Es más que probable que antes de que cumpla veintiún años,
el próximo 11 de agosto, Serge Junio Lokazo (Kinshasa,
República del Congo, 1986) forme parte de alguno de los
grupos de inmigrantes subsaharianos católicos que a diario
se acercan hasta el santuario de Nuestra Señora de África
para participar en alguna de las actividades promovidas por
la Vicaría, pedir ayuda a los fieles del templo o
simplemente dar gracias a Dios y a la Patrona por haberles
sacado de su infierno particular.
Lokazo, con la apariencia de un adolescente apenas todavía,
tiene mucho que agradecerle, como cristiano devoto que dice
y aparenta ser, a Dios. Huérfano de padre y madre y sin más
familiares, se crió en la capital de la República del Congo.
En Kinshasa, la antigua Léopoldville, la tercera ciudad más
grande de África después de Lagos y El Cairo, llena de
contrastes, creció al lado de alguien a quien ahora sólo se
refiere como “un hombre” que, llegada la pubertad “me dijo
que me fuera”.
Así recordaba el inicio de su odisea africana ayer mismo el
primer inmigrante que ha logrado saltar la doble valla que
separa Ceuta de Marruecos a lo largo de todo su perímetro
fronterizo desde que su altura fue recrecida hasta 6,10
metros de altura. El hecho de haber sido el primero en
hacerlo no es el único galón que luce: además lo hizo solo,
tan solo como recorrió el camino que va desde Oujda, el
infierno preferido de los marroquíes para recluir a los
inmigrantes subsaharianos que detiene en su territorio,
justo al lado de la frontera con Argelia.
Lokazo, como los miles de subsaharianos que le han precedido
durante los últimos quince años, llegó a Marruecos a través
de Argelia, hasta donde a su vez había llegado utilizando
coches y piernas. De esto hace 18 meses.
“Oujda, a medio kilómetro de la frontera con Argelia, tiene
alrededor de medio millón de habitantes y desde 2001conoce
el fenómeno de la llegada de inmigrantes subsaharianos en
tránsito”, asegura María Ángeles Marco, que el pasado mes de
abril visitó la plaza en el marco de una expedición
humanitaria organizada por la Asociación Pro Derechos
Humanos de Andalucía (APDHA).
“Es un lugar de paso natural para los subsaharianos y el
sitio adonde la policía marroquí expulsa a los que detiene
en todo el país”, detalla Marco, quien tuvo la oportunidad
de conocer de primera mano el campus universitario donde se
congregan cientos de ellos. “Allí encuentran un poco de
refugio en el campus universitario, pues la existencia de
unos 300 estudiantes de su mismo origen les permite pasar
más desapercibidos”, detalla la miembro de la oenegé
andaluza, quien describe su situación como “de absoluta
precariedad, durmiendo a la intemperie y comiendo de la
basura o la mendicidad”.
De Melilla a Ceuta
En ese mismo campus vivió también Lokazo, que en diciembre
del año pasado comprobó en sus propias carnes, como aún
atestigua una tremenda cicatriz en su cadera izquierda, la
capacidad de respuesta de la Guardia Civil en la frontera
melillense.
Como no le quedaron más ganas de volver a intentarlo,
emprendió el camino hacia Ceuta a pie vía Nador, Alhucemas,
Tetuán y Castillejos. El camino le costó casi tres semanas
de caminata, periodo durante el que sobrevivió gracias a la
caridad de algunos marroquíes y a pesar de la agresividad de
otros.
“Recorrí el camino pidiendo limosna por las casa que me iba
encontrando”, asegura el joven congoleño en la puerta del
CETI ya con un nuevo número de teléfono (español) en su
bolsillo después de haber visto cómo le robaban tres móviles
marroquíes durante el trayecto.
“Sólo Dios me ha ayudado”
Sin embargo, todo lo que antes fueron dificultades se
convirtieron en increíbles casualidades a su favor cuando se
acercó a la frontera ceutí.
Lokazo ni siquiera sabe lo que es Beliones y su campamento,
donde más de mil subsaharianos vivieron durante años. Desde
Tetuán se acercó a Castillejos y desde allí se internó en
los bosques que rodean el perímetro fronterizo.
“Me encontré con un soldado marroquí [cientos de ellos
permanecen desplegados desde el otoño de 2005 en las
montañas que limitan con la ciudad autónoma, algunas de
cuyas vertientes fueron taladas para evitar que los
subsaharianos se ocultasen en ellas] pero salí huyendo entre
los matorrales y conseguí llegar hasta la valla”, explica el
joven congoleño, que hasta la fecha no ha visitado el centro
de Ceuta más que para pedir asilo en España.
La madrugada del jueves al viernes [según Arreciado; una
noche antes según su testimonio] a las 2.35 horas, pegado a
la doble valla, los tres metros de altura añadida que el
Gobierno le incorporó tras las avalanchas de septiembre de
2005 no fueron un obstáculo insalvable para él. Ayer, el
delegado del Gobierno explicó que el fuerte viento que sopló
en Ceuta la noche del jueves al viernes pasado de madrugada
generó “miles de alarmas ficticias”.
En la única real, Lokazo consiguió burlar una tras otra las
dos vallas, coronadas todavía por las temidas concertinas
que Zapatero prometió eliminar hace casi dos años. En sus
púas se dejó su gorra, su chaqueta y unos cuantos jirones de
piel de su brazo derecho y sus muslos.
Ya en territorio español y sin nadie a su alrededor (“no
sonó nada y no apareció nadie”, asegura con sus heridas
vendadas) caminó desconcertado hasta que un policía vestido
de paisano al que reconoció por su pistola le dio el alto.
“Llamó por teléfono y cuando llegaron agentes de uniforme me
llevaron al hospital”, concluye la parte más trágica de su
historia.
“El defecto está corregido”
Arreciado se pronunció ayer por primera vez sobre el
sorprendente, incluso para los agentes que interceptaron,
suceso. El delegado recordó que en los 13 meses que lleva en
Ceuta “sólo se han registrado 6 intentos, todos
individuales, de asalto a la frontera” y situó en la
“excepcionalidad” el que éste tuviera éxito.
“Esa noche hubo muchas alarmas que no se correspondían con
ningún intento; en ese contexto hubo una que no se atendió y
que permitió la entrada”, dijo el onubense, quien dejó claro
que el “exceso de sensibilidad” del panel que controla las
alarmas en el perímetro “ya ha sido corregido”. Además,
reiteró que “el peligro de que grupos grandes de inmigrantes
puedan intentar asaltar la valla continúa sin estar en el
calendario de lo posible a corto plazo”.
Jardinero profesional, Lokazo dice aspirar ahora a “vivir en
España”. Seguidor del Real Madrid y de Raúl, Casillas y Guti,
al joven congoleño le gustaría “aprender español” y
“trabajar en Madrid o Barcelona”. En el CETI dice sentirse
“muy bien tratado” y ansía no correr la misma suerte que la
docena de guineanos que, como Mama Samba, siguen esperando
destino en el CETI desde septiembre de 2005.
Tras huir, hace meses, del Jaral para evitar su deportación,
el grupo sigue “esperando” una solución. “Estamos en el CETI
y salimos a buscarnos la vida al centro, pero aquí no hay
trabajo”, lamenta Samba. En Delegación del Gobierno tampoco
saben cuándo habrá una solución para su caso, pendiente de
acuerdos bilaterales de repatriación.
|