La alerta naranja no había conseguido arredrar a los ceutíes
a primeras horas de la mañana, cuando las lluvias eran aún
extremadamente débiles, y la Gran Vía presentaba
prácticamente la misma vida que todos los sábados, con
incluso algún valiente que se atrevía a hacer footing por el
vial ligero de ropa.
En la medida en que las precipitaciones comenzaron a hacerse
más intensas, el paisaje urbano fue despejándose de
automóviles y transeuntes. Los pocos coches que continuaban
circulando por la ciudad lo hacían con toda tranquilidad por
avenidas como la Juan Carlos I y atravesando algunos charcos
de relativa envergadura a la salida del Tarajal hacia
Almadraba.
Los barrenderos de Urbaser continuaban haciendo su trabajo
equipados con chubasqueros, operarios y comerciantes del
Tarajal recogían el fango en los accesos para que no
taponara los desgües, y relámpagos alumbraban de manera
intermitente el litoral ceutí mientras unos pocos
despreocupados ciudadanos caminaban por el borde marítimo
sin apenas equipo para el agua. Ningún nerviosismo en la
ciudad a pesar del recuerdo de pasados aguaceros.
Las incomodidades se podían sortear. En El Príncipe algunos
vecinos se las apañaban para hacer sus compras a pesar de la
lluvia, había quien se atrevía a circular con su ciclomotor,
y en El Tarajal había incluso quien hacía uso de su
bicicleta.
Situación controlada
Lo comentaban a este periódico los propios comerciantes del
Polígono. “De momento no nos ha entrado el agua. El desagüe
ha respondido perfectamente”, apuntaba el propietario de un
ultramarinos, cuando la lluvia ya había cesado para no
volver en todo el día.
Otros comerciantes parecían más precavidos, y habían
colocado un tablón de poco más de medio metro de alto en el
acceso a su negocio, por si las moscas. “En las naves del
Polígono no ha logrado entrar el agua salvo en la parte de
abajo. Nosotros esta mañana hemos llegado a tiempo y nos
hemos puesto a desatascar los desagües nada más llegar”,
explicaba Fhad Mohamed, propietario del susodicho
supermercado.
Parecía existir alguna suerte de coordinación espontánea
entre todos los comerciantes y operarios del polígono. Un
chico daba paso con una vara en la mano a los coches que
intentaban circular por entre las naves, no prestando la
mayor atención en muchos casos a las señalizaciones del
tráfico.
Desgracia personal no hubo que lamentar ninguna, porque
incluso en el accidente de tráfico detectado por protección
civil los ocupantes resultaron ilesos.
En las resbaladizas y mal asfaltadas calles del Tarajal pudo
verse a alguna señora caer de espaldas sobre el pavimento,
pero sin que se produjera lesiones de consideración.
“Esto seguirá igual mientras no nos lo arreglen. Tienen que
hacer algo para que el agua de lluvia se filtre por los
desagües más fácilmente, o siempre nos veremos afectados por
cualquier lluvia”, protestaba el comerciante Fhad Mohamed.
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