“¡NO!”, grita Gurpreet haciendo aspavientos negativos con
los brazos cuando se le pregunta que, si tuviese la
oportunidad de dar marcha atrás en el tiempo, ¿volvería a
tomar la decisión de salir de la India en busca del primer
mundo?
Gurpreet, más conocido como Babu, es el único que habla un
poco castellano, y su historia es la de una desgracia a la
que todavía no ha podido poner fin. Un día del año 2004 tomó
la decisión de vender todas sus posesiones y abandonar su
ciudad natal, Punjab. Sacó 15.000 euros para emprender el
viaje a Europa. Hoy, casi cinco años después, vive en un
monte de Ceuta junto a medio centenar de compatriotas con
una historia similar: el dinero voló entre las mafias y los
policías marroquíes y argelinos antes de llegar a la ciudad
autónoma. Asegura que ya no puede volver a su país, porque
no tiene dinero ni ve a su familia desde hace más de cuatro
años.
“La vida es muy, muy dura”, dice Babú, que en su localidad
natal malvivía de la agricultura, pese a tener estudios de
económicas e informática. Así que decidió marchar a Europa.
“En agosto de 2004 salí de Punjab junto a cinco amigos”,
recuerda Babu –que por entonces tenía 20 años–, sin saber
que la primera escala de ese viaje al sueño europeo sería de
seis meses en Burkina Fasso, donde cayeron en las manos de
la primera de las numerosas mafias que les extorsionarían
hasta acabar con todos sus ahorros.
“Nos robaron los pasaportes, el dinero y la ropa”, señala
Babu, “y nos dijeron que teníamos que esperar uno o dos
días, pero fueron seis meses”.
La gente sin escrúpulos hacinó a quince personas en una
“pequeña casa sin luz” y apenas les daban de comer y de
beber. Finalmente, sin los pasaportes, les metieron en un
autobús a Mali.
Cinco meses más en Mali hacinados en otra casa hasta que
decidieron mandarlos a Argelia, al desierto. “Por el día
viajábamos en Land Rover, por la noche, andando a través del
Sáhara”, explica.
Siete meses más deambulando de pueblo en pueblo por una de
las tierras más inhóspitas del planeta. “Las condiciones
allí muy, muy malas; muchas personas murieron”, dice.
¿Muertos? “Problemas de picaduras”, responde, “sarna”,
añade, “no había medicamentos”, concluye.
Fue el periodo más duro de una travesía dantesca. Babu
recuerda que les daban de comer muy poco y que, como en el
Sáhara es más valioso el agua que la gasolina, ¡tuvieron que
beber ambos líquidos mezclados!
“Agua con gasolina”, confirma.
Finalmente cruzaron a pie y con nocturnidad la frontera
argelino-marroquí. “Rabat, Tánger, Castillejo”, cita Babu,
“pero nos metieron muchas veces en la cárcel para luego
deportarnos”.
Así, visitó las cárceles de Tetuán, Rabat o Tánger. Tras una
semana en la celda, la Policía marroquí los trasladaba de
nuevo a la frontera argelina, donde las mafias les
esperaban. “Nos pegaban y nos repetían que les diésemos el
dinero, pero ya no teníamos casi”, afirma.
“Cuando las mafias nos soltaban, nos cogía la Policía;
cuando nos soltaba la Policía, nos cogían las mafias”,
recuerda.
Finalmente, consiguió llegar a Ceuta, donde se acurrucó en
el salpicadero de un coche para burlar el control policial
en El Tarajal. Tuvo que dar 3.000 euros al mafioso de turno.
¿De dónde sacó el dinero? Gracias a amigos que realizaron
giros a algún banco. “Tuve que llamar a mi familia dos veces
para pedirles dinero”, explica Babu, “vendieron
pendientes...”, dice señalándose los lóbulos de las orejas,
“y la tierra”, añade apuntando al suelo.
“Ahora, más de cuatro años después, ya no tengo nadie”,
afirma, “lo hemos perdido todo”.
“Nosotros no sabíamos cuando llegamos a Ceuta que había un
campamento de inmigrantes”, comenta, pero tampoco sabían que
había que cruzar un brazo de mar de 12 kilómetros para
llegar a Algeciras, a Europa.
A punto de cumplir un año en el monte ceutí –será el día 7
de abril– desde que decidieron abandonar el CETI por el
miedo a ser deportados, se aferran a un hecho: “Hace un
años, 35 bangladeshíes vivieron tres meses en el monte y les
llevaron a la península y les dieron papeles”.
Babú, por otro lado, agradece el apoyo de Ramesh
Chandiramani, presidente de la Comunidad Hindú en Ceuta,
“que muchas veces habla con el delegado”.
“No sé qué pasa con el delegado, que ahora dice que tenemos
que volver a nuestro país”.
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