Agosto se hace realidad mañana,
porque así nos lo indica la medida del tiempo: o sea, el
calendario. Lo cual nos permite decir que, finalizadas las
fiestas agosteñas, las dedicadas a la Virgen de África, una
especie de calma chicha se adueñará de la ciudad.
A partir de entonces, reinará quietud casi absoluta y se
notará un descenso en todas las actividades. Es una quietud,
sin duda, tan extraña como falsa; pues septiembre tardará
nada y menos en hacer su aparición y con su presencia
volverán a producirse las convulsiones correspondientes.
Agosto es un espacio de tiempo donde los periodistas se las
ven y se las desean para hacer el periódico. Debido a que
los políticos se toman un respiro y generan menos noticias
que nunca. Es cuando levante y niebla le confieren a la
ciudad un aire marinero que me chifla.
Durante los días en que el verano alcanza su máxima
expresión, Ceuta invita a pasearla desde el Hacho a Benzú.
Hubo un tiempo en el cual me encantaba levantarme de buena
mañana para recorrer gran parte de esta tierra y convertir
lo visto en una crónica andariega. Uno tenía menos años y
unos deseos enormes de aprender todos los géneros
periodísticos.
Agosto es también, por encima de cualquier otra cuestión, un
mes donde solemos casi todos darnos una tregua en cuanto
concierne a nuestras relaciones con los demás. Como decía,
días pasados, un columnista que goza de mis preferencias, es
un mes para que cesen las hostilidades y aflore la cortesía
y buena fe para distinguir las voces de los ecos. En suma:
es recomendable no crisparse ni crispar. Y hasta cierto
punto es más que saludable hacer un alto en el camino para
ver si es posible que -vaya cursilería- se apague la luz
propia a fin de que brille la ajena.
Muchas personas aprovechan el octavo mes del año para
cambiar sus costumbres; es decir, para darle un regate a la
rutina. Para pensar en otras cosas, leer los libros que no
han podido en meses anteriores, o bien viajar hasta el fin
del mundo con ánimos de respirar otros aires.
En mi caso, lo primero que haré es dejar de escribir en este
espacio que me tiene cedido el editor. Trataré por todos los
medios de frecuentar la playa de El Chorrillo, durante las
mañanas, y luego dedicaré un tiempo a reflexionar y a poner
en orden mis dudas; que les puedo asegurar que son muchas
más que mis certezas.
Por ello, la llegada de agosto me agrada sobremanera. Y
créanme que no es para entregarme a una ociosidad
placentera. Ya que seguiré trabajando -qué manía a mi edad-a
fin de conocer más cosas, que no para saber de todas ellas.
Única manera de poder argumentar lo que digo y, sobre todo,
para mejorar la forma de decirlo. Que es de vital
importancia para no faltarle el respeto a los lectores. Y,
desde luego, para que el editor del periódico no tenga que
pasar vergüenza ajena.
Yo entiendo que los haya obligados por necesidades de
subsistencia, y hasta de medro, a hacer proselitismo del
Opus Dei en los medios. En justa correspondencia a la
protección que les dispensa la institución. Todos sabemos
que ha habido condonación de deudas a cierto ceutí y que
éste ha recibido otros favores importantes por el mero hecho
de pertenecer a la Obra. Pero me imagino que si Josemaría
Escrivá de Balaguer levantara la cabeza y pudiera leer
lo que escribe, y peor aún de qué manera lo escribe, el
citado sujeto en periódicos, “El padre” se expondría a un
disgusto morrocotudo.
En fin, mañana es agosto. Yo dejo de escribir en este
espacio. Y ya habrá tiempo en septiembre para cantarle las
cuarenta a un tipo que peca diariamente de misoneísta y que
destaca sobremanera por ser sepulcro blanqueado. Que Dios lo
bendiga...
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