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ACTUALIDAD - MARTES, 8 DE MARZO DE 2011


un inmigrante escondido. fidel raso.

inmigración
 

Un trabajo concluido, siete huidas frustradas

Escondidos detrás de un muro, en medio de la maleza o dentro de un camión, los inmigrantes del CETI, hartos de esperar, buscan el modo de llegar a la península, pero un dispositivo de la Guardia Civil logra detenerlos
 

CEUTA
Patricia Gardeu

ceuta
@elpueblodeceuta.com

Un bolso negro, una bota de agua desparejada, una sudadera azul y una hoguera con un fuego apagado hace pocas horas. Indicios de que alguien, no hace mucho, ha estado ‘acampado’ ahí, en esa zona campestre cercana a San Antonio, en el monte Hacho. La primera confirmación ante estos indicios la da un guardia civil situado en una explanada de la carretera que sube hasta el monte. Desde su ubicación observa, con unos prismáticos, movimientos sospechosos. Ya lo había adelantado EL PUEBLO. Jóvenes inmigrantes que viven en el Centro de Estancia Temporal para Inmigrantes (CETI) y habilitan puntos de observación en el monte para, al menor descuido, intentar traspasar a la Península escondidos en un camión de basura de la Planta de Transferencia de Residuos Sólidos Urbanos (RSU).

Una llamada al walkie-talkie del guardia: “Hemos encontrado a dos“. Son las 12.35 de la mañana. Un día que amenaza lluvia. El coche avanza a toda velocidad. En la cuesta del Desnarigado, tres guardias civiles le piden el carnet del CETI a los dos chicos sorprendidos en el monte. Uno de Camerún, otro de Chad. Visten ropa deportiva y su mayor preocupación es no salir en las fotos. Han perdido su sueño, no quieren dejar constancia. “Solo estamos paseando”, se justifican con poca credibilidad. Piden que les lleve al CETI. “Si habéis venido hasta aquí andando, también podéis volver”. “Nosotros -explica después el guardia- no podemos trasladarlos. Ya antes habíamos cogido a otros dos”.

Parece que todo está calmado. De vuelta al centro urbano. “Espera - dice el guardia civil encargado de la operación-, mira en la valla, en las inmediaciones de la planta de residuos”. De camino, encontronazo con los dos chicos del monte. Van en dirección contraria al CETI. La esperanza, dicen, es lo último que se pierde y, a pesar de haber sido avistados, van de vuelta a intentarlo. Bronca del guardia. “Estoy enfermo”, dice el chico, y enseña uno de los papeles que lo justifican. “Llevamos dos años esperando”, se resigna y, cojeando, emprende el camino hacia donde le indica el guardia, el CETI.

En la planta de RSU, aparentemente, no se ve nada extraño. “Todos los días llegan inmigrantes, así que o llamamos a la Guardia Civil o los echamos nosotros”, explica uno de los trabajadores de Urbaser.

Entre la calma, un detalle: una mancha azul, alguien agazapado detrás de un muro deseando, por esta vez, ser invisible. El joven escondido se levanta, como un niño que hace de ladrón y es pillado por otro niño que hace de policia. Con conformismo, pero sin la ternura del juego. Mientras se va, de vuelta al CETI, lanza un saludo con la mano.

Como si se volviese a tratar de un juego, de detrás de los camiones sale corriendo otro hombre. Hay gente en la puerta de entrada, así que se tira al monte. En su carrera, perseguido por los guardias, baja hacia el acantilado con más miedo a ser atrapado que a caerse. “Ten cuidado, no corras”, dice el guardia. Se siente acorralado. El guardia da un paso hacia delante, y él hacia el acantilado. “Se va a caer, va a derrapar, ten cuidado”, se vuelve a oír. El guardia le estrecha la mano y el chico, resignado, se agarra a ella. Una vez fuera de peligro, se desploma contra la pared. El cansancio: físico, tras la carrera; anímico, tras la escapada frustrada, tras el sueño truncado. La torre de Babel no ayuda y sólo alcanza a decir, “89, 22”. Su año de nacimiento, 1989; y su edad, 22 años. Es de Guinea y lleva diez meses en el CETI.

Huele mal: basura en descomposición. En uno de los camiones, aparece escondido un séptimo chico. Tiene 23 años, es de Costa de Marfil. El último del juego. No se zafa. Al menos hoy. También es pillado, y, al salir del camión, se sacude la ropa.

El guardia civil le pregunta sobre los demás. “Sólo somos nosotros dos”, miente. Se protegen unos a otros. El compañerismo, incluso en los momentos más difíciles. Sobre todo, en los momentos más difíciles.

De vuelta al centro, el coche del periódico se cruza con otros cinco inmigrantes que suben. Quizás sólo estén dando un paseo. Aunque las últimas vivencias apunten a que, probablemente, no sólo sea un paseo. De momento, esperan sentados en un banco. Si algo han aprendido es, precisamente, a esperar.
 


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