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OPINIÓN - DOMINGO 4 DE DICIEMBRE DE 2005

 
OPINIÓN / EDITORIAL

La unidad de los españoles en torno a la Constitución

España ha ido forjando su historia o gran parte de ella mediante luchas intestinas que han ido aportando más o menos estabilidad a la sociedad. En el devenir de la misma y, en el ámbito de nuestro tiempo llamado contemporáneo, el país ya ha sufrido lo suyo y ha pagado muy caro el mantenimiento de posturas extremadamente divergentes. Algo de lo que, afortunadamente, debemos creer, se ha aprendido.

La concordia, el perdón volvió entre los españoles tras cuarenta años de dictadura en los que acaso cerraron forzadas viejas heridas. La muerte de Franco, la llegada del nuevo periodo de libertad entre los hombres, el gran diálogo, la inigualable entente entre los españoles de pensamientos dispares, frenaron para dejar en el ostracismo los fantasmas del pasado.

Se inició un periodo de calma, se fraguaron las estructuras del país, se diseño la nueva nación, se establecieron las reglas del juego, se caminó hacia la democracia.

La Carta Magna, la que une a todos los españoles, donde convergen todas y cada una de las realidades sociales del territorio, en la que se respetan las nacionalidades y en la se da cabida a todos, ha entrado en un periodo de gran prueba.

España ha evolucionado como nación, la sociedad, o mejor dicho una parte de ella, después de casi treinta años de evolución quiere más. La Constitución de 1978 parece estorbar las ansias políticas de quienes, obsesionados, buscan en el marco diferencial el mejor argumento para -soterradamente- desligarse de la unidad territorial palmariamente protegida en nuestra Constitución.

Los españoles dijeron SI, en la mayor movilización electoral conocida, a la actual Constitución española. La amplísima mayoría de españoles participaron y plasmaron con su voto lo que querían y pedían de España. Por tanto, no sería ilógico pensar que sólo a través de un gran plebiscito popular pudiera determinarse realmente el nuevo futuro de España.
 

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