Miro a través de los cristales del
cierro de mi casa, y veo como varios niños, a pesar de que
la tarde es cruda y ventosa, juegan en el polideportivo que
tengo frente a mí, sin tomarse el menor respiro. Corren,
regatean, chutan, gritan, celebran los goles, se lamentan, y
hasta discuten acaloradamente por lances futbolísticos,
vistos de manera distinta. En cuestión de segundos, las
aguas vuelven a su cauce y el balón sigue rodando por una
pista que a mí me hace pensar en la mentira de ese tango que
nos dice que veinte años no es nada. Son tantos, que uno,
tal vez asediado ya por la nostalgia de un diciembre que se
aproxima a su final, cae en la tentación de ponerse
sentimental. Y, claro, afloran los recuerdos y aparece la
imagen de Pepe Benítez: el mejor animador deportivo que yo
haya visto jamás, repartiendo órdenes y parabienes en ese
modesto escenario situado en la barriada de Zurrón.
Era un día de mediados de julio, de hace ya 24 años, cuando
yo pude saludar efusivamente a quien había llenado mis
veranos adolescentes de competiciones deportivas, celebradas
en una plaza céntrica de mi pueblo: El Puerto de Santa
María. En la Plaza de las Galeras, que así se llama el
lugar, Pepe Benítez, en un época donde escaseaban los
entretenimientos y el hambre seguía haciendo de las suyas,
despertaba la ilusión de la gente y generaba divertimiento
entre la chiquillería que asistía a un juego, entre otros
más dispuestos por él, que llamaban baloncesto.
Pepe Benítez era un personaje en los veranos de mi pueblo.
No en vano, en cuanto el sol cedía un poco y la brisa
culebreaba entre las palmeras del Parque de Calderón, la
gente acudía presurosa a presenciar ya un partido de
balonmano, ya de baloncesto, o a disfrutar de unos juegos
recreativos ideados por un ceutí que terminó ganándose el
corazón de los portuenses. Todo el mundo quería ser amigo de
Pepe y éste se dejaba querer en medio de un ambiente
festivo. No tengo la menor duda, aunque no suelo hablar de
ello con él, en las escasas ocasiones en que nos paramos a
pegar la hebra, que en la alacena de su memoria deben tener
sitio preeminente aquellos veranos vividos en la margen
derecha del río Guadalete, amenizados, cada dos por tres,
por el ulular de la sirena del Adriano I: el histórico vapor
del Puerto.
Mi llegada a esta ciudad, como entrenador de la Agrupación
Deportiva Ceuta, me permitió reencontrarme con la persona
más popular de los veranos portuenses. Y fue, precisamente,
en esa pista de Zurrón donde pudimos abrazarnos. Y
rememorar, entre apretones de manos y risas nerviosas,
aquellas tardes, tan lejanas en el tiempo, en que su
capacidad de organización le permitía montar espectáculos
deportivos, que a todos nos venía la mar de bien para dejar
de mirar, durante unas horas, lo que había a nuestro
alrededor.
Nunca he perdido la visión de Pepe Benítez, vestido con
camisa azul y pantalón blanco, dando consignas y preparando
todo lo necesario para convertir una plaza pública en el
mejor escenario deportivo. Lo hacía todo y todo le salía a
pedir de boca. Y es que siempre tuvo la habilidad suficiente
para distraer al personal con escasos medios. Pepe, apartado
ya de ese trajinar deportivo y de otras muchas cosas, es
persona a quien habría que reconocerle sus méritos y
premiarlos cuanto antes. Sería la mejor respuesta a alguien
que dedicó los mejores años de su vida a procurar que los
jóvenes encontraran en el deporte no sólo la camaradería
sino una manera de crecer alejada de los muchos obstáculos
que iban surgiendo. Una tarea, conviene decirlo, pocas veces
apreciada por quienes deberían estar al tanto de ella.
Pero me da la impresión de que, al ser Pepe Benítez poco
dado a dorar la píldora a los gobernantes de turno, la
petición caerá en saco roto. Sin embargo, uno, en este día
de diciembre, mirando a través de los cristales del cierro,
ha creído conveniente recordar que nunca ha conocido a un
animador deportivo tan extraordinario como el hombre que
habita en la barriada de Zurrón. Un hombre que nunca renegó
de sus ideas y que sigue viviendo su coherencia con la
dignidad que le caracteriza.
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