El viernes, 2 de marzo del año que
aún vivimos, escribí yo una columna titulada ‘Cuidado con
los propios’. Dedicada a la visita del entonces presidente
de Bankia a Ceuta. He aquí el primer párrafo de aquella
columna: “Cuando Rodrigo Rato nos visitó, hace apenas
nada, se le rindieron honores desmesurados. Los que jamás
han merecido los banqueros y, mucho menos, cuando se tiene
la certeza de que ellos son culpables en gran medida de la
ruina económica de la que goza medio mundo y parte del otro
medio. Nunca antes se había visto tanta demostración de
vasallaje en escena, si acaso decidimos olvidarnos de cuando
la visita del Rey”.
Días antes de la visita de Rodrigo Rato a Ceuta, una persona
que sabe de los entresijos bancarios tela marinera, me
confesó que la situación de RR era calamitosa. Y que no
entendía cómo era posible que los políticos de esta ciudad,
y sobre todo su alcalde, no supieran que el presidente de
Bankia estaba entre las cuerdas. Que no era conveniente
regodearse con la llegada de un personaje que olía ya a
cadaverina. Vamos, que estaba a punto de caramelo para poder
imputarle de actos, que bien pudieran ser condenables.
Cuando salió lo escrito, recuerdo que los de siempre me
tacharon en privado de ser un pesimista; de tratar a Rodrigo
Rato de mala manera. De exhibir mal estilo contra un tipo
extraordinario. Un tipo con un historial tan brillante como
para deslumbrar a medio mundo. En fin, que me pusieron como
chupa de dómine. Y hasta dijeron, donde corresponde, que no
entendían cómo se me permitía escribir así.
Pues bien, apenas dos meses más tarde, el juez Fernando
Andreu ha admitido una querella a trámite que se puede
resumir en lo siguiente: “Los consejeros de Bankia y de BFA
distorsionaron las cuentas a fin de dar la impresión de que
su situación patrimonial era mejor que la realmente
existente”. Es decir, que se pusieron de acuerdo, mediante
“engaño, para ganarse la confianza de los inversores en
salida a bolsa para obtener la financiación de los
mercados”.
Mas el juez FA va más lejos al destacar “la grosera
infracción de los deberes de transparencia, fidelidad y
lealtad”. Por lo cual imputa a 33 implicados los posibles
delitos de “falsificación de cuentas, administración
desleal, maquinación para alterar el precio de las cosas y
apropiación indebida”.
Lo primero que he pensado al leer que el juez ha visto
indicios de culpabilidad en estas personas, que forman parte
del entramado que ha hecho posible que haya cada vez más
pobres como consecuencia de que la clase media está
pereciendo en el intento de sobrevivir, es que ha tenido los
dídimos bien puestos al atreverse a imputar a una panda de
“cuellos blancos”.
El juez Fernando Andreu, de quien ni siquiera he visto una
fotografía, ha entrado ya a formar parte de las personas a
las que admiro y deseo que todo les vaya bien en esta vida.
Aunque soy consciente de que mis respetos hacia él tendrán
que ir acompañados de plegarias para que no le pase nada.
Puesto que el paso que ha dado, atendiendo a la denuncia de
Rosa Díez, diputada y portavoz de Unión Progreso y
Democracia, es de los que no le va a permitir vivir
tranquilo a partir de ahora. No me cabe, pues, nada más que
decirle que Dios reparta suerte, señoría… Ya que la va a
necesitar.
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