Hacía mucho tiempo que no veía,
tanto al diputado, Francisco Antonio González como al
senador Fernández Cucurull. Y mire usted por donde el mismo
día y casi a la misa hora, saludo a los dos. El primero en
saludar fue al diputado, con el que compartimos un rato de
charla, tratando en profundidad los achaques y goteras que
ya nos van saliendo, y que ha mantenido al diputado algo
preocupado hasta que le han dicho que el asunto no reviste
gravedad.
Habíamos finalizado la charla con Francisco Antonio
González, cuando nos tropeamos con el senador, Nicolás
Fernández Cucurull, con el que nos une una buena amistad, a
igual que con sus padres, por eso lo primero que hicimos es
preguntarles por mis amigos de toda la vida, que ejerciendo
de abuelos se marchan a Madrid cada dos por tres.
Nicolás en broma, después de decirme que sus padres están a
punto de regresar a Ceuta, me suelta qué si podía hablar
conmigo, sabiendo que he dicho que no me paro mucho a hablar
con los políticos.
Quizás o no se me ha entendido lo que he querido decir o no
he sabido explicarme con claridad. Probablemente sea lo
segundo. Aclarando que es gerundio. Lo que he querido decir
y escrito está, es que cuando me paro con algún político, no
me entretengo mucho, porque no me gusta hablar con ellos de
política, para que no me cuenten milongas evitando, con
ello, la posible influencia que esas pudiesen tener a la
hora de emitir mi personal, particular e intransferible
opinión.
Así se lo hago saber a Nicolás que una vez aclarada la cosa
nos dedicamos a charla de lo divino y de lo humano, menos de
política. Nuestra charla finaliza, cuando se acerca el
presidente de la Ciudad a saludarnos.
Verás, Nicolás, cuando algún periodista, se ve cada dos por
tres, por las razones que sean, con un político y se dedican
a charlar de política, termina estableciéndose una corriente
de simpatía y de complicidad ente ambos.
Esta buena relación entre político y periodista, se
mantendrá mientras el periodista esté dispuesto a contar
todo aquello que le dicte el político porque así le interesa
e él que se haga.
El día que el periodista escriba algo que le pueda molestar
al político, porque se salga del guión que el político cree
que está establecido entre ambos. Ese día las cañas se
volverán lanzas contra el periodista, y toda esa amistad,
cariño e incluso complicidad que existía, se perderá para
siempre hasta volverse enemigos irreconciliable del
periodista que, según su teoría, se ha aprovechado de esa
amistad para contar cosas que nunca debió decir.
Esa amistad que de hecho jamás existió, entre ambos, sólo le
ha proporcionado al periodista ganarse un enemigo sin
necesidad alguna. Al mismo tiempo le ha ido minando su
propia personalidad hasta querer hacer de él un auténtico
portavoz de sus palabras y sus acciones. Ojo, no digo que
todos san así, pero como las meigas haberlos haylos. Más
vale prevenir que curar. ¿O no?
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