Te han matado y con tu muerte
todos nos sentimos consternados y miserables. Ya que quien
te ha quitado la vida es lo que llamamos un ser humano.
¿Cómo es posible que alguien, al cual se le supone
raciocinio, te haya hecho desangrar, en pleno apogeo de
esperanzas e ilusiones, en el habitáculo donde tú crecías a
la vera de una madre que, por lo leído, también hacía las
funciones de padre.
Niña Suhaila, pienso que tú eras una niña muy querida por tu
madre, de ahí que tu asesino, cegado por el odio y la
venganza, estuviera convencido de que con el tajo de un
cuchillo acabaría también con la vida de la que te trajo a
este mundo. Por eso te eligió a ti. Porque tu madre, querida
niña, me imagino que a partir de ahora será, durante mucho
tiempo, tal vez hasta el fin de sus días, una muerta en
vida. Y es que vivimos para que nos entierren nuestros
hijos, y, cuando sucede al revés, todo lo demás carece de
sentido.
Dicen los periodistas, y si lo escriben será porque es así,
que tú, niña Suhaila, le facilitaste la entrada a tu
verdugo. Lo cual viene a demostrar que confiabas ciegamente
en los mayores. Que eras una criatura alegre, con ganas de
reír, de jugar, de ir al colegio y de aprender con tu
maestra que ya va siendo hora de que se acaben los odios,
las rencillas, las discriminaciones, el racismo. Y, mira por
dónde, tu confianza en los demás hizo posible que te
cercenaran la arteria por donde pasaba toda tu vitalidad.
Tu muerte, niña Suhaila, ha despertado indignación, dolor,
rabia... Y todos nos sentimos conmovidos. Reina en el
ambiente un deseo de saber más de ti y vivimos pensando en
el horror de lo que ha ocurrido y en la falta de protección
que tuviste. ¡Oh, Dios, cómo es posible que el tal Kassen
haya podido hacerte una cosa así! Y por qué quien todo lo
puede ha permitido que un desencuentro entre adultos, por
los motivos que fueren, te haya privado de convertirte en
mujer.
Sí, niña Suhaila, sé que ahora se dirá, como es habitual en
estos casos, que estarás ya en uno de esos rincones de
felicidad que allá arriba existen para ángeles como tú. Mas
eso, que es frase hecha y que alimenta el espíritu de
quienes te han querido y de cuantos queremos a los niños, no
sirve para desterrar la idea de que fuiste nacida para
crecer y vivir, con todo lo que eso significa, en la tierra.
Niña Suhaila, el pueblo está pidiendo justicia, porque todos
los crímenes son execrables, sin duda; pero el tuyo, el de
cualquier niño, supone una carga de dolor superior y un
deseo de venganza que obnubila la mente de quienes miran al
asesino con ánimos de hacerle lo mismo que él te hizo a ti.
Claro que habrá personas dispuestas a cumplir a rajatabla
con la ley del Talión: por un ojo, mil ojos; y por una
muerte así, otra más horrenda que la que te ha dado a ti tu
asesino. Pero hay leyes, y han de ser respetadas.
De no ser así, cada día estaríamos asistiendo a una batalla
campal. Y los niños, como tú, pequeña Suhaila, crecerían
espantados e infelices. Algo que estamos viendo a menudo en
las guerras y que, desgraciadamente, parece ser que la
costumbre amenaza con inmunizarnos.
Ahora bien, en estos momentos, además de pensar en ti,
criatura, cuando tu pequeño cuerpo ha sido ya depositado en
la tierra, también pienso en quien te cegó la vida de raíz.
Y lo hago dominado por un pensamiento de Albert Camus,
que reza así: “Pena de muerte. Se mata al criminal porque el
crimen agota en un hombre la facultad de vivir. Si ha
matado, lo ha vivido todo. Ya puede morir. El asesinato es
exhaustivo”. El tal Cassen E. Yassin, aunque esté vivo, es
ya un muerto andante. Y si valora más la muerte que la vida,
peor para él.
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