Entre los muros, casi centenarios, de la residencia de
ancianos Nuestra Señora de África, un grupo de abuelos –con
casi más edad que las paredes que los rodean- toca las
maracas. Unos bailan, otros aplauden. Todos escuchan. La
atención es soberana en las clases de Manoli Buades. La
vieja biblioteca sirve de centro de rehabilitación cada
lunes y jueves desde hace seis años. La profesora duda de
que exista otro centro en España, de estas características,
que se dedique a la estimulación a través de la
musicoterapia. “Aunque esta materia suele estar orientada a
enfermedades concretas, lo de unir la música y la danza con
este objetivo es nuevo”, sostiene. Para los aventajados
alumnos, esta sesión significa “saber cuándo es lunes y
cuándo es jueves”.
Ver para contar. Cómo resumir por escrito algo que deja mudo
a quien lo observa. Desde el presidente de la Ciudad Juan
Vivas a la consejera de Sanidad Yolanda Bel y la
viceconsejera, Celinia de Miguel, que se acercaron en una
visita no oficial para comprobar, con sus propios ojos, qué
estaba pasando en la antigua sala de lectura. Su sorpresa
fue tal que decidieron destinar los 300 euros a la compra de
material que la profesora había reclamado durante más de un
año “haciendo pasillo”.
Un paso de gigante
Un pequeño paso para un político pero una pisada de gigante
para un colectivo. Los ancianos pasaron de acompañar los
ritmos clásicos con un par de nueces cascadas a ensayarlo
con auténticas cajas chinas. De los culos de botella se
saltó a las panderetas y de las arcaicas bolsitas llenas de
piedras a las más sofisticadas maracas caribeñas. La
monitoria sonríe. Ella misma recogió por la playa las
conchas que servirían como instrumento a sus alumnos durante
más de cinco años –fue en marzo de 2006 cuando les llegó el
regalo de reyes tardío-. El aprendizaje de las partituras
sigue haciéndose a través de las cartulinas dispuestas en el
suelo. Un óvalo en verde: una palmada.
En una realidad de la que Baudillard se mofaba calificándola
como “era de la simulación”, aquí nada parece ensayado. La
mirada y el temple de estos alumnos son ejemplo de los
propios universitarios con los que Manoli se encuentra en la
Facultad de Educación, donde da clases.
“La selección de la música es fundamental”, indica la
profesora. De los cuentos de Barcarola se balancea hasta los
ritmos folclóricos o la música clásica. Sin dejar nunca la
tierra. El ejercicio que se hace con los brazos servirá, más
tarde, para que los jubilados puedan peinarse con soltura, o
introducir sus extremidades en las mangas de una chaqueta
sin correr riesgo alguno. Una mejor calidad de vida que
muchos de estos octogenarios han logrado gracias a su
constancia.
La directora
La directora del centro, Concha García de la Torre, enseña
el edificio y a sus residentes. Todavía carecen de aire
acondicionado y baños en las habitaciones, pero los tendrán
cuando se inaugure el ya terminado edificio contiguo. Tal
vez para el otoño. Ahí habrá de todo. Con el 75 por ciento
de sus pensiones, -la Ciudad sufraga el resto- los
inquilinos de este antiguo asilo tienen “casi todas las
prestaciones”.
Un equipo compuesto por un médico, ocho asistentes técnico
sanitario y doce auxiliares de clínica da cobertura a los 55
residentes.
Una cifra que se multiplicará en el nuevo hogar, situado en
frente y conectado al viejo por un pasadizo acristalado. Una
señora que nos acompaña pasea por el amplio pasillo, que aún
no está iluminado, mientras murmura “aquí tendremos, al fin,
un baño por habitación”.
Junto al personal de limpieza y cocina -23-, el centro
dispone de un podólogo, un psicólogo, un fisioterapeuta, una
peluquera y una monitora –de manualidades y costura-. Sin
embargo, falta algo. García de la Torre reconoce que sería
necesario una persona que trabajase, a diario, en una
actividad de ocio con los ancianos.
Sin embargo, este tipo de tareas implican un mayor esfuerzo
administrativo, ya que sus efectos no son inmediatos. Manoli
dice, no obstante, que son enormes: “La rehabilitación se
produce a nivel físico, psíquico –se trabaja la atención, la
memoria…- y social –en el contacto con el grupo-”.
De su grupo de 24, doce son fijos y el resto fluctúa. Desde
hace seis años hasta ahora, la profesora insiste en que “hay
una mayor calidad de vida”. Para ellos, algunos con graves
dolencias o enfermedades, el curso les ayuda a “sentirse
útiles”. La motivación y autoestima que supone descubrir que
uno puede agacharse para atarse los cordones o inclinarse
para hacer la cama con soltura hace que los pupilos acudan
cada día con más “fuerza de voluntad”. Es el resultado de
una actividad que, aunque aparentemente liviana, “te deja
hecha polvo”, recuerda Buades.
Mucho por hacer
De nuevo en el jardín, y mientras los residentes toman el
sol de mediodia, la directora reitera los datos. Todavía hay
70 ancianos en lista de espera, una cola que no se paliará
ni con la apertura del nuevo centro: “Cuando éste se
inaugure, entonces, tal vez, se reforme el actual”,
recuerda.
En España, donde la población envejece a ritmo europeo, las
cifras indican un panorama desolador. Dos de cada diez
personas está sola cuando cumple los 60 años, edad en la que
aún no está jubilada. Al llegar a los 70, ya lo están cuatro
de cada diez. En el caso de los ancianos mayores de 80 años,
la soledad es la norma en casi un 50 por ciento de entre
ellos. A pesar de esta situación, muchos de los residentes
de Nuestra Señora de África se levantan cada lunes y jueves
con más energía que un veinteañero. Y es que, como ya
advirtió Voltaire, “el espíritu, una vez estimulado, ya no
se puede parar”.
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