Al menos dos centenares de personas dieron el último adiós
al bombero número 88 de Ceuta, Marco Antonio Navas Lázaro.
Familiares, compañeros de profesión, amigos, políticos y
representantes de las fuerzas de seguridad de la ciudad
conformaron el cortejo fúnebre que trasladó al bombero
fallecido desde el velatorio de San Amaro hasta el
cementerio de Santa Catalina. El cuerpo fue transportado en
un camión de bomberos y seguido por una comitiva a pie,
además de varios vehículos del cuerpo contra incendios,
Guardia Civil, Policía Nacional y Policía Local durante un
recorrido que duró una hora.
Sus compañeros levantaron el féretro y lo auparon sobre la
plataforma del camión rojo. El aplauso desahogó el silencio.
Un bombero arrancó el vehículo y otros cuatro formaron
repartiéndose a cada lado del ataúd y se asieron a la
escalera contra incendios para cubrir el trayecto que separa
el velatorio de San Amaro del cementerio de Santa Catalina,
quedando expuestos a la contemplación, hieráticos y
presidiendo el nutrido cortejo fúnebre.
En los laterales y entre las anchas ruedas, seis coronas de
laureles homenajeaban a Marco en el que sería su último
servicio: UGT, Academia Premier, Bomberos, Familia Cózar
Navas, Ciudad Autónoma y Bomberos Helipuerto. Familiares,
compañeros, amigos, allegados, políticos y cuerpos
policiales de la ciudad seguían a un camión rojo con el que
los niños sueñan con subirse alguna vez y sobre el que ayer
se erguían cuatro hombres en formación y un conductor que
avanzó constante a cinco kilómetros por hora. Sobre el
féretro, su casco, y en los uniformes, la escalera contra
incendios, la goma de la manguera, el 080, las singulares
botas y el tejido de la zamarra se percibía una porción de
él, una mirada hacia el pasado y otra desconsoladora hacia
el futuro.
Su madre quería que se supiese que todas sus compañeras del
taller habían acudido al sepelio y se sorprendió al ver que
Marco guardaba una inagotable lista de amigos. Estaba a
punto de terminarle una figura de un bombero, porque a ella
le gusta trabajar con las manualidades. Este fin de semana
tenían previsto asistir a una boda en la Península. Sus
alumnos, a los que enseñaba a ser bombero, presenciaron la
última de sus clases, en donde impartió el tema de la
tenacidad, el sacrificio, la honra y la profesionalidad. Les
enseñó las cuatro virtudes cardinales: la fortaleza, la
justicia, la templanza y la prudencia.
El ser humano se derrite de sentimientos cuando afronta la
tragedia como suceso irrevocable. Todos sus compañeros
sentían haber sido él. Y los que no lo eran, también. En
momentos así no existen las personas malvadas y el niño que
sueña con subirse a un camión de bomberos aflora sin
remisión. Los más mayores contienen las lágrimas, porque
apenas les quedan y sufren con el corazón, pero los que aún
no han conformado la coraza del dolor lloran como niños a
los que el mundo opone resistencia.
Por la mañana, el parque de bomberos sentía el escalofrío
del duelo y apenas había necesidad ni fuerzas para hablar.
Los bomberos leían la prensa, y contemplaban durante minutos
inconsistentes las imágenes de su compañero enterrado bajo
la zamarra oscura de bombero. No podía ser, pero lo era.
“Nosotros sentimos muchísimo esta pérdida, pero los que más
lo sienten son los de su turno. Aquí trabajas 24 horas
seguidas y descansas tres días. Esto es como una familia, él
tenía la suya propia y nosotros realmente le veíamos menos,
pero imagínate los que convivían con él las 24 horas. Lo
haces todo: comes, descansas, sales a hacer los servicios,
charlas...”. Detrás de uno de los camiones aparcados en el
patio del parque de bomberos, dos compañeros y amigos de
promoción se abrazaban para consolar la fatiga de una noche
en la que sólo durmieron por agotamiento.
Por la tarde, a las 17.00 horas, el ritual diseñado por los
bomberos dejaba en estado de precariedad al servicio de
guardia. Pero ayer, 1 de mayo, pocas alarmas podía haber en
la ciudad. Todos los bomberos caminaban junto al sendero de
San Amaro y los cuatro hombres que formaban sobre la
plataforma del vehículo rojo se recortaban con el mar y el
puerto de fondo. Su traslado coincidió con una tarde
frondosa, de color azul y de viento furtivo.
Las mujeres expresaban con horror la pérdida, mientras que
los bomberos más bizarros y corpulentos se aturrullaban de
lágrimas sobre el hombro de un amigo y lo hacían en un
silencio tullido por los sollozos.
El último Padre Nuestro terminó con un rosario de lágrimas
que sirvió para cerrar el nicho y dar por concluido un duelo
que cada familiar y cada compañero continuará de la mano del
más fiel de los amigos, la soledad.
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