Las personas somos animales sociales según se ha dicho desde
el tiempo de los clásicos. Forzosamente necesitamos y
tenemos que vivir con otros formando comunidades
organizadas, siendo imprescindibles estar regidos por normas
de conducta aceptadas y compartidas por todos los miembros
de la comunidad, que garanticen la correcta y pacífica
relación entre unos y otros. A eso se le suele llamar
‘código del saber estar, de las buenas maneras, y de la
cortesía’. Unas reglas de comportamiento que no sólo han de
presuponerse, sino que han de exigirse en todo cargo
público. Fundamentalmente porque tras lo que representa se
encuentra una persona al servicio de la sociedad y, por
supuesto, convenientemente remunerada con el dinero de todos
los ciudadanos. El lamentable episodio de este pasado fin de
semana, que hoy contará con un nuevo capítulo en vía
jurisdiccional, será tratado con seguridad en el Consejo de
Gobierno de mañana que valorará claramente lo que son hechos
meridianamente claros: 1º que el subdirector general del
Área de Menores se vio involucrado en un altercado con
resultado de agresión denunciada, en una actitud bochornosa
y reiterada porque tuvo que ser expulsado de una sala de
fiestas y aguardó a la salida para insistir en el clamoroso
error y 2º que como continuación de la incontrolada actitud
beligerante se atrevió a insultar gravemente a la Policía
Local y resistirse a la actuación policial oportuna.
‘Ambas dos’ situaciones son de la suficiente enjundia no ya
para esperar a un más que evidente cese fulminante, sino que
tras varias horas de acontecer los hechos la dignidad habría
ganado enteros si el protagonista en cuestión hubiera
solicitado la dimisión por propia voluntad ya que son cosas
que nunca debería hacer un cargo público.
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