Estimado Director, desde la Fundación Gabriele, hemos
estudiado y comprobado que la tradición, en la que se basa
nuestro comportamiento monstruoso con el mundo animal, puede
que nos parezca algo muy arraigado, sin embargo en los
cientos de miles de años de duración de la historia de la
humanidad, no es más que una época pasajera, aunque
especialmente cruel, como muchas otras que cayeron en
desuso: por ejemplo, el tiempo en que los animales eran
quemados en los altares, la época de los sacrificios
humanos, los días del canibalismo y el tiempo de la
esclavitud. Esta última fue sólo superada a raíz de
rebeliones sangrientas.
Las pestes de los animales de nuestros días son larebelión
de las criaturas esclavizadas. La relación entre hombre y
animal ha tomado una nueva dimensión. Ya no es más sólo
mortal para los animales, sino que también se ha vuelto muy
peligrosa para los seres humanos. Está por darse un nuevo
paso evolutivo, parecido al de la superación del
canibalismo, de la esclavitud o de la represión del sexo
femenino. Fue siempre la tradición la que justificó la
barbarie imperante en un momento determinado; pero ésta duró
sólo el tiempo en que fueron aceptadas las “anteojeras”
éticas acopladas a ella.
Las “anteojeras”, que son de lo que se trata en la barbarie
contra los animales, se deben ante todo a la Biblia y a las
enseñanzas de la iglesia. Las primeras páginas del Antiguo
Testamento dejan entrever aún que los hombres de los
primeros tiempos vivían probablemente de forma vegetariana.
Dios no les aconsejó como alimento la carne de otras
criaturas, sino plantas y frutos (Gén 1,29). Pero poco
después anuncia la misma Biblia un mensaje funesto y
cruel:“Infundiréis temor y miedo a todos los animales de la
Tierra, y a todas las aves del cielo...; quedan a vuestra
disposición. Todo lo que se mueve y tiene vidaos servirá de
alimento”. (Gén 9,2/3).
Aparentemente esto fue dicho por Dios, pero entretanto
sabemos cómo se hizo la Biblia: en un proceso de siglos de
duración, en los cuales sacerdotes y cortesanos escribieron
tradiciones eideas propias. Más tarde, una selección de
estos escritos fue “canonizada”, declarándose la “Sagrada
Escritura”. La tradición de los sacerdotes consideró
adecuado presentar a los hombres a un Dios rencoroso y
sangriento, que exigía de cada cual por cada ocasión
imaginable innumerables sacrificios de animales, “unmanjar
de calmante aroma para Yahvé” (Lev 1,9), y para el bienestar
corporal del clero, que llevaba a cabo el sangriento
negocio, viviendo de él.
De la Publicación gratuita: “La Fundación Gabrielenum. 2”.
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