En un contexto de crispación
mundial, donde nos venden sin descanso la existencia de un
choque de civilizaciones que luchan de forma subterránea por
prevalecer y luego nos lo niegan; cuando los principales
grupos políticos de España luchan a brazo partido a través
de sus medios afines en una guerra de intereses y ambiciones
personales hilando finísimo para encontar la viga en el ojo
ajeno; uno se detiene de pronto en sucesos como el de ayer y
se da cuenta de que lo otro no importa nada. Una niña de
ocho años que muere brutalmente degollada es un acto de una
injusticia sobrehumana. Y al tratarse de un hecho aislado,
uno se aisla a su vez de lo demás y se concentra en lo
absurdo de un hecho que no puede ni siquiera calificarse de
maldad, porque nadie concibe que un ser humano sea tan
malvado.
La barriada de ‘Las Caracolas’, junto al Príncipe, se
sobrecogió anoche al conocer que una vecina, tan solo de
ocho años, era asesinada por motivos aún sin determinar, ni
falta que hace, porque los motivos, en casos como este, son
inexistentes. Y la inocencia de esta niña fallecida se
convierte en la culpa de toda la sociedad, que a pesar de
todos los avances logrados todavía no ha encontrado la
fórmula química que le permite vivir en paz.
Este trágico suceso debe convertirse en un acto de
recogimiento y reflexión general, porque si bien uno no
puede culpar a la sociedad de los actos de una persona
concreta, sí puede pedir un poquito de calma y razón. Un
modelo social que avanza en base a que sus miembros se miren
sistemáticamente al ombligo no avanza hacia nada bueno.
Desde este medio esperamos que el autor de un crimen tan
injusto sea tratado con justicia, pero que esta caiga con
todo su peso sobre el asesino. Y a todos los familiares y
amigos de la víctima, vecinos del Príncipe y de ‘Las
caracolas’, a todos los que la conocieron o la trataron,
nuestro más sincero pésame.
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