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OPINIÓN - MARTES, 31 DE JULIO DE 2007

 
OPINIÓN / ESCRITOS CABALLAS

En el mar, entre arena y espuma

Por Javier Chellarám


Javier enamorado de los mis-terios y del brillo que tiene su mar paseaba todas las mañanas veraniegas hace muchos años, por las pla-yas ceutíes del Chorrillo y la Ribera. Mientras sus arenas y chinos empeza-ban a hervir bajo el tórrido sol, que quedaba embobao paseando por la orilla, esa paz, ese relax, ese suspiro profundo no tiene precio.

Entre el chasquido de los roces de las olitas que morían extasiadas en la orilla. Allá que fijé los ojos en una si-lueta femenina, como una diosa en el mar, su mirada azul como el mar y su piel blanca, con gotas saladas como el rocío de una flor en una mañana, me hicieron ir tras ella, ya no sabía ni que espigón era, si estaba entre medias de la escollera, si estaba nadando o las aguas me engullían, allá que nos fija-mos el uno del otro, y dos cuerpos se abrazaron con cariño y pasión como si estuvieran juntos de toda la vida, co-mo un sueño surrealista aparecía tum-bado en mi toalla y la cabeza dándo-me vueltas.

Parecía como si el reloj se hubiera detenido en medio de la arena. En ca-sa no comía, todo el día en el limbo, la familia se comentaba éste está enamo-rado, y todos como revistas del cora-zón, a espiar a Javier con qué chica está.

No podían seguirme, yo cada maña-na andaba tras esos lares paradisíacos entre arena y fresca sal que oteaba mi mente.

Allá me encontré con ella, nos besa-mos, nos juramos amor, entre golpes de abrazos de mar, casi sin aire nos perdíamos en las profundidades, ante la mirada de los erizos y los peces. Ella como recuerdo, me entregó de aquella historia de amor del fondo de su mar, una caracola. Allá que la tuve escondida escuchando el fondo de los mares y siempre recordándola aque-llos momentos de pasión, que siempre aparecía yo tumbado en las arenas.

La familia decía, el niño este está majareta perdió, todo el día con la ca-racola y mirando al mar por la venta-na, pasaron los años y no encontré mi recuerdo de pasión, y estos años de casado, me quedaba embelesado en la playa, recordando mi fantasía y me puse a dar vueltas, mirando rocas y espigones, si entre alguna ola apare-ciera desde ese mar, mi cupido con la caracola.

Al darme la vuelta, mi mujer me di-jo, no busques más cariño, mírame a los ojos, azules como el mar y la piel blanca con gotas saladas como el rocío de la mañana, en sus manos tenía es-condida la caracola.

Dedicado a Gema.
 

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