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OPINIÓN - DOMINGO, 06 DE AGOSTO DE 2006

 

OPINIÓN / ESPAÑA CAÑÍ

Atardecer alhaurino
 


Nuria Van Den Berghe
nuriavandenberghe
@elpueblodeceuta.com
 

Cuando construyeron la prisión de Alhaurín de la Torre, que es el destino VIP de este verano, la gente del pueblo echaba las muelas de furia. A nadie le gusta tener un talego por las inmediaciones, porque presumen que atrae a una fauna variopinta y poco recomendable que puede hacer que se incrementen los delitos en la zona.¡Pamplinas!.

La cárcel está muy lejos del núcleo de población, en un lejío que se diría aquí, un campo áspero y sin árboles, amarillento y cuajado de grillos y cigarras. Si en Málaga llegamos a los 40º en el atardecer alhaurino se cuentan diez grados más y los calores se mastican, sólidos y perfumados. No hay contaminación, el aire es tan puro y tan espeso que ni los coches de los familiares de los presos logran formar nubes de smog.

Antes de convertirse en destino de moda, ir al centro durante el fin de semana era una opción para los letrados, siempre que no coincidieran sus visitas con las del módulo de los clientes a visitar. Gabriel Pineda de las Infantas, mi querido hijo mayor y servidora, elegíamos siempre el atardecer y la parada y fonda en la ventita para tomar un cafelito en mi caso y varios zumos de naranja en el de él, mientras sacaba de su mugrienta y atestada cartera un desodorante Axe y comenzaba a perfumarse, porque era excepcionalmente pulcro y andaba por el mundo tirando de un auténtico arsenal de desodorantes y perfumes para aguantar las horas sudadas del interior de los locutorios.

Ahora acudo sola. Y en silencio. Tal vez por eso me doy más cuenta de todo y tomo mayor contacto con la realidad de ese mundo chillón y vocinglero, lloroso y ruidoso, resignado o enfurecido que puebla la entrada del presidio, mientras los niños, docenas de niños, corren y juegan, endomingados y llenos de oro, atendiendo para ver a sus parientes adultos, como prueba inequívoca de la nula sensibilidad y respeto a la infancia de Instituciones Penitenciarias: nunca jamás deberían permitir el acceso a una prisión a visitar a los presos a menores de dieciséis años .

¿Qué pinta semejante chiquillería en una cárcel? Me decía una clienta apurada de su hijo de ocho años :”Ná, qu´er chiquillo no jasía más que mirá y mirá en er locutorio y me desía “Máma ¿de seguro que er pápa ejtá trabahando aquí? Máma quésto parese una carsel”. Los niños se dan cuenta. De todo. Por mucha algarabía que se forme en la entrada, por mucho que eso parezca un dispensario de la Seguridad Social a la hora de coger “el número”. Es una prisión. Las puertas que se abren y se cierran tienen cristales blindados y barrotes, Las colas son largas y la gente se malhumora por las esperas, los niños se cansan y lloran y entran en los locutorios ya fatigados a darse una sudorina entre los alaridos de los que comunican, porque los teléfonos no funcionan y no existe la mínima privacidad. Se grita en público, se disputa en público, se llora en público y se sufren ataques de ansiedad en público. Pero no es un público cualquiera, sino un grupo variopinto y tremendamente solidario, siempre dispuesto a ayudar y apoyar al último que llega despistado.

Los de la Operación Malaya son de lo más silencioso, porque se comunican por escrito, enseñándose papeles, hasta en los locutorios de abogados ahorran las palabras y escriben, siempre con la paranoia de que, las comunicaciones, estén intervenidas por orden judicial. Mala cosa. Mala cosa cuando a un preso, cualquier juececillo justiciero le interviene la vida dentro de la cárcel, porque entonces la prisión es doble y la falta de libertad total. ¡Hay si servidora fuera asesora de Poderosos! ¡No iban a cambiar las cosas! Y si no cambiaban me despediría. Contemplo y observo a la humanidad sudorosa y cargada de chiquillos en este agosto alhaurino, a los reporteros en las puertas de la cárcel por si llega la Pantoja y recuerdo las paradisíacas vacaciones de Zetapé y distinguida señora en el palacio La Mareta y como dicen que, sus escoltas, van a comprarle las cremas hidratantes y el contorno de ojos.

Zetapé. Le digo que, los familiares de los presos no necesitan contorno de ojos para eliminar las bolsas, porque se jartan de llorar y las bolsas se van solas y se sustituyen por ojeras marrones. Y los hijos de los presos tampoco viajan en avión oficial como sus niñas de usted, que se creen princesitas, sino que cogen coches compartidos o el autobús atestado de los fines de semana. Y yo, madre, prefiero a esos niños hechos polvo que miran estupefactos las rejas de los locutorios, a cualquier princesa en miniatura, será que, como no soy persona de ringorrango, me siento más cercana a la humanidad que sufre que a los banquetes y las recepciones. Y doy gracias al buen Dios por sentirme así, no sé que opinarán ustedes, pero yo me siento más persona con mis trapajillos de Zara, comprados mirando la peseta, que con los impresionantes modelazos de Sonsoles la mujer de Zetapé, salidos del exquisito taller de diseño de Elena Benarroch, la carísima y exclusivísima diseñadora de las millonetis.

Desde el atardecer alhaurino la Mareta, el palacio donde vacaciona Zetapé está en otro planeta, en otra dimensión, en otro Universo, se hace imposible figurar tanta belleza y tanta riqueza. Las regatitas de Palma de Mallorca son como un espejismo para estas personas que padecen esperas, que salen llorando de los locutorios, intentando que los chiquillos no se den cuenta “No é ná, que ze m´ha metío una coza en er ojo, er pápa ejtá mu bien, trabahando ¡no vé er niño lo porculero que é! ¡mira que llamo ar guardia! ¡Guardia venga ujté a por ejte niño que no jecha cuenta de lo que le dise su máma!”

Y desde estos atardeceres alhaurinos, donde las cigarras y los pajarillos ponen el fondo musical y las voces de las mujeres emulan a la Caballé “siento” que no pertenezco al maravilloso círculo de los regatistas del club náutico de Palma de Mallorca, ni soy cortesana dispuesta a hacer la genuflexión delante de la Leti, yo no soy “así”. Yo soy más de aquí, de acodarme en el mostradorcito y pedir en la café añorando a mi hijo descansado Gabriel con esa añoranza y esa desolación profundas de toda madre que sobrevive a un hijo, contra toda norma de la naturaleza, si alguna cuenta un chiste me río, si otra llora me acerco y la consuelo, si un pequeñajo se me acerca le acaricio la cabeza porque quien acaricia a un niño está tocando a un ángel y recibiendo la bendición del buen Dios. ¡A tomar por saco la Mareta y el Marivent ¡ Yo me quedo aquí, esta es mi elección.
 

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