Lo veo anunciado como
conferenciante en el V Congreso Nacional sobre Inmigración,
Interculturalidad y Convivencia, y acudo al Hotel Tryp
dispuesto a disfrutar de su palabra. Cierto: es una gozada
oírle exponer sus pensamientos y mucho más de qué manera
suele responder a las preguntas que le hacen. Es un lujo de
orador y un tipo que en cuanto hablas con él te gana para
siempre.
Fernando Savater tiene la enorme facilidad de conectar con
la gente. Seduce y encanta en cuanto abre la boca, y no
precisamente para decir tonterías. Y recuerdo algo que le he
leído en Política para Amador:
-La primera obligación de los jóvenes es la misma que tienen
los más adultos y hasta los viejos, si me apuras: aprender.
Quien no sabe puede tener arrebatos pero no aciertos...”.
Lo dice alguien que nació ya con la idea fija de leer hasta
el fin de sus días y que no tuvo más remedio que escribir
para ganarse la vida. Por tal motivo, reconoce que no le
entra en la cabeza el que otros desdeñen la lectura.
Cualquier clase de lectura: si bien él se ha atiborrado de
Kafka, de Borges, de Nietzsche...
La quinta planta del hotel estaba de bote en bote. Había
expectación por ver al filósofo que es más conocido por los
cojones que le viene echando a ETA que por su obra. Un
reduccionismo que él acepta, pero que en el fondo le permite
decir que la gente no tiene la obligación de preocuparse por
la filosofía, pero sí por el país en que vive. Aun así, él
sabe, sobradamente, que las conferencias son fundamentales
para que lo conozcan mejor y procura por todos los medios
meterse a la gente en el bolsillo desde que pone los pies en
el estrado. Lo cual consigue con la autoridad que confieren
los saberes y la maestría de explicarlos como si estuviera
en plaza pública, rodeado de personas ávidas de ser
instruidas.
El maestro ha venido a hablar de algo que titula así: La
única y variada humanidad. Pronto nos dice que los
conflictos se solucionan buscando cosas en común. Echando
mano de las semejanzas y no jodiendo la marrana con las
diferencias. Lo de joder la marrana me corresponde a mí,
pero Savater tampoco tendría inconveniente en expresarse de
esa manera. De ahí que en un momento determinado, con el
público entregado a su charla, dijera que el mestizaje es el
mejor antídoto para combatir las diferencias, y recordó lo
recomendado un día por Octavio Paz al respecto: “Follar es
el mejor remedio para entenderse”.
Salpicadas de anécdotas, de comentarios jugosos, de
exposiciones tan claras como sencillas y aleccionadoras -con
lo difícil que es eso-, la conferencia fue transcurriendo en
medio de un embobamiento general. Con los asistentes
entregados al verbo sabio de un maestro que es de los que
prefieren aguantar antes a malvados que a tontos. Porque le
sigue pareciendo que los primeros suelen descansar, a veces,
pero los segundos no se toman el menor respiro.
Llegado el momento de las preguntas al filósofo, tuvimos que
soportar la parte negativa del acto. Porque los
preguntadores más que inquirir con brevedad lo que hicieron
fue darnos cada cual una conferencia para que supiésemos lo
mucho que ellos sabían de lo que se estaba tratando. Y
pudimos comprobar otra de las virtudes del conferenciante:
su enorme paciencia. Su capacidad para soportar a quienes no
tienen sentido de la medida. ¿Tontos? No. Ingenuos
dispuestos a echar horas extras cuando cuentan con una
platea desde la cual darse a conocer. Para mí que el
moderador debió aliviarnos en parte de semejante carga. Mas
no fue así. Y sólo nos cabe decir que la alegría nunca es
completa. Ni siquiera oyendo a Savater.
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