Mis queridos sacerdotes, amigos del alma:
Al comienzo de curso pastoral 2006-2007, y después de un
merecido descanso, me ha parecido bien entrar en
comunicación con vosotros y recordaros algunos aspectos
esenciales a tener en cuenta en nuestra vida y ministerio de
presbíteros. Con el mayor aprecio y amor que os tengo a cada
uno de vosotros, os escribo estas líneas, en este momento
actual y desafiante, en la sociedad y en la vida de la
Iglesia, que urge un gran impulso misionero y evangélico,
así como una entrega revestida con un espíritu valiente y
humilde.
Gracias a todos
Ante todo, doy gracias al Señor y a todos vosotros, queridos
sacerdotes, por la gran tarea pastoral que cada uno de
vosotros estáis llevando a cabo en la misión apostólica que
tiene confiada durante este curso pastoral. Doy gracias a
todos los sacerdotes mayores, que sois un tesoro en nuestra
Iglesia de Cádiz y Ceuta por vuestro celo apostólico y por
los trabajos pastorales realizados y los que aún seguís
realizando. Agradezco vivamente vuestra entrega generosa a
todos los sacerdotes de edad intermedia, que actualmente
lleváis el peso pastoral y apostólico en nuestra Iglesia en
estos tiempos difíciles y recios.
Estoy también muy agradecido a los sacerdotes jóvenes, que
generosamente estáis ilusionados con la misión apostólica
que se os ha confiado en esta nueva singladura de vuestra
vida. Muestro mi agradecimiento a los religiosos,
religiosas, personas consagradas, tanto de vida activa como
contemplativa, que ocupáis un lugar apostólico
irreemplazable y testimonial en el corazón de la Iglesia
diocesana. Gracias a todos los laicos por el esfuerzo
apostólico que vais realizando ya, desde el mismo Sínodo
diocesano, tanto en las parroquias como según el carisma o
movimiento que el Señor ha concedido a cada uno de vosotros
para la edificación de la Iglesia.
Renovarse para evangelizar
Todos juntos tenemos que hacer este camino apostólico,
inspirados en el estilo de vida que el Papa Juan Pablo II le
gustaba repetir y que nos invitaba a vivir permanentemente
con ese “volver al modelo apostólico primero” (Apostolicam
vivendi formam). Todos juntos, a la manera de los apóstoles,
con este estilo de vida evangélica, llevamos en lo más
profundo de nuestro corazón sacerdotal, a todos los laicos y
consagrados, ya que sin ellos es imposible atender a todas y
cada una de las necesidades pastorales en esta nueva
travesía evangelizadora. Entremos más adentro, en la
espesura de la nueva evangelización y en la hondura a la que
somos llamados. Considero que estamos viviendo uno de los
momentos más hermosos, evangélicamente hablando, que vive
nuestra Iglesia; un momento de gracia y de hondura, que con
ilusión y entusiasmo desea renovarse continuamente a la luz
del Evangelio. Este momento de gracia exige el espíritu y la
presencia del modelo apostólico de San Pablo y su impulso
misionero. La vida y ministerio de los presbíteros se
encuentra en estos momentos con serias dificultades para
transmitir la fe a quienes no tienen disposición ni, en
ocasiones, capacidad para recibirla. Esta situación produce
efectos muy negativos en los agentes de pastoral:
catequistas y, muy particularmente, en los sacerdotes. A
diario se enfrentan con una tarea evangelizadora que supera
sus fuerzas y les produce un innegable cansancio. “El mundo,
dirá el Papa Benedicto, tiene necesidad de Dios, no de un
dios cualquiera, sino del Dios de Jesucristo, del Dios que
se hizo carne y sangre, que nos amó hasta morir por
nosotros, que resucitó y creó en sí mismo un espacio para el
hombre. Este Dios tiene que vivir en nosotros y nosotros en
Él. Esta es nuestra llamada sacerdotal: sólo así nuestra
acción de sacerdotes puede dar fruto”.
Algunos medios indispensables para el camino de la
renovación para la misión
4.1. El Señor quiere ejercer su sacerdocio a través de
nosotros
El estilo de vida del modelo apostólico primero exige que
volvamos a considerar lo maravilloso que es ser hoy
sacerdote, tal y como nos lo ha mostrado el Papa Benedicto
XVI cuando dice: “El misterio del sacerdocio de la Iglesia
está en el hecho de que nosotros, míseros seres humanos, en
virtud del sacramento del orden, podemos hablar con su “yo”:
“in persona Christi””. Por eso, “para que el ajetreo diario
no marchite lo que es grande y misterioso, necesitamos
volver a aquella hora en la que Él puso sus manos sobre
nosotros y nos hizo partícipes de este misterio”. El Señor
quiere ejercer su sacerdocio a través de nosotros. Esto hace
que vivamos con ilusión, humildad y valentía la misión que
se nos ha confiado.
4.2. El mismo Señor es el que nos impuso las manos
Entremos en la hondura del misterio de nuestra vida y
ministerio como sacerdote. En este mismo sentido es
impresionante recordar que en el gesto sacramental de la
imposición de manos por parte del obispo, es el mismo Señor
el que nos impuso las manos. Este signo sacramental resume
todo un recorrido existencial y explica la radicalidad y
sencillez evangélica para ser transparencia de Jesús en el
camino y en la mesa.
Con este gesto el Señor toma posesión de nosotros
diciéndonos: “Tú me perteneces. Tú estás bajo la protección
de mis manos. Tú estás bajo la protección de mi corazón. Tú
estás protegido bajo el hueco de mis manos y te encuentras
en la inmensidad de mi amor. Estás en el espacio de mis
manos, dame las tuyas (...) ¡No tengas miedo! Estoy contigo.
¡No te dejo, y tú no me dejes!”. La vivencia entrañable de
esta realidad en nuestra vida y ministerio hace que
caminemos con esperanza.
4.3. Ser sacerdote es ser hombre de oración
El estilo de vida del modelo apostólico primero postula en
la vida y ministerio del sacerdote el “ser hombre de
oración”. Ser sacerdote, ser amigo de Jesús, significa ser
hombre de oración.
Después de largos años de vida de ministerio, considero que
un sacerdote, cada día, debe dedicar la mañana a la oración
apostólica y al estudio de la Palabra de Dios, y la tarde a
la acción pastoral. Jesús se retiraba durante muchas noches
enteras “a la montaña” para rezar a solas. También nosotros
tenemos necesidad de retirarnos a esa “montaña” de la
oración para entrar en una relación íntima con Jesús. “Esto
significa, como nos recuerda el Papa Benedicto XVI, que
tenemos que conocer a Jesús de una manera cada vez más
personal, escuchándole, viviendo junto a él, estando con él.
Escucharlo en la “lectio divina”, es decir, leyendo la
Sagrada Escritura, pero no de una manera académica sino
espiritual; de esta manera aprendemos a encontrar a Jesús
presente que nos habla (...). La lectura de la Sagrada
Escritura es oración, tiene que ser oración, tiene que
surgir de la oración y llevar a la oración”. Es
importantísimo en el sacerdote el rezo de la liturgia de la
horas como oración de la Iglesia, ya que es la oración de
los sin voz y de los pobres. Es de sumo interés recordar que
el apóstol de Andalucía, San Juan de Ávila, en su tiempo,
dedicaba dos horas de oración por la mañana y dos horas de
oración por la tarde.
Mis queridos sacerdotes, si estamos dedicados a la oración y
contemplación y al estudio de la Palabra, podremos ser
creativos para estar hoy al lado del mundo de la cultura y
de los pobres; al lado de los inmigrantes y del mundo del
trabajo, y también de la nueva situación social y política;
aprenderemos a estar al lado de los jóvenes y de la familia,
y en la formación de un catecumenado permanente de adultos.
Comprendo que para tener esta actitud contemplativa hay que
educar ya, desde el mismo Seminario, en los noviciados y
lugares de formación, y en las parroquias, dado que el
creyente del siglo XXI o es un contemplativo o no tiene nada
que hacer, como decía el Papa Juan Pablo II. Esta actitud
contemplativa no es exclusiva de los monasterios de
clausura, religiosos o presbíteros, sino que debe estar
también al alcance de todos los laicos, porque juntos
tenemos que hacer este camino evangelizador. La
contemplación apostólica hay que vivirla tal y como la vivió
el apóstol San Juan “in sinu Jesu”. El mismo Jesús ya vive
“in sinu Patris”. El apóstol “in sinu Jesu et in sinu
ecclesiae”. El sacerdote debe permanentemente recostar su
cabeza sobre el pecho de Jesús, todos los días, con una
actitud contemplativa para recoger los latidos del corazón
apostólico de Cristo y poder llevar esos mismos latidos a la
tarea evangelizadora.
4.4. Ser sacerdote es ser amigo de Jesús. Fraternidad
sacerdotal y fraternidad apostólica
El estilo de vida del modelo apostólico primero pide, en la
vida y ministerio de los presbíteros, “ser amigos de Jesús”.
También hay que cuidar e intensificar la vida de fraternidad
íntima entre los presbíteros y la fraternidad apostólica con
los laicos, religiosos, religiosas y consagrados. Los
sacerdotes somos amigos de Jesús. Así nos lo recuerda el
Papa Benedicto cuando dice: “No os llamo ya siervos, sino
amigos (...) El Señor nos hace amigos suyos: nos confía
todo; se confía a sí mismo para que podamos hablar con su
“yo” “in persona Christi capitis”. ¡Qué confianza!
Verdaderamente se ha puesto en nuestras manos. Este es el
significado profundo de ser sacerdote: ser amigo de
Jesucristo. Tenemos que comprometernos con esta amistad cada
día. Amistad significa comunión de pensamiento y de voluntad
(...) La amistad con Jesús es siempre por antonomasia
amistad con los suyos. Sólo podemos ser amigos de Jesús en
la comunión con Cristo total, con la cabeza y el cuerpo; en
la lozana vid de la Iglesia animada por su Señor”.
El Papa Juan Pablo II, de feliz memoria, subrayó la
necesidad de “hacer de la Iglesia la casa y escuela de la
comunión”. Hace ya algunos años que venimos promoviendo y
animando una espiritualidad de comunión y fraternidad,
esforzándonos incansablemente, a fin de que este sea uno de
los principios educativos de fondo en todos los ámbitos: en
la parroquia, asociaciones, hermandades y movimientos
eclesiales, en todos los organismos diocesanos y, sobre
todo, en el Seminario, en los noviciados de vida consagrada
y entre los laicos. Hay que potenciar los encuentros
ordinarios, viviendo el misterio de comunión para la misión.
4.5. Disponibilidad interior para aprender para la vida: la
formación permanente
El estilo de vida del modelo apostólico primero exige,
también, la formación permanente, entendida como la “docibilitas”,
es decir, disponibilidad interior para estar siempre
dispuestos a aprender para la vida. San Pablo, en la segunda
carta a los corintios, nos presenta un modelo de actuación.
Un modelo de vida de ministerio ejercido en circunstancias
difíciles.
El apóstol, en el último tramo de su vida apostólica, en
plena noche oscura del alma, confiesa que todavía no está
vuelto del todo al Señor, porque le molestan sus flaquezas,
aún no está reconciliado con sus flaquezas y debilidades y
ruega al Señor insistentemente que le libre de esa
situación. Él afirma: “Por tres veces rogué al Señor que se
alejase de mi”. Pero él me dijo: “Mi gracia te basta, que mi
fuerza se muestra perfecta en la flaqueza”. Por tanto, con
sumo gusto seguiré gloriándome, sobre todo en mis flaquezas,
para que habite en mí la fuerza de Cristo. Por eso me
complazco en mis flaquezas, en las injurias, en las
necesidades, en las persecuciones y las angustias sufridas
por Cristo; pues, cuando estoy débil, entonces es cuando soy
fuerte” (2 Cor 12, 8-10). El apóstol Pablo, una vez que
escucha aquellas palabras de Jesús: “mi gracia te basta, que
mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza”, queda
reconciliado con sus flaquezas, entiende y acepta sufrir
evangelizando en debilidad y fragilidad, como un encargo que
ha recibido del Señor Jesús. El Señor es la fuerza en la
debilidad. El Señor es la energía en la dulzura. El Señor es
la medida, el canon, el camino de la vida apostólica, por
eso grita: “por mi parte, muy gustosamente gastaré y me
desgastaré totalmente...”(2 Cor 12, 15). Después de Cristo
ha sido el apóstol Pablo el que mejor ha vivido el misterio
pascual.
Nuestro presbiterio diocesano durante este curso 2006-2007
va a estudiar, meditar y orar en formación permanente “in
situ”, y en los retiros de arciprestazgos, esta situación
descrita por el apóstol Pablo. De esta forma considero que
encontraremos, también, este estilo de formación permanente
para la vida apostólica y la nueva evangelización, con un
nuevo ardor y nuevos métodos.
5. Llamados a ser santos en el camino ordinario de cada día
El estilo de vida del modelo apostólico primero exige, en la
vida y ministerio de los presbíteros, vivir la propia
vocación a la santidad en el camino ordinario de cada día,
mediante la caridad pastoral. El obispo y los presbíteros
tenemos que vivir nuestra propia vocación a la santidad en
el ejercicio de la caridad pastoral, en un contexto
cotidiano de dificultades externas e internas, de
debilidades y fragilidades propias y ajenas, de imprevistos
cotidianos, de problemas personales e institucionales. Esta
situación cotidiana debemos afrontarla con entrañas de
misericordia, amor y equilibrio, armonizando los múltiples
compromisos entre sí y celebrando los divinos misterios, la
oración privada, el estudio personal, la programación
pastoral, el recogimiento y el descanso necesario.Con la
ayuda de estos medios y, sobre todo, en el ejercicio de la
caridad pastoral y la gracia que Dios concede, desempeñemos
cada día nuestro ministerio como verdaderos testigos de la
esperanza, anunciando el Evangelio de la alegría y de la
esperanza.
6. Vivir en un cenáculo permanente
El estilo de vida del modelo apostólico primero exige, en la
vida y ministerio del presbítero, vivir en un permanente
cenáculo, que la Iglesia lleva en su corazón, con María, la
madre de Jesús, en actitud de oración para recibir el
Espíritu Santo y salir a los caminos a anunciar el Evangelio
de la esperanza. Sin el Espíritu Santo no podemos hacer nada
y menos evangelizar. Como aquellos primeros apóstoles, en
aquella primera hora de la Iglesia, los sacerdotes tenemos
que permanecer con María en una actitud de oración. La
Virgen nos enseña a mirar a Jesús, y nos enseñará a vivir en
fraternidad. Ella nos alienta a recibir el Espíritu Santo
que nos estimula a anunciar el Evangelio del Reino con
ilusión y esperanza. Espero, mis queridos sacerdotes, que
estas notas sencillas os puedan ayudar a la reflexión y
oración personal y para encontrarnos en fraternidad
sacerdotal y apostólica.
Reza por vosotros, os quiere y bendice. Vuestro Obispo,
Antonio Ceballos Atienza
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