Para presumir hay que sufrir. Eso dice el refranero popular,
y los ceutíes decidieron tomárselo a pulso. Nada de medias
tintas ni ropa casual. Nada de “arreglado pero informal”.
Era un día especial y tanto jóvenes como mayores se
plantaron sus mejores galas. El color negro fue el elegido
por la mayoría, tanto por ellos como por ellas.
Los hombres se colocaron el más elegante de sus trajes de
chaqueta. Corbata perfectamente conjuntada. Zapatos
encerados. No hubo lugar para mucha improvisación. El
atuendo más clásico garantizaba el éxito.
Las mujeres, por su parte, decidieron sorprender con sus
vestidos nuevos. Pedrería, lentejuelas y mucho brillo. El
negro mayoritario solo fue roto por algún rojo festivo.
Como complementos, collares, anillos y pendientes. Todo a
juego. Las chicas tenían estudiado hasta el último detalle
para ser las reinas de la noche.
Aunque el elemento principal eran los taconazos. Las mujeres
ceutíes optaron por las alturas.
Quizás no eran los atuendos más cómodos para hacer botellón.
Ni para darlo todo en unos locales que, por una noche,
tenían permitido cerrar un poco más tarde. Pero casi todos
optaron por entrar guapos y guapas en el año nuevo.
Aunque muchos negociantes anotaron que mucha gente había
optado por quedarse en casa en fin de año y que las fiestas
fuertes ya habían sido las de Nochebuena.
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