La Organización de las Naciones
Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, ha
reinventado un saludable propósito: construir la paz en la
mente de los hombres. La gran asignatura pendiente. Es un
llamamiento a todos. Hay que hacerlo con aquello que nos
une. Hacerlo ya. Adoptar una actitud comprensiva con
respecto a los lazos que nos conectan con cada persona y con
cada grupo en el mundo. Desde luego, la paz hay que ganarla
todos juntos, con un lenguaje que confluya en el corazón y
en la mente de cada uno. Sin armas. Con alma. Por desgracia,
en menos de una década han aumentado en la mitad los gastos
militares mundiales. O caminamos todos unidos hacia el
desarme, o nunca hallaremos la paz, porque la guerra es una
entelequia de un mundo descerebrado temible y tremento, que
hay que cambiarlo. La revuelta se cimienta con una mente
abierta y con una regenerada conciencia colectiva.
En la mente de los hombres, sin duda, hay que injertar la
promoción de la supervivencia humana, la seducción por las
cosas bellas. La belleza, en su hondo sentido, ha de ser
renombrada como lo hicieron los antiguos, al florecimiento
de la virtud, que nunca fue fácil cultivarla. Ya lo advirtió
en su tiempo Cervantes, con aquella frase célebre de que “la
senda de la virtud es muy estrecha y el camino del vicio,
ancho y espacioso”. Todo en el mundo parece enviciado. La
inmoralidad inherente a formas de vida esclavas y poco
solidarias, nos las tragamos y padecemos sin apenas decir
nada. Junto al aluvión de desenfrenos, que no tienen nada de
humanos, son bestiales, la maldad tiene licencia permanente.
Todo los perversiones las engullimos. Y claro, la capacidad
regenerativa del planeta tiene un límite. Nuestros derroches
consumistas pasan factura a los recursos que cada día
tenemos menos. Como siempre, los pobres son los grandes
sufridores. Van a seguir siéndolo, porque se continua
invirtiendo más en armas que en educación.
Para construir la paz en la mente de los hombres hace falta,
de una vez por todas, hablar claro y hondo. Por lo pronto,
mandar callar a los que sólo practican la virtud para
conquistar reputación. Acto seguido curar a los soberbios.
Posteriormente, excluir del poder a los que permiten que la
crueldad gobierne los caminos de la vida. La semilla del
bien no prende, ni reprende, porque todo se gasta y se
malgasta, sin freno alguno, y lo que es peor, dañando a las
personas más débiles con la relajación de todos.
|