Cuando construyeron la prisión de
Alhaurín de la Torre, que es el destino VIP de este verano,
la gente del pueblo echaba las muelas de furia. A nadie le
gusta tener un talego por las inmediaciones, porque presumen
que atrae a una fauna variopinta y poco recomendable que
puede hacer que se incrementen los delitos en la
zona.¡Pamplinas!.
La cárcel está muy lejos del núcleo de población, en un
lejío que se diría aquí, un campo áspero y sin árboles,
amarillento y cuajado de grillos y cigarras. Si en Málaga
llegamos a los 40º en el atardecer alhaurino se cuentan diez
grados más y los calores se mastican, sólidos y perfumados.
No hay contaminación, el aire es tan puro y tan espeso que
ni los coches de los familiares de los presos logran formar
nubes de smog.
Antes de convertirse en destino de moda, ir al centro
durante el fin de semana era una opción para los letrados,
siempre que no coincidieran sus visitas con las del módulo
de los clientes a visitar. Gabriel Pineda de las Infantas,
mi querido hijo mayor y servidora, elegíamos siempre el
atardecer y la parada y fonda en la ventita para tomar un
cafelito en mi caso y varios zumos de naranja en el de él,
mientras sacaba de su mugrienta y atestada cartera un
desodorante Axe y comenzaba a perfumarse, porque era
excepcionalmente pulcro y andaba por el mundo tirando de un
auténtico arsenal de desodorantes y perfumes para aguantar
las horas sudadas del interior de los locutorios.
Ahora acudo sola. Y en silencio. Tal vez por eso me doy más
cuenta de todo y tomo mayor contacto con la realidad de ese
mundo chillón y vocinglero, lloroso y ruidoso, resignado o
enfurecido que puebla la entrada del presidio, mientras los
niños, docenas de niños, corren y juegan, endomingados y
llenos de oro, atendiendo para ver a sus parientes adultos,
como prueba inequívoca de la nula sensibilidad y respeto a
la infancia de Instituciones Penitenciarias: nunca jamás
deberían permitir el acceso a una prisión a visitar a los
presos a menores de dieciséis años .
¿Qué pinta semejante chiquillería en una cárcel? Me decía
una clienta apurada de su hijo de ocho años :”Ná, qu´er
chiquillo no jasía más que mirá y mirá en er locutorio y me
desía “Máma ¿de seguro que er pápa ejtá trabahando aquí?
Máma quésto parese una carsel”. Los niños se dan cuenta. De
todo. Por mucha algarabía que se forme en la entrada, por
mucho que eso parezca un dispensario de la Seguridad Social
a la hora de coger “el número”. Es una prisión. Las puertas
que se abren y se cierran tienen cristales blindados y
barrotes, Las colas son largas y la gente se malhumora por
las esperas, los niños se cansan y lloran y entran en los
locutorios ya fatigados a darse una sudorina entre los
alaridos de los que comunican, porque los teléfonos no
funcionan y no existe la mínima privacidad. Se grita en
público, se disputa en público, se llora en público y se
sufren ataques de ansiedad en público. Pero no es un público
cualquiera, sino un grupo variopinto y tremendamente
solidario, siempre dispuesto a ayudar y apoyar al último que
llega despistado.
Los de la Operación Malaya son de lo más silencioso, porque
se comunican por escrito, enseñándose papeles, hasta en los
locutorios de abogados ahorran las palabras y escriben,
siempre con la paranoia de que, las comunicaciones, estén
intervenidas por orden judicial. Mala cosa. Mala cosa cuando
a un preso, cualquier juececillo justiciero le interviene la
vida dentro de la cárcel, porque entonces la prisión es
doble y la falta de libertad total. ¡Hay si servidora fuera
asesora de Poderosos! ¡No iban a cambiar las cosas! Y si no
cambiaban me despediría. Contemplo y observo a la humanidad
sudorosa y cargada de chiquillos en este agosto alhaurino, a
los reporteros en las puertas de la cárcel por si llega la
Pantoja y recuerdo las paradisíacas vacaciones de Zetapé y
distinguida señora en el palacio La Mareta y como dicen que,
sus escoltas, van a comprarle las cremas hidratantes y el
contorno de ojos.
Zetapé. Le digo que, los familiares de los presos no
necesitan contorno de ojos para eliminar las bolsas, porque
se jartan de llorar y las bolsas se van solas y se
sustituyen por ojeras marrones. Y los hijos de los presos
tampoco viajan en avión oficial como sus niñas de usted, que
se creen princesitas, sino que cogen coches compartidos o el
autobús atestado de los fines de semana. Y yo, madre,
prefiero a esos niños hechos polvo que miran estupefactos
las rejas de los locutorios, a cualquier princesa en
miniatura, será que, como no soy persona de ringorrango, me
siento más cercana a la humanidad que sufre que a los
banquetes y las recepciones. Y doy gracias al buen Dios por
sentirme así, no sé que opinarán ustedes, pero yo me siento
más persona con mis trapajillos de Zara, comprados mirando
la peseta, que con los impresionantes modelazos de Sonsoles
la mujer de Zetapé, salidos del exquisito taller de diseño
de Elena Benarroch, la carísima y exclusivísima diseñadora
de las millonetis.
Desde el atardecer alhaurino la Mareta, el palacio donde
vacaciona Zetapé está en otro planeta, en otra dimensión, en
otro Universo, se hace imposible figurar tanta belleza y
tanta riqueza. Las regatitas de Palma de Mallorca son como
un espejismo para estas personas que padecen esperas, que
salen llorando de los locutorios, intentando que los
chiquillos no se den cuenta “No é ná, que ze m´ha metío una
coza en er ojo, er pápa ejtá mu bien, trabahando ¡no vé er
niño lo porculero que é! ¡mira que llamo ar guardia!
¡Guardia venga ujté a por ejte niño que no jecha cuenta de
lo que le dise su máma!”
Y desde estos atardeceres alhaurinos, donde las cigarras y
los pajarillos ponen el fondo musical y las voces de las
mujeres emulan a la Caballé “siento” que no pertenezco al
maravilloso círculo de los regatistas del club náutico de
Palma de Mallorca, ni soy cortesana dispuesta a hacer la
genuflexión delante de la Leti, yo no soy “así”. Yo soy más
de aquí, de acodarme en el mostradorcito y pedir en la café
añorando a mi hijo descansado Gabriel con esa añoranza y esa
desolación profundas de toda madre que sobrevive a un hijo,
contra toda norma de la naturaleza, si alguna cuenta un
chiste me río, si otra llora me acerco y la consuelo, si un
pequeñajo se me acerca le acaricio la cabeza porque quien
acaricia a un niño está tocando a un ángel y recibiendo la
bendición del buen Dios. ¡A tomar por saco la Mareta y el
Marivent ¡ Yo me quedo aquí, esta es mi elección.
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