El pasado miércoles 25 la antigua
“Gallaecia” se vistió de fiesta, pues era nada menos que el
“Día de Santiago”, patrón de la región y que en Compostela
se vivió a lo grande. También el Arma de Caballería de
nuestras FAS, incompresiblemente aun muy pegadas a la
tradición católica (cuando España es, de hecho y de derecho,
un Estado aconfesional) festejó a su patrono, así como gran
parte del país en el que aun se conmemora el culto jacobeo.
No tengo espacio para comentarles las “tres mentiras” de la
batalla de Alarcos ni, mucho menos, para desarrollar la
función político-militar del primitivo Camino de Santiago,
directamente vinculado en sus orígenes a la monarquía
astur-leonesa y a sus relaciones con Carlomagno, en su
intento de frenar -lo que se logró con éxito- el avance del
Islam en las antiguas tierras norteñas del Reino Visigodo de
Hispania. Tampoco -y es una pena- la reacción de la
comunidad española, liderada por la quinta columna conversa,
a esa rancia tradición de “Santiago Matamoros”. Nosotros,
los occidentales, parece que debemos renegar de nuestra
historia en nombre de no se qué coño de interculturalidad
(¿?) mientras ellos, los musulmanes, no dejan al contrario
de glorificar y reivindicar la suya….. Cuando menos,
curioso. Y didácticamente preocupante.
Pero vamos a los fríos datos de la historia, pues como
comentaba yo el otro día junto al Pórtico de la Gloria (para
disgusto de un vociferante clérigo que había pegado la
oreja, ¿sería del CNI?) los restos que están enterrados en
la barroca catedral de Santiago son, muy probablemente, los
del obispo Prisciliano (asesinado por hereje) y de dos de
los suyos, pero de ningún modo -dicho con el debido respeto
a los crédulos fieles, por algo llamados “creyentes”- son
los de Santiago El Mayor… Pese a la pertinaz reivindicación
por la Iglesia del famoso y conveniente versículo evangélico
de Mateo 16:18, la realidad es que el cristianismo primitivo
nació envuelto en multitud de corrientes e interpretaciones:
Celso, el famoso crítico pagano, señalaba con ironía que los
cristianos estaban “divididos en muchísimas facciones, pues
cada individuo deseaba tener su propio grupo”; San Ireneo,
hacia 187 de la Era Común, reseñó veinte sectas cristianas
que, según San Epifanio, en el 384 se habían reducido a
ochenta. Dios será uno, pero sus seguidores -basándose
siempre en presuntas escrituras sagradas- siempre van y la
lían.
El “priscilianismo” fue un pujante movimiento religioso,
descollante en Galicia en el último tercio del siglo IV y
principios de la época sueva. Prisciliano, quien llegó a ser
obispo católico de Avila, huyó a las Galias por sus
planteamientos teológicos basados en un ascético rigorismo y
un fuerte matiz de tipo social, reformista, que alcanzaron
amplio eco extendiéndose a la Lusitania (Portugal), chocando
de pleno con los conservadores intereses eclesiales.
Finalmente capturado, fue decapitado junto al menos dos de
sus discípulos (los restos de la tumba de la catedral de
Santiago son, precisamente, de tres individuos) en el 385 en
Tréveris. La Iglesia Católica, vanamente, intentó contener
la “herejía” y condenar al priscilianismo (¿por qué la
“hereje” no es Roma…?) en los amañados Concilios de Zaragoza
(380) y Toledo (400).
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