Lamentable, bochornoso, patético, indignante, denigrante...
cualquier calificativo se queda corto para expresar lo que
sucedió al término del partido entre el Ceuta y el Hilal en
el envite que ponía el broche a la regional preferente.
Y es que cuando el deporte deja paso a la violencia, las
palabras se quedan cortas para condenar unos actos que nunca
deberían empañar el mundo del balompié.
Dos detenidos, diligencias abiertas contra varios
espectadores y un policía herido, es el triste bagaje que
deja el encuentro de ayer.
A pesar de que a lo largo del choque hubo varios conatos
sobre el césped del Martínez Pirri, no sería hasta el pitido
final cuando se encendería la mecha de una traca que en la
previa se sabía que podía explotar. Y explotó.
Algunos jugadores del Hilal y del Ceuta -que no todos- se
intercambiaron golpes sobre el tapete, mientras la policía
intentaba separarles. Cuando parecía que lo habían
conseguido, y se encaminaban a los vestuarios, en la misma
puerta volvieron a verse las caras. Pero en esta ocasión,
también intervendrían numerosos espectadores -entre ellos
niños- que se agolparon en las escaleras mientras los
cuerpos de seguridad hacían lo posible por evitarlo.
Los incidentes continuaron durante varios minutos y la
policía tuvo que cargar contra algún exaltado de una turba
que incluso les llegó a arrojar botellas.
Por su parte el colegiado sevillano y sus dos auxiliares
contemplaban impávidos lo que ante ellos acontencia. Un mal
ejemplo para niños y mayores, pero sobre todo para los más
pequeños, lo que se vivió en la mañana de ayer.
Un nuevo episodio de violencia que salpica el fútbol; algo
que debería ser solo un juego.
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