Mahmud Traoré invirtió tres años de su juventud en llegar a
Europa, saltó la valla de Ceuta en la avalancha del 29 de
septiembre de 2005, ahora es carpintero en Sevilla y dice
que los inmigrantes están “muy motivados” porque “saltan la
valla antes de cruzar el desierto otra vez”.
En 2005 eran dos vallas paralelas de tres metros de altura y
Mahmud formó parte de la primera oleada de los 300
inmigrantes que saltaron aquel día, sufrió un corte profundo
en el pie derecho pero, por la euforia del momento, no se
dio cuenta hasta horas después, cuando acusó la debilidad
por la pérdida de sangre y fue atendido por la Cruz Roja en
Ceuta.
“La aventura”, como Traoré denomina su viaje de tres años,
más los seis meses que permaneció en Ceuta, la ha recogido
el escritor francés Bruno Le Dantec en “Partir para contar.
Un clandestino africano rumbo a Europa”, que llegará a las
librerías el 5 de marzo de la mano de la editorial Pepitas
de Calabaza.
Aquel salto masivo de la valla se produjo, según Traoré,
porque junto a la frontera de Ceuta “llegó un momento en que
ya no se podía estar; la policía marroquí rompía el
campamento una vez tras otra, quemaba las mantas, incluso
para pedir comida por los pueblos teníamos que ir de
madrugada y en grupo”.
Antes de aquel día Traoré fue llevado por la policía
marroquí hasta en tres ocasiones a la frontera de Argelia,
de donde regresó caminando, quince días de caminata cada
vez, durmiendo bajo el cielo con una manta, compartiendo la
comida de las pobres gentes que encontraba por el camino y,
alguna noche de lluvia, cobijado en una mezquita, tras
demostrar al imán su condición musulmana.
Por eso, el miedo que tenían la noche del salto era tanto a
los golpes de la policía como a ser llevado de nuevo hasta
Argelia, ya que las heridas que pudieran hacerse en la valla
era algo asumido, en lo que no pensaban, pese a que Traoré,
ya en el hospital de Ceuta, encontró a medio centenar de
compañeros, uno de ellos con la barriga abierta y parte del
intestino asomando por la herida.
Aquella noche, en el “gueto”, como ha denominado al
campamento de los inmigrantes junto a la frontera, hubo casi
un enfrentamiento entre los más decididos a saltar y los
jefes de cada grupo -se agrupan por nacionalidades y cada
líder es el encargado de negociar con los marroquíes que
cobran por hacerles pasar la frontera-.
“Si había salto no había negocio”, ha asegurado Traoré,
quien en el momento de saltar la valla no poseía ni una
moneda y quien quiso ser de los primeros por creerse de los
más ágiles, pese a los cinco kilos que perdió en los 19
meses que vivaqueó en Marruecos.
En todo ese periodo no se sintió enfermo: “Sólo tenía
dolores de barriga; pero sabía que era de lo que comíamos;
nos alimentábamos de las sobras que nos daba la gente más
pobre de los pueblos”, a quienes todavía insiste en mostrar
agradecimiento, consciente de que les debe la vida, al igual
que todos sus compañeros. La noche del salto murieron dos
inmigrantes junto a la valla, pero Traoré asegura que lo más
peligroso de “la aventura” es cruzar el desierto, y que él
lo hizo en una caravana tuareg de cuatro vehículos
todoterreno que transportaron a 90 inmigrantes -cada uno
llevaba su garrafa de agua- durante cuatro días y cuatro
noches.
Pagó por aquel transporte el equivalente a 60 euros que
había ganado en Níger vendiendo agua fría por la calle; ya
que los 50 euros con que salió de su pueblo, al sur de
Senegal, poco antes de cumplir los veinte años, se esfumaron
en dos semanas.
“En el desierto es donde muere más gente, pero no se habla
de eso porque está lejos de Europa”, ha dicho al enumerar
Senegal, Mali, Burkina Fasso, Níger, Libia, Argelia y
Marruecos como el itinerario que siguió este sexto de los
nueve hijos de un agricultor senegalés que ya había
fallecido cuando su hijo emprendió “la aventura”
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