Javier enamorado de los mis-terios y del brillo que tiene su
mar paseaba todas las mañanas veraniegas hace muchos años,
por las pla-yas ceutíes del Chorrillo y la Ribera. Mientras
sus arenas y chinos empeza-ban a hervir bajo el tórrido sol,
que quedaba embobao paseando por la orilla, esa paz, ese
relax, ese suspiro profundo no tiene precio.
Entre el chasquido de los roces de las olitas que morían
extasiadas en la orilla. Allá que fijé los ojos en una si-lueta
femenina, como una diosa en el mar, su mirada azul como el
mar y su piel blanca, con gotas saladas como el rocío de una
flor en una mañana, me hicieron ir tras ella, ya no sabía ni
que espigón era, si estaba entre medias de la escollera, si
estaba nadando o las aguas me engullían, allá que nos fija-mos
el uno del otro, y dos cuerpos se abrazaron con cariño y
pasión como si estuvieran juntos de toda la vida, co-mo un
sueño surrealista aparecía tum-bado en mi toalla y la cabeza
dándo-me vueltas.
Parecía como si el reloj se hubiera detenido en medio de la
arena. En ca-sa no comía, todo el día en el limbo, la
familia se comentaba éste está enamo-rado, y todos como
revistas del cora-zón, a espiar a Javier con qué chica está.
No podían seguirme, yo cada maña-na andaba tras esos lares
paradisíacos entre arena y fresca sal que oteaba mi mente.
Allá me encontré con ella, nos besa-mos, nos juramos amor,
entre golpes de abrazos de mar, casi sin aire nos perdíamos
en las profundidades, ante la mirada de los erizos y los
peces. Ella como recuerdo, me entregó de aquella historia de
amor del fondo de su mar, una caracola. Allá que la tuve
escondida escuchando el fondo de los mares y siempre
recordándola aque-llos momentos de pasión, que siempre
aparecía yo tumbado en las arenas.
La familia decía, el niño este está majareta perdió, todo el
día con la ca-racola y mirando al mar por la venta-na,
pasaron los años y no encontré mi recuerdo de pasión, y
estos años de casado, me quedaba embelesado en la playa,
recordando mi fantasía y me puse a dar vueltas, mirando
rocas y espigones, si entre alguna ola apare-ciera desde ese
mar, mi cupido con la caracola.
Al darme la vuelta, mi mujer me di-jo, no busques más
cariño, mírame a los ojos, azules como el mar y la piel
blanca con gotas saladas como el rocío de la mañana, en sus
manos tenía es-condida la caracola.
Dedicado a Gema.
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