente, humilde, buen
gestor, simpático y defensor de las necesidades de su tierra
allá donde es invitado a proclamarlas. Todo ello, sin duda,
prueba palpable de que Vivas ha obtenido un grado de
popularidad inalcanzable, de momento, para ningún otro
político. Y, desde luego, una demostración clara de que
volverá a destrozar las urnas por el peso de los votos
favorables a él.
Sin embargo, tanta demostración de afecto y entrega al
presidente, por parte de los ciudadanos, parece ser que
sirvió para que las personas encargadas de evitarle a Vivas
que se meta en algunos de los muchos jardines que le
acechan, diariamente, se durmieran en los laureles del éxito
del jefe y se dedicaran a pensar sólo en lo bien que se lo
iban a pasar durante los carnavales.
Y ni siquiera tuvieron la precaución de designar a alguien
que, alejado del tumulto de las fiestas carnavalescas,
hubiera permanecido ojo avizor a todo cuanto se estaba
cociendo alrededor de un Vivas que, por causa de una
encuesta, había hecho subir, hasta el desbordamiento, los
niveles de toxinas que había generado la envidia entre sus
enemigos.
Envidia muy acendrada entre quienes lo consideran un
advenedizo de la política. Y lo que es peor: Vivas está
siempre expuesto al peligro del sentimiento de tristeza
existente en alguien que no deja de mirarlo con la
frustración de no haber conseguido él lo que ha logrado un
Vivas a quien tiene por ser menor a la hora de hacer las
correspondientes comparaciones.
Pues bien, asediado por entorno tan peligroso y me imagino
desconocido para él, Juan Vivas se sentó en el patio de
butacas del Instituto Siete Colinas con la única intención
de presidir unas fiestas donde por su condición de bajo en
estatura iba a ser motivo de chanza por los chirigoteros.
Situación pintiparada para dar pruebas evidentes de
tolerancia y de saber soportar estoicamente no la burla
fina, figura retórica que no encaja en estas fiestas, sino
cierto sarcasmo que debería tragarse con la sonrisa en los
labios y el aplauso presto.
Y así lo hizo. Al menos, las fotografías publicadas
reflejaron a un presidente dichoso y riéndose porque su ser
bajo hubiera sido motivo principal de chufla en el concurso
de agrupaciones carnavalescas.
Lo que no sabía el presidente, de ningún modo, es que
mientras él se lo pasaba en grande en la sala (mucho más por
el dominio de sí mismo que estaba ofreciendo ante un público
bullanguero y con ganas de divertirse, que por gustarle las
letras alusivas a su estatura), ya se estaba fraguando el
escándalo contra él y contra la ciudad.
Porque de haberlo sabido, y conociéndolo, nada de lo
ocurrido hubiera sido posible. Y se hubieran evitado los
días en que Ceuta ha vuelto a ser portada de unos medios que
han visto incrementadas sus noticias sensacionales a costa
de una tierra donde ha de primar la moderación por encima de
todo y más que en ningún otro sitio.
A partir de ahora, y en vista de lo sucedido, urge que los
políticos desistan de usarlo como móvil para deteriorar la
imagen de Vivas. Error grave y peligroso. Y en cuanto al
presidente, bien haría con mirar a su alrededor para
escarmentar la inutilidad de quienes le han metido en
semejante jardín. Pues no es aconsejable escurrir el bulto.
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