Algunos querían sangre. Menos eso hubo de todo en el
Patio de Armas de las Murallas Reales. El estruendo del
cañón de Artillería del Regimiento de Bailén obligaba a los
presentes a taparse los oídos. La cruz de Borgoña ondeaba en
las banderas de cada unidad mientras los componentes se
preparaban a la orden de los capitanes para comenzar el
combate. A un lado los españoles, llegando desde el frente
de la Ribera, por el otro, los franceses. El sonido de los
tambores hacía presagiar un combate a vida o muerte.
Los uniformes, los fusiles, el cañón, las instrucciones...
simulaban una fotografía en movimiento de cualquier batalla
de la época. Los bloques, frente a frente, comenzaban lejos
la lucha. Lo primero, cañonazos de aviso del Regimiento de
Bailén, cuya cruz roja de San Andrés sobresalía sobre un
fondo azul. Los soldados maniobraban con la pólvora como si
fuera 1808. La prensaban y prendían fuego. El sonido
cambiaba en cada disparo, como realmente sucedía, ya que la
cantidad de pólvora suministrada no era la misma en cada
carga. Lo mismo sucedía con los mosquetes. Un poco de
pólvora en el oído del arma y otro poco por la apertura de
disparo: el pie de gato empujaba a la piedra de silex, está
chocaba con el rastrillo, la cazoleta y saltaba la chispa
que hacía explosionar la pólvora.
Los presentes pudieron contemplar una pólvora pura, sin
aditivos, con una ignición más rápida. Ahora el sonido es
diferente, provocado por la nitrocelulosa y la ignición es
más lenta, lo que permite alcanzar distancias más largas.
Por eso los disparos de ayer apenas hacían daño al enemigo.
El capitán español, Javier Planells, comentó al final de la
batalla que apenas había habido bajas por disparo durante la
batalla. A 100 metros de distancia solo el 1 por ciento de
los disparos daba en el blanco o en un lugar próximo. Esto
obligaba, como bien representaron ayer las unidades, a
desfilar hombro con hombro, a formar un bloque compacto con
la idea de que el mayor número de balas penetrase en las
filas enemigas.
Poco a poco las líneas rivales se unían, existían menos
metros de separación entre uno y otro bando. Los disparos
comenzaban a ser más eficaces y se producían las primeras
bajas, que eran auxiliadas por mujeres campesinas que
acompañaban a los militares o huertanos en su caso, puesto
que también hubo presencia ayer de una unidad compuesta por
voluntarios de Valencia, que en vez de botas calzaban
zaragüeyes y en vez de pantalones, calzones.
Otros regimientos partícipes en el combate de ayer fueron el
de infantería de línea de Valencia o granaderos y el suizo
número 3 reding. Estos últimos se unieron a los escasos
franceses que habían venido, para compensar la pelea.
En cuanto al Regimiento de Bailén, hay que decir que son los
mismos que se encuentran representados en la exposición del
bicentenario de la Guerra de la Independencia de las
Murallas. Sólo una de las figuras allí expuestas pertenecía
al Regimiento fijo de Ceuta, que se distingue por el color
verde de los filetes de la pechera y por el verde de la
manga del gorro.
Los que acudieron a la cita salieron más que satisfechos del
tiempo invertido, los que no, otra vez... vendrán.
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