Hace algo más de cien años, España tras la Conferencia
Internacional de Algeciras de 1.906, se vio obligada a
ejercer su influencia en una pequeña franja de la zona norte
de Marruecos, lo que a partir de 1.912 sería conocido como
Protectorado Español.
Esta zona donde a España le correspondió velar por la
tranquilidad y prestar asistencia al gobierno marroquí para
la introducción de reformas administrativas, económicas,
financieras, judiciales y militares, era una región de la
que los españoles desconocían casi todo; no se sabía con
exactitud la extensión, carente de una red de comunicaciones
que facilitara la penetración en el territorio y su
posterior control, ni el número de habitantes que había que
proteger, en una población fundamentalmente rural, ni
siquiera las riquezas de la región, añadiéndosele a todo
ello la oposición, desde los primeros momentos, de jefes
locales que no aceptaban la autoridad del Sultán y mucho
menos la de un país extraño llamado España.
Ante este panorama daba comienzo la acción de España en
Marruecos, misión que se encomendó al Ejército, como único
organismo capaz de llevar a buen término los nuevos
cometidos españoles. Pero lo que se preveía como una buena
ocasión de recuperar el prestigio perdido tras la derrota en
la guerra de Cuba, pronto supuso un nuevo descalabro,
encontrándose desde los primeros momentos con la oposición
de la opinión pública, que no veía con buenos ojos el gasto
de dinero que suponía la intervención militar en un país
remoto y mucho menos el empleo de soldados en una guerra que
nada tenía que ver con los intereses nacionales.
A raíz de las primeras intervenciones militares y a medida
que la zona de influencia fue alcanzando mayor extensión, el
gobierno sintió la necesidad de crear una serie de Unidades
compuestas por personal indígena afectos a España con la
finalidad de que cooperasen con las Unidades peninsulares,
persiguiendo con ello un doble objetivo; por un lado poder
reducir progresivamente las fuerzas metropolitanas, evitando
de este modo situaciones como las vividas en la conocida
“Semana Trágica de Barcelona”, julio de 1.909, y por otro la
de ejercer una acción política más eficaz por el
conocimiento de su lengua y de sus costumbres, siendo la
mejor forma de hacer llegar a sus compatriotas las ventajas
que la sumisión al Mazhen (gobierno) les proporcionaba.
Por estos motivos, por R.O. de 30 de junio de 1.911, se
decidió la organización de unas fuerzas denominadas “Fuerzas
Regulares Indígenas de Melilla”, nombre este último de la
ciudad en la que se llevaría acabo su creación, con cohesión
y disciplina y capaces de cooperar en las operaciones
tácticas con las tropas del Ejército.
Esta Unidad fue concebida desde el primer momento para
misiones de vanguardia, capaz de acoplarse a cualquier tipo
de terreno, buscando el aprovechamiento al máximo de las
aptitudes guerreras del soldado español, que las instruiría
y asistiría, y del indígena, y una organización, armamento y
vestuario en consonancia con los cometidos castrenses a
desarrollar y con el tipo de guerra que se preveía, sin
olvidar las costumbres, tradiciones y aficiones del personal
marroquí, respetando al máximo sus creencias religiosas y su
mentalidad.
En ellas se integraron perfectamente españoles y magrebíes,
y aunque sus comienzos fueron duros, siempre demostraron
estar dispuestas para las acciones de máximo peligro y
sacrificio, buscando los puestos de mayor riesgo y fatiga,
convirtiéndose en poco tiempo y a base de la sangre, del
sudor y del esfuerzo de sus hombres en la Unidad más
condecorada del Ejército Español.
Las Fuerzas Regulares marcaron y marcan una época de la
Historia Militar de España, donde sin lugar a dudas
desempeñaron un papel protagonista, no hay más que observar
el buen puñado de corbatas que cuelgan de la moharra de su
Bandera, la más condecorada del Ejército Español, y el
recuerdo de las cerca de noventa mil bajas sufridas a lo
largo de su Historia.
Hoy, cuando se preparan para celebrar sus noventa y ocho
años de servicio a España, los Regulares trabajan día a día
para poder cumplir con su deber y sus obligaciones, las que
el Estado Español les da, y por eso con su entrega,
dedicación y esfuerzo, como hicieron los primeros Regulares,
siguen buscando los puestos de mayor riesgo y fatiga, dando
lo mejor de ellos mismos y desempeñando, como antaño, un
papel protagonista dentro del Ejército Español.
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