En los tiempos que corren, en una sociedad donde la religión
va perdiendo inevitablemente la aceptación de la comunidad
juvenil, entrando en sustitución por otros valores más
cercanos al paganismo, el ateismo y la laicidad considero
necesario dedicar unos párrafos a una opinión sobre el
significado y los beneficios que el mes de Ramadán pueden
producir sobre los jóvenes y la sociedad en general.
El primer punto donde deberíamos focalizar nuestra crítica,
como previo de cualquier opinión religiosa sobre el Ramadán,
sería sobre el concepto de fe, de creencia en Dios. No es
éste el objetivo del presente artículo y por ello me
limitaré a decir que esta opinión surge desde la fe y la
creencia de que el mes de Ramadán es un mes sagrado.
El Ramadán es mencionado en la escritura revelada del Quran
como un mes bendito, prescrito como un bien para el ser
humano, durante el cual es necesario mantener una conducta
determinada, que varia, en algunos casos demasiado, de los
hábitos cotidianos más arraigados.
Durante este mes no es posible comer, beber, fumar, mantener
relaciones sexuales etc. y lo más complicado, cuando todo lo
anterior falta, mantenerse en un estado de templanza, sin
enfadarse. Haber si nos entendemos, cuando falta ese café de
primera mañana, cuando ya no te fumas ese cigarrito después
de comer; en definitiva cuando te falta aquello que siempre
está presente en tu realidad cotidiana pues es muy
complicado el simple hecho de “estar” de “mantenerte”.
Si a esto le sumamos nuestras obligaciones académicas,
laborales o familiares pues la ecuación se complica un poco
más. El remate, la estocada final nos la da el propio ritmo
social en el cual estamos inmersos, el cual dificulta aún
más la consecución de cumplir con esta “obligación”.
Visto así se podría pensar que es imposible hacer el mes de
Ramadán, que carece de algún sentido o que tal privación es
contraproducente para el cuerpo y la mente; en definitiva se
podría pensar que es malo.
Desde luego acepto cualquier opinión que venga en ese
sentido pero siento decir que no estaré de acuerdo.
Existen más de 1400 millones de musulmanes en el mundo, una
cuarta parte de la población mundial. Personalmente conozco
a muchos de ellos, de varios países, con distintas
tradiciones, con situaciones sociales y económicas bien
diferentes. De entre ellos la mayoría son jóvenes.
Pues bien, de ese grupo representativo de jóvenes musulmanes
no he encontrado a ninguno de ellos que, tras realizar un
mes de ayuno, haya opinado negativamente sobre el Ramadán.
Desde luego si han opinado sobre su dificultad, sobre el
esfuerzo que supone superar nuestros límites, de lo
complicado que es mejorar y de la grandeza de Dios al
obligarnos a purificar nuestro cuerpo y nuestra mente
mediante el ayuno, porque la voluntad es algo que se
encuentra bastante alejado de las actitudes juveniles más
actuales. Otros han opinado que no se creían capaces de
hacerlo pero que se encuentran muy satisfechos de haberlo
conseguido y están los que dicen que el año que viene no
repetirán, pero no porque sea malo sino porque se sienten
demasiado vinculados a las cuestiones mundanas.
Para mí personalmente el Ramadán siempre es un mes especial.
Especial en todos los sentidos. En primer lugar lo veo como
un tiempo de reciclaje, un período de limpieza interna, es
como esa agua sucia de la piscina, que pasa por la
depuradora y vuelve de nuevo a su lugar limpia, reluciente,
transparente. Yo me siento como esa agua.
Por otra parte todo aquello que por ser cotidiano pierde
valor, durante este período se revaloriza, adquiere su
verdadera dimensión. Un simple cola-cao, unas tapitas al
salir de la facultad, un té a media mañana o un “mísero”
vaso de agua aparecen, como si antes ni siquiera hubieran
existido, dentro de nuestras necesidades. El privarnos de
ello causa varios efectos:
-Darse cuenta de lo que uno tiene y valorarlo en su justa
medida.
- Nos hace ver la debilidad que a veces mostramos frente a
las banalidades de la vida.
-Nos acerca a la realidad que comparten millones de personas
en el mundo, debido a la pobreza y la hambruna.
-Nos hace ver nuestra debilidad y nuestras limitaciones.
-Nos hace sentirnos capaces de superar las dificultades, de
sobreponernos, de trascender.
Está claro, la mezcla de todos estos efectos, sumado al
recuerdo de Al-lah, mediante cada acto, mediante la oración,
la recitación etc. da lugar a la posibilidad de cumplir con
el objetivo final de este mes de Ramadán. Este objetivo no
es otro que conocernos más profundamente a nosotros mismos.
Así mediante esta comprensión podemos purificar nuestras
intenciones, guiarnos por un camino por el que nos sentimos
bien y encontrarnos satisfechos y en paz con el mundo y la
realidad que nos rodea.
Viéndolo así el Ramadán en una auténtica bendición, un bien
para nosotros mismos. Ahora, una vez superado, llegan otros
11 meses durante los cuales habrá que intentar hacer
extensible todas las experiencias y energías adquiridas
durante estos treinta días tan especiales.
Para finalizar me gustaría lanzar un reto, con cariño, a
todos aquellos jóvenes que no hayan probado esta experiencia
del ayuno, a que se animen para este Ramadán que comienza.
* Presidente de
Jóvenes en Acción-
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