Cartas a los celtiberos esposados
es un libro escrito por Evaristo Acevedo,
quien fuera periodista y escritor, que destacaba pos sus
secciones humorísticas en periódicos y revistas, allá por
los años cincuenta y sesenta. El libro, escrito sin grandes
pretensiones, hace ya muchos años que obra en mi poder. Y
debo decir que suelo recurrir a él cada vez que siento la
necesidad de reírme un rato.
En esta ocasión, he abierto Cartas a los celtiberos
esposados por el capítulo dedicado al fútbol como ideología,
y he releído el pasaje que se refiere a los hinchas de
aquellos años. Verdaderos héroes, que acudían a los campos,
tras una semana de trabajo, desafiando el frío, la lluvia,
las incomodidades del tráfico... Aquellos hinchas se
atrevían con todo. Ni reposaban la comida, ni dormían la
siesta, ni se recuperaban del cansancio del currelar durante
seis días. Y en muchos casos, que yo los conocí, iban al
trabajo el domingo por la mañana y, con el bocado en la
boca, salían corriendo desde el tajo hasta el estadio, sin
tan siquiera pasar por el domicilio.
El hincha de fútbol, según Acevedo, procede así porque tiene
fe sin límites en una causa y la entrega incondicional a la
misma es el motor psicológico que le anima a arrostrar toda
clase de dificultades. Los tiempos han cambiado. Axioma.
Pero todavía hay personas que abandonan el cómodo sillón de
su sala de estar, desde el cual pueden ver partidos
televisados mientras saborean el whisky de la tranquilidad,
y salen disparados hacia el Alfonso Murube. Haga frío o
calor, llueva o ventee.
Son los eternos sufridores, con un carné futbolístico en el
bolsillo, y dispuestos siempre a presenciar la victoria del
equipo de sus amores. Cuando voy al Murube, procuro fijarme,
de manera disimulada, en quienes abandonan el campo cuando
el equipo local no ha conseguido la victoria. Y veo cómo la
gente camina cabizbaja, triste, desilusionada... Es la
antesala de llegar al lunes con poca o nula predisposición
para trabajar y, sin duda, prevalece el estado de ánimo para
perder los papeles ante cualquier contrariedad. Créanme:
todo eso ocurre, y más cosas aún, por el mero hecho de que
un balón no entre más veces en la portería del rival.
El balón entró el domingo, cuando faltaba un suspiro para
que finalizara el partido, en la puerta de la Asociación
Deportiva Ceuta. Y echó abajo las ilusiones de cuantos
espectadores se comían las uñas ante la televisión local.
Ese gol, marcado por Yamal, habrá servido para que
los seguidores melillenses miren el futuro con optimismo.
Aunque me parece a mí que el futuro de la UD Melilla es
negro como el tizón. A no ser que firme jugadores en el
mercado de invierno o sean unos fenómenos los futbolistas
que, lesionados, no jugaron frente a la ADC.
Tampoco, después de lo visto en el Álvarez Claro, la ADC
tiene buena pinta. En esta ocasión, y dado que el césped (!)
estaba en pésimas condiciones, cabe la disculpa del pobre
juego ofrecido por el equipo. Por lo tanto, si no se podía
jugar bien, porque el balón parecía una liebre, no entiendo
el que se haya dicho que la mejora del equipo, en relación
con otros partidos, fue evidente. Mucho me temo que a partir
de ahora, pudiera darse el tópico tan socorrido, de decir
que jugamos como nunca y perdimos como siempre. Seamos
sincero. Que es la única manera de no engañar a los hinchas.
A todos esos sufridores que abandonan el cómodo hogar y una
hora antes del encuentro están ya en las gradas del Alfonso
Murube. La plantilla no está bien confeccionada. Y ello hace
que el equipo se resienta.
-¿Dice usted si habrá mejoras?
Sin duda. Claro que sí. Pero que sea pronto. De lo
contrario, los hinchas desilusionados rinden poco en el
trabajo y suelen ser unos cabreados permanentes.
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