Azaña es un personaje que aún
sigue despertando pasiones. Todo cuando se ha escrito sobre
él es leído con avidez por quienes no nos cansamos de saber
más acerca de la II República y de unos años convulsivos que
acabaron en tragedia.
La calidad comunicativa de quien fuera ministro de la Guerra
y presidente de la República, fascinaba a cuantos acudían a
sus mítines. Nunca ha habido un profesional de la política
capaz, como él, de convencer con la palabra. Aunque como
bien dice Santos Juliá en la introducción de los Diarios,
1932-1933. “Los Cuadernos Robados”, “Capaz de rendir
voluntades, la palabra nunca basta para destruir obstáculos,
es preciso también el poder, y hasta la fuerza. Y Azaña no
anduvo sobrado de ninguno de ellos”.
Me detengo a leer la ristra de epítetos que le dedicaban y
pienso en la capacidad de aguante que debió tener aquel
hombre que en un santiamén era capaz de poner en ridículo al
oponente más encopetado. Lo calificaron de monstruo:
cobarde, afeminado, sádico, impotente, frustrado, rencoroso,
frío déspota. Un demonio enviado por Dios para atentar
contra los valores de la derecha, llegaron a decir algunos.
De cualquier modo, en sus diarios, de lectura necesaria para
quienes deseen ahondar en la forma de ser del personaje,
dejó pruebas evidentes de que con su pluma era capaz de
fulminar a sus rivales. He aquí lo que escribió en su
cuaderno, entre otras muchas cosas, el día 15 de agosto de
1932.
-Ha venido a verme Ciges Aparicio y me cuenta las tragedias
que ocurren en El Sol. Ciges cree saber, por referencia de
Mourlane Michelena, que Aznar estaba metido “hasta el
cuello” en el complot, pero a primeros de junio se apartó
por consejo de unos amigos. Aznar -afirma Ciges- es
fascista, católico, confiesa y comulga todas la semanas. Y
su azañismo en El Sol es fruto del consejo maquiavélico de
Lequerica”. Otra anécdota más reflejada en el diario, con
fecha 29 de agosto.
“Villanueva, director del Liberal, me escribe enviándome una
carta que le ha dirigido el general de la reserva Luis
Bermúdez de Castro, horrorizado porque a Sanjurjo le han
vestido el uniforme de presidiario. Añade que habría sido
más piadoso matarlo. Pretende Bermúdez que como Caballero de
San Fernando, Sanjurjo tiene derecho al uniforme militar, y
a llevarlo dentro del presidio. ¡Estos militares son
extraordinarios! ¡Les parecerá un honor que su sagrado
uniforme se luzca en un penal!”. La verdad es que la lectura
de los diarios es una gozada de la que no debiera privarse
nadie que guste de bucear en nuestra historia.
A propósito: leyendo Libertad Digital, me encuentro con que
en este diario se publica la hoja de servicio del capitán
Juan Rodríguez Lozano. Del que nadie se hubiera acordado de
no ser el ab uelo de Zapatero. Enfocan la noticia de manera
que creamos que el presidente del Gobierno ha estado
ocultando que su abuelo participó en la represión de los
mineros de Asturias. Y, sin embargo, consiguen un efecto
bumerán; es decir, agrandar la figura del hombre tan querido
por su nieto.
Resulta que Rodríguez Lozano fue un militar africanista, que
salió de la guerra de Marruecos con la Cruz del Mérito
Militar. Y que, además, se mantuvo fiel al Gobierno
Republicano de derecha, cuando en el 34 se armó la que se
armó en tierras asturianas. Pero que también supo mantener
su lealtad con los gobernantes republicanos de izquierda en
el 36.
No cabe la menor duda de que los tiempos son otros y, desde
luego, tampoco Zapatero es Azaña. Si bien los insultos
contra él van creciendo a ritmo vertiginoso. Menos mal que
la historia de su abuelo es mejor que la que él nos cuenta.
Que si no...
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