Mal negocio para una civilización
permitir que se devalúe la vida. Se queman todos los
abecedarios morales, también cualquier presencia humana de
auxilio. Extender la conciencia asesina es lo peor de lo
peor, la mayor ruina del hombre contra sí mismo. Toda
persona tiene derecho al don de sentirse vivo, al don de
sentirse libre, al don de sentirse único y necesario. La
impunidad da rienda suelta a los criminales, que en lugar de
sentirse culpables, se asienten protagonistas de grandes
hazañas. Habría que poner algún tipo de freno a la difusión
de la criminalidad. Si ante tales hechos, no alzamos la voz
y no hablamos con hondura, si no actuamos en defensa de la
vida y abogamos por los derechos humanos, ese espíritu
maligno va a seguir desarrollándose por todos los espacios
del mundo, ensanchándose e hinchándose de poderío
globalizador. Hay que plantarse ante la crueldad y ante los
que desagravian esa crueldad, la fuerza de los cobardes.
No es bueno para el mundo la utilización de las amputaciones
y los latigazos como castigos, el uso de la lapidación y la
horca como métodos de ejecución, las detenciones
arbitrarias, las desapariciones forzadas, las violaciones y
otras formas de violencia sexual, las restricciones a la
libre circulación de las personas, a la libertad de
pensamiento, opinión y religión. Para nada es humano
permanecer pasivos ante la permisividad de la barbarie, que
cada día lejos de suprimirse del planeta, es más cruel y
bárbara. Hoy por hoy, por cada derecho promulgado se cometen
miles de abusos, por cada voz que se alza libre, son muchas
más las que continúan mordiéndose la lengua, por cada mujer
que alcanza el estatus de la igualdad, son muchas más las
que sufren discriminación. Por desgracia, la conciencia
acuchilladora sigue socavando la vida que a todos nos
pertenece vivirla como nos plazca y es, esta permisividad
asesina, la que genera más realidades crueles, más
respuestas brutales, enarbolando la bandera de las bestias
salvajes, en un universo creado por encima de todo, para ser
vivido, no para ser acabado.
El mundo de la conciencia asesina no puede seguir
amedrentando un planeta de vida. La cultura de paz,
tolerancia, comprensión y no violencia, todavía sigue siendo
el gran objetivo pendiente de llevar a buen término. Debemos
empeñarnos en modificar las actitudes y crear conciencia
pacifista. La violencia no puede socializarnos ni establecer
grupos sociales por la fuerza. Podemos conseguirlo y hemos
de propiciar ese cambio con urgencia, puesto que el
comportamiento asesino no es algo innato, se adquiere, se
aprende y se cultiva. No se puede tolerar que bandas
criminales impongan el crimen como lenguaje. La emergencia
educativa es vital. La didáctica de colaborar con las causas
justas es lo más valioso. Cuando se debilita el respeto por
el ser humano nadie queda a salvo y despunta, más pronto que
tarde, la brutalidad. Es el fruto de un espíritu de
relajación de las normas sociales, incapaces de corregir las
conductas desviadas y los comportamientos antisociales.
Para muchos ciudadanos vivir no es fácil, llega a ser un
milagro para bastantes. Una buena parte de la juventud crece
en ambientes sanguinarios, atemorizada y atrofiada por el
miedo. No en vano, la calle está crecida de asesinos en
serie, actuando de forma metódica, siguiendo unos patrones,
alcanzando su propósito de pisotear la dignidad humana y el
valor de la vida. También está rebosada la calle de asesinos
a sueldo, de sicarios que trabajan en equipo, a los que no
les mueve otro corazón que matar a cambio de un precio.
Asimismo, por las calles de la vida cohabitan millares de
asesinos a sangre fría, son tipos que suelen tener una doble
vida: por el día viven como ciudadanos normales y por la
noche actúan como depredadores. Además, por esas mismas
calles del mundo, los asesinos en masa llegan a ser un
enjambre dispuestos a exterminar la humanidad. Las calles
tomadas por estas serpientes del dolor hay que fumigarlas,
mejor hoy que mañana, y, de igual modo, a los responsables
de que esta conciencia asesina diluvié por el planeta, que
no está sólo en los que asesinan, sino también en los que no
matan pero dejan matar, aportando armas para ello, avivando
el odio como ambiente y la venganza como signo de buena
vecindad.
Sin duda, la gran tragedia del mundo es la desvalorización
del ser humano. Hay tantas conciencias asesinas que rigen
pueblos, que el planeta rueda en el desespero de las gentes.
En una esquina, están los que todo lo poseen que tienen un
mundo que amedrentar. En la otra arista, están los
desposeídos que tienen un mundo que vencer. En la cúspide de
los despropósitos: vencedores y vencidos en lucha
permanente, sin conciencia, que es lo mismo que no tener
corazón. Cuando se pierde el alma de la vida, los monstruos
son los dueños del mundo. Por ello, hay que correr la voz de
que la conciencia asesina no tendrá cabida en una sociedad
en la que se interesan los unos por los otros. “Para una
persona no violenta, todo el mundo es su familia”- como dijo
Gandhi. Es cuestión de tomar conciencia, sabiendo que es la
mejor guía que tenemos para caminar llenos de esperanza. Sin
ilusión nada se mantiene.
Desde luego, la vida merece la pena sostenerla y sustentarla
con la sorpresa de saber que soy el que soy y de saber que
existo, no para dejarme asesinar por el colega de turno,
sino para dejarme sorprender. Hasta dentro de mi puede haber
otro hombre que está contra mí. Uno, efectivamente, puede
asesinarse asimismo algo tan normal como la alegría de vivir
y dar un mal ejemplo. Nadie está libre de que la conciencia
asesina empiece por su boca, máxime cuando hemos perdido la
autenticidad de ser lo que somos, de descubrirnos cómo
somos, de denunciarnos y acusarnos a nosotros mismos. No
olvidemos que la humanidad es el espejo de cada ser humano.
Nuestra sociedad, en suma, suele ser bastante asesina en
maneras y modos. El día que se empape del verdadero amor,
todo será más humano y todo será menos cruel. No matemos el
tiempo sin al menos haberlo intentado conquistar.
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