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OPINIÓN - MARTES, 31 DE JULIO DE 2007

 

OPINIÓN / SNIPER

Santiago, ni “morto” ni vivo
 


José Luis Navazo
jlnavazo@telefonica.net
 

El pasado miércoles 25 la antigua “Gallaecia” se vistió de fiesta, pues era nada menos que el “Día de Santiago”, patrón de la región y que en Compostela se vivió a lo grande. También el Arma de Caballería de nuestras FAS, incompresiblemente aun muy pegadas a la tradición católica (cuando España es, de hecho y de derecho, un Estado aconfesional) festejó a su patrono, así como gran parte del país en el que aun se conmemora el culto jacobeo. No tengo espacio para comentarles las “tres mentiras” de la batalla de Alarcos ni, mucho menos, para desarrollar la función político-militar del primitivo Camino de Santiago, directamente vinculado en sus orígenes a la monarquía astur-leonesa y a sus relaciones con Carlomagno, en su intento de frenar -lo que se logró con éxito- el avance del Islam en las antiguas tierras norteñas del Reino Visigodo de Hispania. Tampoco -y es una pena- la reacción de la comunidad española, liderada por la quinta columna conversa, a esa rancia tradición de “Santiago Matamoros”. Nosotros, los occidentales, parece que debemos renegar de nuestra historia en nombre de no se qué coño de interculturalidad (¿?) mientras ellos, los musulmanes, no dejan al contrario de glorificar y reivindicar la suya….. Cuando menos, curioso. Y didácticamente preocupante.

Pero vamos a los fríos datos de la historia, pues como comentaba yo el otro día junto al Pórtico de la Gloria (para disgusto de un vociferante clérigo que había pegado la oreja, ¿sería del CNI?) los restos que están enterrados en la barroca catedral de Santiago son, muy probablemente, los del obispo Prisciliano (asesinado por hereje) y de dos de los suyos, pero de ningún modo -dicho con el debido respeto a los crédulos fieles, por algo llamados “creyentes”- son los de Santiago El Mayor… Pese a la pertinaz reivindicación por la Iglesia del famoso y conveniente versículo evangélico de Mateo 16:18, la realidad es que el cristianismo primitivo nació envuelto en multitud de corrientes e interpretaciones: Celso, el famoso crítico pagano, señalaba con ironía que los cristianos estaban “divididos en muchísimas facciones, pues cada individuo deseaba tener su propio grupo”; San Ireneo, hacia 187 de la Era Común, reseñó veinte sectas cristianas que, según San Epifanio, en el 384 se habían reducido a ochenta. Dios será uno, pero sus seguidores -basándose siempre en presuntas escrituras sagradas- siempre van y la lían.

El “priscilianismo” fue un pujante movimiento religioso, descollante en Galicia en el último tercio del siglo IV y principios de la época sueva. Prisciliano, quien llegó a ser obispo católico de Avila, huyó a las Galias por sus planteamientos teológicos basados en un ascético rigorismo y un fuerte matiz de tipo social, reformista, que alcanzaron amplio eco extendiéndose a la Lusitania (Portugal), chocando de pleno con los conservadores intereses eclesiales. Finalmente capturado, fue decapitado junto al menos dos de sus discípulos (los restos de la tumba de la catedral de Santiago son, precisamente, de tres individuos) en el 385 en Tréveris. La Iglesia Católica, vanamente, intentó contener la “herejía” y condenar al priscilianismo (¿por qué la “hereje” no es Roma…?) en los amañados Concilios de Zaragoza (380) y Toledo (400).
 

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