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ACTUALIDAD - SÁBADO, 15 DE ENERO DE 2011


Las porteadoras fueron desalojadas. f.r.

Desalojo EN EL TARAJAL
 

Hay otros mundos... a este
lado de la frontera

En un rincón de Europa en África, el
paso fronterizo del Tarajal, se escenifica,
con más intensidad en momentos como la madrugada del jueves, el contraste de la desigualdad entre países y continentes
 

CEUTA
Tamara Crespo

ceuta
@elpueblodeceuta.com

Pasaban 15 minutos de la una de la madrugada del jueves, pero en la frontera del Tarajal aún había movimiento, voces de porteadoras marroquíes que, como en días anteriores, se disponían a pasar la noche a la intemperie. Aguardaban a la reapertura del tránsito de mercancías, bien a través del paso general o del puente del Biutz, habilitado con este fin hace unos años para evitar lo que en las últimas semanas ha vuelto a suceder: el colapso del paso principal de peatones y vehículos entre Ceuta y Marruecos.

En la misma rotonda de acceso a la frontera, entre cartones, dormitaban ya a esa hora, con el único testigo de los periodistas de EL PUEBLO, decenas de mujeres acompañadas de un joven que parecía colaborar en la organización del improvisado campamento. La escena era tan surrealista como lo son los cuerpos de estas marroquíes inflados por la cantidad de ropa y de bultos con los que a diario cruzan la frontera para ganarse un puñado de euros con la venta de mercancías que pertenecen a “negociantes” de su país. Algunas optaban por desplazarse a la zona alta del paso fronterizo, las explanadas situadas en el entorno del colegio del Príncipe, para dormir.

La llegada de dos vehículos del Cuerpo Nacional de Policía puso al improvisado campamento en pie. -”Vamos, señora, tiene que irse”. A partir de ese momento comenzaban horas de intenso trabajo de los miembros del CNP de turno en la ciudad, pues a los dos primeros coches se sumaron pronto otros dos: un quinto -contaban- permanecía atento a cualquier incidencia que pudiera surgir en la ciudad. Todos los agentes se afanaban en dirigir la pequeña marabunta por el pasillo entre vallas que constituye el paso para viandantes del lado español de la frontera.

En medio de la rotonda, un hombre se hacía el despistado dentro de una caja. De su ‘dormitorio’ de cartón sólo sobresalía la parte inferior de su cuerpo. Poco a poco, el grupo se compactaba, aunque todavía, en el extremo de la cola de gente sentada y tumbada a la que se había levantado, junto a la pared, unos bultos hacían sospechar a uno de los agentes. Ninguna de las porteadoras puede permitirse el lujo de dejar atrás su carga, que no le pertenece. Al retirar un cartón apoyado contra la pared, apareció una señora, embutida en un saco de plástico y, bajo su chilaba, hinchada con las múltiples prendas que también forman parte de este tercermundista “intercambio comercial”. Como la mayoría de estas infortunadas mujeres “transfronterizas”, la que se ocultaba tras el cartón superaba o parecía superar la cincuentena, y ponía cara de desconcierto. -”Vamos, señora”. “Yo voy arriba, voy arriba”, decía otra porteadora uno de los agentes. -”Ni arriba ni nada, tiene que marcharse”.

Uno de los policías encargados de la devolución de las marroquíes a su país aseguraba que la noche no era tan mala como las anteriores: “Ha habido alguna en la que han dormido también aquí con un viento terrible y lloviendo”, afirmaba.

Unos metros más allá, otra porteadora se separa del grupo, va quedándose rezagada, mientras otra se mueve a duras penas: es una de las más cargadas, con un bulto a sus espaldas que casi duplica su volumen corporal, pero que cojea y camina con la ayuda de dos muletas. Solo la aparición de un niño, de unos dos o tres años, supera la dosis de dramatismo del momento. El pequeño está en brazos de una mujer que llora y se desespera. Un joven que daba vueltas con un coche rojo destartalado se presta a ayudarla junto a dos policías. La mujer se carga al niño a la espalda sujetándolo con una tela. La Policía permite que el chico la traslade en su coche al otro lado de la frontera. A su regreso, cuando avanza unos metros hacia el interior del paso fronterizo para acercarse a las porteadoras, el joven es reprendido por un policía:

-¿Dónde vas, hombre? No puedes estar ahí ¿Algún problema?

-No, problema yo ninguno, problema, ustedes.

-Anda, venga, vamos, que llevas todo el día dando vueltas. ¿A qué te dedicas?

-Vengo a ayudar.

El chico, musulmán, explica a los periodistas que es español, de Toledo, que un hermano suyo vive en Tetuán y que está tratando de “montar una asociación para ayudar a estas mujeres”, “para dignificar su trabajo”, asegura.

Sobre el salpicadero del coche del muchacho otra nota de hiperrealismo: un ejemplar de ‘El guardián entre el centeno’, la celebérrima novela de J.D. Salinger con un protagonista que se convirtió en icono de la rebeldía juvenil.

-”Buena literatura americana”, responde al preguntarle por la lectura mientras se alejaba en su viejo coche.

Pasada más de media hora de lento discurrir de las porteadoras por el pasillo entre vallas, comenzaban a oírse gritos y lamentos. El miedo a que los agentes marroquíes les requisen la mercancía o no les dejen pasar, pesa más que la amenaza de los españoles de marcar su pasaporte para que no puedan volver con él a España.

Cuando el nerviosismo se apoderó de la fila y el bulto de cada una de las porteadoras se convirtió en uno solo, la Policía se afanaba en deshacer el nudo para evitar los aplastamientos. No obstante, la situación se complica cuando a la falta de espacio para moverse se suma la gran cantidad de prendas que viste cada una de las mujeres. Si se desvanecen, cosa que sucedió la noche del jueves a dos mujeres, los cordones con los que se atan los bultos a la espalda se convierten en un peligro más. ”Agua, agua”, pedía un policía mientras sus compañeros trataban de despojar de todas sus ataduras a la primera de las porteadoras con síntomas de estar sufriendo una lipotimia. “Puede ser un paripé para no tener que marcharse, pero nunca sabes, nunca sabes...”, comentaba un agente con gesto de preocupación. Nadie sabe porque afrontar un problema así es tan difícil como compleja es la interpretación de los versos de Paul Éluard: “Hay otros mundos, pero están en este. Hay otras vidas, pero están en ti”.
 


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