Hace 22 años, África faltó a su cita con el monte en el ‘Día
de la Mochila’. Tenía una excusa de fuerza mayor. Estaba de
parto. Sus familiares y amigos le subieron frutos secos al
hospital e improvisaron un ‘Día de la Mochila’ poco
tradicional en torno a la bebé. La recién nacida creció, y
ayer cumplía 22 años. Desde su nacimiento ha celebrado todas
las jornadas de la ‘Mochila’, y sus cumpleaños, con su
familia en el monte.
Eran casi treinta los familiares y amigos que ayer se
reunieron en el campo. Hicieron paella y acompañaron el menú
con empanada. “No nos vamos ni de puente”, decía África para
destacar la importancia de una fiesta “que no se puede
perder”. “Tenemos que comernos las castañas, como toda la
vida”, resalta, mientras de fondo, en el aparato de música
del coche suenan las sevillanas de ‘Siempre así’.
La familia de África estaba ayer en la pista de la Lastra,
en el monte de García Aldave. A pocos metros estaban Adela,
Antonio, Daniel, José Antonio, Juan Jesús, Javier, y su
perro Scowi. “Mientras no llueva aquí estaremos”, decía la
madre. “Porque subimos todos los años”, añadían.
Una tradición que, efectivamente, se ha transmitido durante
años de padres a hijos. El origen se sitúa en la visita a
los cementerios. El día de todos los santos las personas
suelen acudir a los cementerios. Hasta finales del siglo
XVIII, estos solían situarse en el interior de los poblados,
pero las nuevas normativas sanitarias propulsaron los
desplazamientos de los cementerios a los exteriores. El de
Ceuta se trasladó a Santa Catalina a principios del siglo
XIX y, por lo tanto, la distancia para ir a visitar a los
difuntos aumentó. Las familias se preparaban para una larga
caminata que empezaron a acompañar con frutos secos. Así
nació la tradicional ingesta de estos alimentos en lo que se
pasó a conocer como la fiesta de la ‘Mochila’.
La tradición se potenció además con la llegada de los
exploradores, los precedentes de los Scouts, que con sus
canciones y excursiones al campo le dieron popularidad a
esta festividad. ‘Mi mochila, no se la come ni el gallo ni
la gallina...” fue la canción de la fiesta, la cual, aún
ayer, los campistas recordaban. Así la cantaban Pepita,
Antoñita, Juan, Miguel y Gisela, una familia que recordaba
ayer cómo habían cambiado las cosas a lo largo de estos
años, desde que los más mayores, siendo jóvenes, subían “con
la talega” al monte. Ahora se reúnen abuelos, padres, hijos,
nietos, tíos y sobrinos, juegan a la pelota y a las
raquetas, y después de comer, una partida de bingo.
Las alertas meteorológicas y la amenaza de lluvias casi
dificultan la celebración del ‘Día de la Mochila’, pero al
final el tiempo dio una tregua y el sol brilló durante casi
todo el día, pese a que amaneció el día con un cielo gris.
Por si acaso, muchos de los campistas cambiaron las
zapatillas deportivas por las botas de aguas, para acompañar
al chándal. Ir cómodo es importante, sobre todo para los
pocos que se animaron a hacer el camino a pie. La mayoría
subía en coche, sobre todo a García Aldave, aunque alguno se
lanzó al paseo, principalmente por la zona de San Antonio,
que aunque había pocos ‘domingueros’, sí subieron muchos
senderistas, tal como destacaron los voluntarios de Cruz
Roja que estaban en la zona por si debían atender cualquier
incidencia.
Otros se animaron a ir en bicicleta, especialmente pandillas
de amigos, como un grupo de ocho adolescentes que había
subido desde la Pantera. El mirador de Isabel II también
concentraba a muchos grupos de amigos, y propició además el
buen ambiente entre desconocidos. “Nos acabamos de conocer,
venimos andando, unos desde la Pantera y otros desde Benzú”,
decían Yawad, Said, Nora, Sara y un montón de chicos más,
mientras cantaban y reían. Un grupo de jóvenes que se
saludaban como si se conociesen de toda la vida. Y es que el
‘Día de la Mochila’ es una jornada que anima a las
relaciones sociales.
Más aún para los que además de la jornada campestre, han
pasado la noche en tiendas de campaña en el campo. Unas
treinta tiendas estaban acampadas ayer en los alrededores
del Fuerte de Aranguren. “Esta noche, mucho ruido”, decía
Hichan. Todo fue bien entre canciones y bebidas hasta que
hubo un altercado. Un navajazo que les “corto el rollo”,
lamentaba uno de los amigos del chico herido. El incidente
ocurrió a la una de la madrugada y la llegada de la UIR
apaciguó los ánimos. Las diferentes versiones sobre el
altercado se convirtieron en uno de los entretenimientos de
la noche, como explicaban Ali, José, Desi, Araceli y el
resto de amigos mientras desayunaban pizza, patatas fritas y
castañas.
Aunque no todos se enteraron. A escasos metros había otro
grupo de amigo que en esta ocasión, por primera vez, habían
cambiado las tiendas de campaña por caravanas. No escucharon
nada del incidente y fueron, eso sí, los que mejor se
resguardaron de las lluvias.
La comida, el mejor aliado
Aunque para hacer frente al frío y a la lluvia, nada mejor
que comer y beber. Y de eso sabe bien Jesús, el dueño del
‘Mentidero’, que estaba instalado con su familia, comiendo
filetes empanados, tortilla y ensalada con los adultos,
mientras los niños estaban “campeando”. “La crisis no nos
deja irnos de puente, así que aquí nos quedamos”.
Aunque quienes en lugar de tortilla optaron por carne asada,
cambiaron el monte por la playa, para evitar los fuegos en
el monte. Fue el caso de Ángeles, Ana o Carmen, que hicieron
una barbacoa en la playa de Benítez. A los muslitos de pollo
y a los chorizos, le sumaron unos callos con garbanzos
llevados de casa.
A pocos metros, un grupo formado por una veintena de jóvenes
de entre 18 y 20 años a los que la comida se la habían
preparado los padres estaban acampando. Prolongarían el ‘Día
de la Mochila’ durante todo el fin de semana. “Botellón,
acampada y pasarlo bien”. Ese era el objetivo de un fin de
semana en la playa.
En San Antonio, los grupos de familias y amigos eran menos.
Aunque algunos había, como Patricia y su familia, unas 25
personas, que además de bocadillos y la ‘Mochila’
-pistachos, castañas, nueces, higos, dátiles, avellanas o
almendras-, se habían llevado al monte una cachimba -”de
frutas”- y, “muy importante, café, y macarrones para los
niños”.
Los de la Potabilizadora
La antigua potabilizadora, junto al Desnarigado, era la zona
más frecuentada de los alrededores de San Antonio. “Siempre
venimos aquí, pero no sólo en la ‘Mochila’, sino en verano y
casi todos los fines de semana”, decían África, Paloma y
Raquel, mientras preparaban pinchitos en la barbacoa y
comían paella. “Llevamos cuarenta años viniendo”, recordaban
Miguel, Mónica, Luis, Charo, Antonio y Juan, que al menú de
la ‘Mochila’ habían añadido gambas y una bota de vino.
Los más mayores recordaban que hace cuatro décadas venían
“de novios” a pasearse por los caminos de la playa, “que ya
no existen”. “Ha cambiado mucho la zona”, explicaban,
quienes lamentaban que la Ciudad se había gastado mucho
dinero en unas obras que finalmente nunca se habían
ejecutado.
“Es una zona muy familiar”, añadían unos matrimonios
instalados también en la playa. “Somos cinco familias
procedentes del Sarchal, Zurrón y el Recinto”, agregaban
mientras ofrecían a unos y a otros un poco de secreto
ibérico. “Somos vecinos de toda la vida”, añadían Antonio,
Ramón, Paqui, África, Lydia y el resto de amigos,
enfatizando el carácter emotivo y familiar de esta fiesta.
“¿Qué por que venimos a esta zona? Sólo hay que mirar la
cala, qué sitio tan bonito, ahí está la respuesta”.
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