Algunos de los inmigrantes del CETI (Centro de Estancia
Temporal de Inmigrantes) prefieren no dormir en el centro, a
pesar de que allí les den cama gratis y comida. Alegan tres
razones para decantarse por dormir a la intemperie: una de
ellas que son “demasiados, diez en cada habitación”, la
segunda que no logran dormir debido “a los excesivos
controles policiales”. La tercera razón es que ya esta es su
segunda experiencia en Ceuta y que la primera no les dejó un
buen sabor de boca. Algunos fueron repatriados, como Juan
(nombre falso), que nació en Somalia y le deportaron a
Nigeria.
Juan y Pedro (ambos nombres falsos, ya que prefieren no dar
los reales por miedo a las represalias) se conocieron
durante su primera estancia en Ceuta. A los dos los
deportaron, pero ninguno de ellos perdió las esperanzas de
volver a España. Ambos han logrado entrar de nuevo en Ceuta.
Uno de ellos hace dos días. El otro, el pasado 6 de julio.
Ninguno de los dos duerme en el CETI. Junto a un tercero,
pasan las noches en el Monte Hacho, tapados con bolsas para
el relente. Dan tres razones para explicar por qué prefieren
el campo a una cama. Primero, se agobian porque hay
“demasiada gente en el centro”. “Somos diez en cada
habitación, repartidos en literas”, explica uno de ellos.
Segunda, porque no logran dormir debido a los excesivos
controles policiales. “A las seis de la mañana ya nos están
despertando para hacer revisiones”, protestan. La tercera
razón es que la experiencia previa les dejó un mal sabor de
boca. No hablan español y temen que les obliguen a rehacer
el camino de vuelta.
Juan es de Somalia, un país donde casi la mitad de la
población está afectada por la hambruna. Allí dejó a sus
tres hermanas y a sus dos hermanos. Desde hace seis meses no
logra hablar con ellos. El 23 de mayo de 2007 llegó a Ceuta
por primera vez. Lo hizo cruzando la frontera desde
Marruecos escondido debajo de un coche. Estuvo dos años en
el CETI aguardando unos documentos que nunca llegaron. El 17
de julio de 2009 le deportaron. Sólo que hubo un error: se
equivocaron de país y lo mandaron a Nigeria. “Y yo me
preguntaba allí: ¿Y que hago yo en Nigeria, que está igual
de mal que mi país, Somalia, pero con la diferencia de que
no conozco a nadie?”, explica el joven inmigrante, de 26
años.
El chico apunta que tuvo la ayuda “de un policía cristiano”.
Le llevó a una iglesia donde durante seis meses le dieron
comida y cobijo. Después emprendió el camino a Ceuta. “Tardé
seis meses en llegar a Marruecos, muchos tramos andando,
otros metido en camiones”. No logró nunca un trabajo en el
país vecino. Durmió en la calle, en autobuses y hasta en una
casa donde entre cuatro pagaban setenta euros. No era fácil
conseguirlos y en la mayoría de las ocasiones debía
conformarse con la caridad, alimentándose la mayoría de los
días a base de galletas y leche. Decidió entonces cruzar.
Llegó desde Beliones a nado hace poco más de un mes.
Es cristiano y en la iglesia ha encontrado ayuda en varias
ocasiones. Así que, como hizo durante su primera estancia en
Ceuta, para ganarse algo de dinero vigila y limpia el templo
‘Nuestra Señora de África’. Allí están encantados con él.
“Lo conocíamos de la otra vez, y nos gusta como trabaja”,
explican en la iglesia.
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