Me dijo un día que le gustaba la
copla más que el chocolate espeso. Y hasta me confesó que
cantaba por Marifé de Triana sin desentonar. Yo le
dije entonces, conociendo que estuvo en un tris de meterse a
monja, que, de haber dado ese paso, habría sido una especie
de hermana San Sulpicio. Y, claro, se le incendiaron las
mejillas.
Quise saber que le había impedido no ingresar en un
convento. Y ella, con inusitada rapidez, me contestó que se
había propuesto servir a Dios por otros medios. Tan a pecho
se tomó lo de servir a Dios que lo lleva haciendo como
profesional de la política desde que usaba calcetines
blancos. ¡Menudo sacrificio!
Me puso al tanto de su edad, sin habérsela yo requerido, y
le dije, entre bromas y veras, que una mujer que confiesa
los años cumplidos, porque sí, no es de fiar. Y el malhumor
de Yolanda Bel se hizo patente. Lo cual me hizo comprender
al instante que le repateaba que le llevasen la contraria, y
mucho menos que le enmendasen la plana.
Así que decidí darle un pase cambiado para ver si la
devolvía a la situación de principio. Y lo hice desplegando
la muleta de la conveniencia con el nombre de Juan Vivas.
Fue oír el nombre de nuestro alcalde y se le arrebolaron de
nuevo las mejillas y el resto de la cara adquirió una
sensación de felicidad que nunca he olvidado. Llegó a
ponerse tan alegre como unas castañuelas.
YB tardó un amén en demostrarme que tenía toda la fe del
mundo depositada en Juan Vivas. Lo aduló de modo y manera
que me hizo pensar que la consejera era capaz de mentir, en
caso necesario, defendiendo cualquier posible metedura de
pata de un hombre por quien decía sentir pasión desmesurada.
Me sorprendió, entonces, cuando la estaba entrevistando,
cómo le brillaban los ojos de felicidad a la consejera, YB,
mientras hablaba y hablaba de nuestro alcalde sin cesar.
Incluso pensé en la mucha suerte que tenía Vivas porque
hubiera una mujer capaz de creer en él sin sombra de duda.
Y no una mujer cualquiera, no; sino una mujer elegante,
preocupada por su imagen, empeñada en perfeccionar su
cuerpo, y dispuesta cada día a hablar mejor para que sus
intervenciones en las sesiones plenarias fueran muy del
agrado de su admirado JV. El político por excelencia para
ella. Su arquetipo de hombre. Y por ello se esmeraba
continuamente en todos los aspectos con el fin de que
nuestro alcalde jamás tuviera la menor intención de dejarla
al borde del camino. Como había ocurrido ya con algunos
compañeros. De los que ella solía opinar que habían sido
defenestrados merecidamente.
Yolanda Bel, sin embargo, no es muy dada a disculparse
cuando yerra. Y yerra lo suyo. Ahora bien, al único que le
permite llamarla al orden y hasta mandarla a callar en los
plenos, cuando se excede en los reproches a Aróstegui, es a
su admirado Vivas. Su idolatrado Vivas. El Vivas de sus
entretelas.
Por lo que no me ha sorprendido en absoluto, que YB diga que
las “facturas sin consignar es una práctica habitual”. Y que
Aróstegui, su denunciante, lo hace por el bien del
Gobierno. Actuando así, la consejera ha evidenciado
nuevamente que vale un Potosí. Que es lo que piensa nuestro
alcalde de ella.
Eso sí, no sé por qué los hay que siguen diciendo que
nuestro alcalde tiene un quebradero de cabeza con la
portavoz del Gobierno, consejera de Gobernación y Empleo. A
qué se refieren…
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