Dimisión’, he aquí una palabra que parece haber desaparecido
del diccionario de la política ceutí. Quien no es capaz de
ejercer adecuadamente su función debería pagar un coste
político y eso se llama dimisión, pero en España nadie o
prácticamente nadie lo hace. Así entre la clase política
ceutí, dimitir nunca ha estado de moda, algo que ha quedado
patente con el ‘caso Urbaser’, del que nadie se ha hecho
responsable, por el que nadie ha dimitido y por el que Vivas
se ha negado a depurar resposabilidades políticas ante la
falta de rigor para velar por el cumplimiento del contrato,
realizando pagos indebidos con dinero público.
Frente a la facilidad con que dimiten los políticos en otros
países ante la más mínima sospecha de corrupción o
escándalo, en España ni siquiera tener que sentarse en el
banquillo es considerado motivo suficiente para dejar el
escaño.
¿Se acuerdan de Zu Guttenberg? Tenía solo 39 años y era
ministro de Defensa en Alemania. Pasaba por ser el político
más valorado del país, y nadie dudaba de que sustituiría a
Merkel en el liderazgo del partido. Pero en marzo de 2011 se
vio obligado a dimitir. ¿Su delito? Había copiado, en la
universidad, partes de su tesis doctoral. También ocurrió lo
mismo con la ministra de Educación, Annette Schavan. O
también el caso del ministro británico, que dimitió en
febrero de 2011 por mentir sobre una multa de tráfico. El
espejo alemán e inglés nos devuelve al menos dos lecciones
de las que deberíamos tomar buena nota.
¿Por qué nosotros no somos así? Algunos enarbolan la teoría
de nuestra cultura política, una manera elegante de decir
que no podemos ser de otra manera, que llevamos la
corrupción en la sangre. Bien, no es cierto. Como todo en
política, no es cuestión de genes, sino de voluntad. Algo
que no tienen Vivas, Martínez y compañía, quienes deben
pensar: “Y dimitir para qué ¿para yo estar contento conmigo
mismo, sentirme liberado, irme a casa y decir qué bien, cómo
me imbuí de ética y de coherencia con todo lo que dije? No,
lo que tengo que hacer es seguir”. En Alemania los echarían
a patadas con la primera información periodística. Y lo
harían desde el partido. Porque allí los ciudadanos son
soberanos.
Pero Ceuta, sin embargo, es un ejemplo de todo lo contrario,
nuestros políticos “no buscan el bien común sino su propio
bien. Los políticos, casi todos ellos, acceden a la política
porque buscan un modus vivendi.”
No hay que remontarse muchos años atrás en la historia de
España para comprobar que hubo un tiempo en el que los
políticos españoles primaban el interés general por encima
del particular, tanto es así que en sus orígenes ni si
quiera cobraban dinero. José Luis Orella, Director del
Departamento de Historia y Pensamiento en la Universidad San
Pablo CEU de Madrid, nos recuerda que “hasta los años 70,
los concejales y los alcaldes cobraban dietas, no tenían
sueldos porque prestaban un servicio a la comunidad. Ellos
trabajaban por las mañanas, cada uno tenía su profesión y
las reuniones se hacían por la tarde. Ahora mismo esto sería
imposible porque no se concibe la función de un alcalde o un
concejal sin dedicación total y mucho menos sin sueldo”.
Y lo peor es que a los puestos claves no llegan los mejores
y quienes lo consiguen lo hacen sin bagaje en el servicio a
la comunidad. Están buscando un puesto de responsabilidad
que les pueda servir a ellos para negocios, para tener buena
agenda de contactos, o para conseguir un puesto de trabajo.
La realidad demuestra al final que la teoría se ha queda en
los libros y las tesis de lo que debería ser un político en
democracia no son más que meros sueños, utopías que se dan
de bruces contra escaños, despachos y bastones de mando.
Juzguen sino donde queda en el escenario de la vida política
la reflexión que nos dejó el filósofo y sociólogo, José
Vidal Beneyto, al respecto: “Ningún dirigente debe olvidar
que la democracia es esencialmente un proyecto ético, basado
en la virtud y en un sistema de valores sociales y morales
que dan sentido al ejercicio del poder”.
En fin, para finalizar este análisis, me gustaría pedirles
un favor. Piensen por un momento en el Presidente Vivas
sonriendo y diciendo que no va a depurar las
responsabilidades políticas que exigen los partidos de la
oposición, como consecuencia de los pagos indebidos de 12,5
millones de euros de dinero público a Urbaser porque, según
él, esto “forma parte de la dialéctica política”.
Y ahora recuerden a Guttenberg y Schavan, dimitidos a la
fuerza… ¡por copiar en la universidad! Y no permitan nunca
que les digan que no podemos ser como ellos. Podemos, claro
que podemos. Solo tenemos que arrancar nuestra mirada del
lodazal en el que se ha convertido nuestro sistema
representativo y mirar un poco más allá. Y empezar a creer.
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