La columna diaria te hace esclavo
de la escritura, te obliga a pensar y, sobre todo, te exige
leer cuanto más mejor. Tarea que te va dejando un poso, una
especie de cultura almacenada, que te permite tener recursos
suficientes para, en cualquier momento, contar un pasaje de
cualquier obra, referir historias casi al pie de la letra o
citar de un tirón un resumen de cualquier canto de la Eneida.
Un suponer.
Es lo menos que se le puede pedir a quienes escriben en
periódicos y, además, frecuentan tertulias donde hay que oír
con suma atención lo que dice el arquitecto, el aparejador,
el ingeniero, el contratista de obras, el tipo que con
astucia ha hecho dinero, el abogado, o el político de turno
que se acerca a la reunión por hacerse notar en un día que
ha evidenciado durante un pleno el haber besado la famosa
“piedra Blarney”.
También es verdad que al igual que yo debo aguantar las
explicaciones técnicas de los señores que ejercen las
profesiones reseñadas, y asimismo sus opiniones sobre
asuntos o vivencias de los que son nada más que simples
aficionados -me refiero al fútbol-, ellos han de soportar
mis pareceres al respecto. Máxime cuando un buen día decidí
que se habían hecho acreedores a no cobrarles nada por
ponerles al tanto de secretos profesionales que les eran
ajenos.
De cualquier manera, en esas tertulias, de las que yo he
estado alejado durante mucho tiempo, conviene tener en
cuenta a los desaprensivos. Es decir, a quienes gustan de
convertirse en correveidiles distorsionantes de lo que
algunos contertulios hablamos con la tranquilidad que
proporciona el no ser trincones; el haber pagado siempre las
deudas contraídas; y, desde luego, en mi caso, el saber que
suelo expresarme con la elocuencia que suelen exhibir
quienes han besado la “piedra Blarney de marras”. Porque
dime cómo hablas o escribes y te diré quién eres.
He aquí un ejemplo de alguien que habla y escribe como lo
que es: un pájaro... Aunque el tal Crissan es más que
pájaro un pajarraco que sigue queriendo volar a una altura
imposible para él. Así, más que águila tiene Crissan toda la
pinta de ser ave de corral, y a veces se comporta como lo
más parecido a una gallina clueca. Pobre animal: querer
volar tan alto y con tanta majestad, para terminar
picoteando detritos por los suelos y cacareando sin cesar. Y
es que hay gallinas de mucho poderío y ponedoras de huevos,
y otras que sólo sirven para producir excrementos que
algunos aprovechan como estiércol.
A Crissan le vendría bien, consejo gratis, sentarse a la
mesa camilla e hincar un poco los codos a ver si todavía le
es posible dejar de ser gallina. Es fácil: ello se consigue
leyendo, estudiando, aprendiendo a conocer todo lo posible
acerca de lo que se va a opinar. También conviene que se lea
la gramática, como ya le recordé días atrás, aunque no con
el fin de que obtenga un sillón en la Real Academia. Hasta
ahí no llego. Sino simplemente para que aprenda que la
corrección en la escritura es necesaria. Por muchas y
variadas razones.
Si bien la principal es que se ha convertido en motivo de
cachondeo, todos los días y fiestas de guardar, y no quiero
que tal situación se haga crónica. Puesto que lleva camino
de ser así. Conque no me negará Crissan la ayuda que le
presto. Porque, mirado con egoísmo, lo más rentable para mí
es que siga empeñado en su tarea. O sea, en la de hacer el
ridículo diariamente. De esa manera, con Crissan me aseguro
una columna que si antes era cada quince días, ahora es
semanal. Y quizá, y en vista de la obcecación del que más
que pájaro es ya gallina, me vea obligado a dedicarle un
espacio diario. Pues conviene reírse muy a menudo. Como
aconsejan las revistas de la salud.
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