Un bolso negro, una bota de agua desparejada, una sudadera
azul y una hoguera con un fuego apagado hace pocas horas.
Indicios de que alguien, no hace mucho, ha estado ‘acampado’
ahí, en esa zona campestre cercana a San Antonio, en el
monte Hacho. La primera confirmación ante estos indicios la
da un guardia civil situado en una explanada de la carretera
que sube hasta el monte. Desde su ubicación observa, con
unos prismáticos, movimientos sospechosos. Ya lo había
adelantado EL PUEBLO. Jóvenes inmigrantes que viven en el
Centro de Estancia Temporal para Inmigrantes (CETI) y
habilitan puntos de observación en el monte para, al menor
descuido, intentar traspasar a la Península escondidos en un
camión de basura de la Planta de Transferencia de Residuos
Sólidos Urbanos (RSU).
Una llamada al walkie-talkie del guardia: “Hemos encontrado
a dos“. Son las 12.35 de la mañana. Un día que amenaza
lluvia. El coche avanza a toda velocidad. En la cuesta del
Desnarigado, tres guardias civiles le piden el carnet del
CETI a los dos chicos sorprendidos en el monte. Uno de
Camerún, otro de Chad. Visten ropa deportiva y su mayor
preocupación es no salir en las fotos. Han perdido su sueño,
no quieren dejar constancia. “Solo estamos paseando”, se
justifican con poca credibilidad. Piden que les lleve al
CETI. “Si habéis venido hasta aquí andando, también podéis
volver”. “Nosotros -explica después el guardia- no podemos
trasladarlos. Ya antes habíamos cogido a otros dos”.
Parece que todo está calmado. De vuelta al centro urbano.
“Espera - dice el guardia civil encargado de la operación-,
mira en la valla, en las inmediaciones de la planta de
residuos”. De camino, encontronazo con los dos chicos del
monte. Van en dirección contraria al CETI. La esperanza,
dicen, es lo último que se pierde y, a pesar de haber sido
avistados, van de vuelta a intentarlo. Bronca del guardia.
“Estoy enfermo”, dice el chico, y enseña uno de los papeles
que lo justifican. “Llevamos dos años esperando”, se resigna
y, cojeando, emprende el camino hacia donde le indica el
guardia, el CETI.
En la planta de RSU, aparentemente, no se ve nada extraño.
“Todos los días llegan inmigrantes, así que o llamamos a la
Guardia Civil o los echamos nosotros”, explica uno de los
trabajadores de Urbaser.
Entre la calma, un detalle: una mancha azul, alguien
agazapado detrás de un muro deseando, por esta vez, ser
invisible. El joven escondido se levanta, como un niño que
hace de ladrón y es pillado por otro niño que hace de
policia. Con conformismo, pero sin la ternura del juego.
Mientras se va, de vuelta al CETI, lanza un saludo con la
mano.
Como si se volviese a tratar de un juego, de detrás de los
camiones sale corriendo otro hombre. Hay gente en la puerta
de entrada, así que se tira al monte. En su carrera,
perseguido por los guardias, baja hacia el acantilado con
más miedo a ser atrapado que a caerse. “Ten cuidado, no
corras”, dice el guardia. Se siente acorralado. El guardia
da un paso hacia delante, y él hacia el acantilado. “Se va a
caer, va a derrapar, ten cuidado”, se vuelve a oír. El
guardia le estrecha la mano y el chico, resignado, se agarra
a ella. Una vez fuera de peligro, se desploma contra la
pared. El cansancio: físico, tras la carrera; anímico, tras
la escapada frustrada, tras el sueño truncado. La torre de
Babel no ayuda y sólo alcanza a decir, “89, 22”. Su año de
nacimiento, 1989; y su edad, 22 años. Es de Guinea y lleva
diez meses en el CETI.
Huele mal: basura en descomposición. En uno de los camiones,
aparece escondido un séptimo chico. Tiene 23 años, es de
Costa de Marfil. El último del juego. No se zafa. Al menos
hoy. También es pillado, y, al salir del camión, se sacude
la ropa.
El guardia civil le pregunta sobre los demás. “Sólo somos
nosotros dos”, miente. Se protegen unos a otros. El
compañerismo, incluso en los momentos más difíciles. Sobre
todo, en los momentos más difíciles.
De vuelta al centro, el coche del periódico se cruza con
otros cinco inmigrantes que suben. Quizás sólo estén dando
un paseo. Aunque las últimas vivencias apunten a que,
probablemente, no sólo sea un paseo. De momento, esperan
sentados en un banco. Si algo han aprendido es,
precisamente, a esperar.
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