A lo largo de mi vida he viajado
en tren innumerables veces, cuyo recuerdo se pierde en la
noche de los tiempos, pero nunca, hasta hace poco, en trenes
de determinados países que me contagian la mugre y la
miseria hasta ponerme tarumba y desear el nunca jamás de
volver a repetir semejantes viajes en semejantes convoyes.
Ceuta tenía su tren, en tiempos en los que dominaba el
estamento militar en todas las facetas sociales de la vida
caballa, que enlazaba con la capital de la soberanía parcial
que nuestro país ejercía sobre otro país, que no fue
incorporado plenamente y en el que existían autoridades
propias autóctonas.
Eso que complico en el anterior párrafo tiene la
denominación de protectorado y corresponde al acuerdo con
Francia firmado el 27 de noviembre de 1912 mediante el cual
nuestro país “se quedaba” con el Rif, la Yebala y Tarfaya y
los franceses con el resto (lo mejorcito, vamos).
Bueno, entremos en lo que encabeza este artículo.
Esas barras metálicas sobre las que se desplazan las ruedas
de los trenes y que actúan como soporte y dispositivo de
guiado tienen otras cualidades un poco más tenebrosas. Son
armas letales cuando se producen accidentes. En realidad son
sucedáneos de aquel invento mata-humanos que se llamó
guillotina, hoy en desuso pero con variantes que se utilizan
en algunos países de gobernantes con mentalidad básica
primitiva.
El tren de Ceuta, al menos en el que hice algunos viajes
acompañando a mi padre, era de color plateado tirando a
sucio y al que llamaban ómnibus, por su aspecto de autobús,
estaba formado por dos unidades, que a veces se convertían
en una.
Los raíles son los que veía cotidianamente en mis
desplazamientos laborales de antaño, no en vano he trabajado
30 años en el Metro de Barcelona, y de aquellos vetustos
tranvías de mis primeros días en la ciudad condal, recién
llegado de Ceuta, con los que me desplazaba a la playa de la
Barceloneta y a los que los catalanes llamaban “jardineras”
y que eran parecidos a los que hoy en día se utilizan para
subir al Tibidabo y que tienen por nombre “Tranvía Blau”
Actualmente vuelven a circular por Barcelona, tras largos
años en desuso, y las máquinas actuales, como las de antaño,
son totalmente ecológicas en todos sus aspectos (hasta el de
matar) y pese a que lo tranvías son ultramodernos, siguen
ocasionando accidentes.
Precisamente ayer un convoy causó heridas a varias personas
que iban como pasajeros de pie. Unas hojas de árbol, creo de
plátano por lógica, depositadas encima de uno de los raíles
hizo trastabillar las ruedas del vehículo y haciéndolo
patinar hasta topar con los topes de final de recorrido.
Este patinaje espontáneo, que no tiene nada de artístico, es
lo que está haciendo el inefable Mariano Rajoy con su terca
postura en referencia a uno de los miembros de su partido
que tiene apellido de una entidad local menor situada en la
provincia de Burgos y perteneciente a un municipio de nombre
de personaje famoso relacionado con Ceuta.
Cuando lo que está pasando ahora con los peperos ocurre con
los socialistas… los gritos del líder pepero se oyen hasta
la Antártida. Una manera como cualquier otra de ocultar su
frustación y su impotencia por batir limpiamente a los
socialistas. Ya nos tiene acostumbrado constatar que usa las
malas artes y esto ya no nos sorprende ni asombra.
Tiene suerte Mariano Rajoy de estar rodeado por presuntos
chorizos, aunque estos no repartan con nadie ni con el
partido, supuestamente.
No se porqué, pero parece que la corrupción acarrea votos y
no es cuestión de matar a la gallina de los huevos de oro.
Si no, no se entiende esa terquedad.
Hasta mañana.
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