Cuando se ven tantos sufrimientos
y se escuchan pasos de rabia por las habitaciones del aire,
se me cortan las palabras y pienso para qué tantos
manifiestos, tantos discursos, si no somos capaces de apagar
la venganza, de poner en orden el mundo y conjugar una
respuesta global sobre inmigración. Siento que todo el
veneno se nos va por la boca, haciendo que la violencia y la
criminalidad suba como la espuma.
Palabras que fueron alegres como la esperanza, apasionadas
como el beso en los labios, amorosas como un suspiro, han
perdido el signo de la claridad y el carácter de lo
auténtico. Un castillo de falsedades nos dejan mudos,
mientras los ojos de los farsantes reparten abrazos que son
despedidas. A poco que uno se haga débil, le envían a rodar
por un terraplén para que la soledad te entierre.
Como un portazo en las narices, la amargura la recibimos a
diario, está a la orden del día, porque tenemos el corazón
helado y un ejército de depredadores que nos chupan las
entretelas. El corazón de los humanos anda bastante herido,
quién no tiene deseos y le cortan las alas. Cuántas
ilusiones perdidas en esta marea roja que hasta la pureza
contamina. Nada de lo poético se considera, se desoye a la
rosa que injerta versos a la existencia.
Para empezar, vivir en estado vegetativo no está bien visto
en este mundo encenizado por un sistema de producción
enfermizo. Si no produces debes de morirte, o te dejan morir
de asco. Oiga que somos más que un cuerpo que camina de acá
para allá.
Tenemos sentimientos. Sin duda, la peor cárcel es un corazón
enrejado al que se le cortan las cuerdas de la vida. Lo de
vivir y dejar vivir debiera ser ley de vida en una tierra
que legisla contra natura; un acto de amor, una norma de
obligado cumplimiento si no queremos que se desplome el
mundo.
Todo se mueve muy distante. Que corra el aire, se dice.
Parece que nadie se fía de nadie. Y, sin embargo, precisamos
dejarnos querer. Pienso que una forma hacendosa de ayudarse
y ayudar a vivir, radica en no ser nada, para serlo todo; de
no querer todo; de no querer nada, para quererlo todo.
Todo para despertar a la emoción de la vida. Hoy mismo
recibo un correo electrónico de Intermón Oxfam (llevan
cincuenta años arrimando el hombro para cambiar el mundo),
donde se me dice que necesitan personas dispuestas a luchar
contra las causas de la pobreza, contra las injusticias, y
no simplemente contra sus consecuencias. Necesitan gente
convencida de que es posible lograr que algún día los más
desfavorecidos dejen de necesitar auxilio.
Este e-mail ahonda mi pensamiento. Y recapacito, maduro la
idea, me abstraigo. Si, considero que antes que del mundo
debiéramos ser de la poesía, o sea, del alma antes que del
cuerpo. No tiene sentido dividir las aguas y levantar muros,
conquistar tierras y enquistar odios. Separar la tierra por
zonas, unas de bienestar y otras de miseria, es el más
terrible de los pensamientos ilícitos.
¿Quién es quién para separar? En efecto, hay como dos
humanidades en un mismo universo, en un orbe se derrocha, en
otro se perece; en uno se muere de abundancia, en el otro en
la más horrible indigencia; en uno vive el reino de los
obesos, mientras en el otro se suplican unas migajas.
¿Por qué no inventamos una mesa sola y nos sentamos todos de
verdad a lomos del amor? Es la voluntad la que hace mover
las montañas. En donde no hay solidaridad no puede haber
justicia. Así lo creo.
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